EL PAíS • SUBNOTA
› Por Horacio Verbitsky
Esta semana llegó al país el archivo del Arzobispado de San Pablo sobre los detenidos-desaparecidos en la Argentina. A través de uno de sus voceros extraoficiales, el presidente del Episcopado católico argentino, Jorge Mario Bergoglio, se atribuyó el mérito por la transferencia al Archivo Nacional de la Memoria de ese material que tres décadas después sigue señalando las omisiones de la Iglesia argentina. Para el vocero de Bergoglio “se trata de un aporte inédito de la Iglesia” a los derechos humanos. También participó la defensora del pueblo de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Alicia Pierini, quien en 2000 colaboró con Bergoglio en el intento de sustraer de la justicia los crímenes de la dictadura y diluirlos en una mesa de diálogo que también incluyera los atentados de las organizaciones guerrilleras clandestinas. El ex jefe del Ejército Ricardo Brinzoni reveló que Bergoglio había denominado a ese proyecto compartido Memoria Completa. El vocero episcopal insistió ahora que “el actual Episcopado cree que la memoria debe incluir una revisión de las acciones cometidas por las organizaciones terroristas”, la misma denominación que usó la dictadura.
Fue por la repugnancia del Episcopado argentino a comprometerse con los perseguidos que las denuncias derivaron a la principal diócesis brasileña, donde grupos de exiliados se habían puesto en contacto con el cardenal Paulo Evaristo Arns. En colaboración con el pastor presbiteriano Jaime Wright, el franciscano Arns realizó y publicó la más completa investigación sobre las torturas en su país, “Brasil: Nunca Mais”. En 1975 Arns organizó el mayor acto de oposición al gobierno de facto en ocasión del funeral que concelebró con Wright y con un rabino por el asesinato en la mesa de torturas del periodista Wladimir Herzog, por quien antes había intercedido ante el gobierno y el Ejército. En 1978, Arns aprovechó la visita del presidente de los Estados Unidos James Carter para publicar una solicitada de una página en la que detalló el historial militar de torturas y desapariciones. La presión de Arns contribuyó a que la dictadura dictara en 1979 una ley de amnistía. Una de sus cláusulas permitía que los abogados de los presos o exiliados retiraran los respectivos expedientes por 24 horas. Wright y Arns organizaron entonces un fantástico operativo en el que fotocopiaron el archivo entero, más de un millón de páginas, que guardaban en sedes rotativas que les proveía Arns. El cardenal le pidió ayuda a dos periodistas para redactar el informe y gestionó su publicación con la editorial católica más importante de Brasil, “Vozes”, que aceptó mantener la impresión en secreto. “Brasil: Nunca Mais” apareció de sorpresa en las librerías en julio de 1985 y se mantuvo en el primer puesto de la lista de best sellers durante 25 semanas. El trabajo incluyó los nombres de más de cuatro centenares de torturadores. En sus últimos años al frente del Arzobispado, Paulo Evaristo defendió a los teólogos de la liberación perseguidos por el Santo Oficio y junto con el presidente de la Conferencia Episcopal, Ivo Aloisio Lorscheider, acompañó al sacerdote Leonardo Boff a las audiencias del proceso incoado por el entonces cardenal Joseph Ratzinger. Bergoglio todavía sigue dando explicaciones sobre su rol en el secuestro de los jesuitas Orlando Yorio y Francisco Jalics, a quienes Emilio Mignone afirma que entregó.
Ante la indiferencia y aun la hostilidad del Episcopado argentino, que nunca recibió a los familiares de los detenidos-desaparecidos y llegó a cerrar las puertas de la Catedral en la cara de las Madres de Plaza de Mayo cuando la policía trataba de correrlas de la plaza, Arns recibió sus denuncias. La Conferencia Episcopal Argentina se negó a crear una Vicaría de la Solidaridad al estilo chileno y su presidente, Raúl Primatesta, contestaba las cartas que llegaban de todo el mundo con denuncias sobre la represión minimizando su gravedad y haciendo responsable de la situación a la guerrilla.
Venga conmigo a Roma y hable el asunto con el Papa, le sugirió Arns a Gabriel García Márquez, uno de quienes pidieron ayuda para los desaparecidos en la Argentina.
El propio cardenal solicitó la audiencia especial para el autor de Cien años de soledad. “En el aire inmóvil [del Vaticano] no se sentía Dios, como yo lo hubiera deseado, pero sí se sentía el poder de sus ministros”, escribió Gabo en sus memorias.
“El cardenal Arns me había dado una copia de la carta con que había solicitado la audiencia, y yo le rogué al Papa que la leyera, no sólo para acreditar mis títulos, sino porque allí había una síntesis compacta y convincente de mis propósitos en relación con unos diez mil desaparecidos en la Argentina. Aunque era una lectura dramática, no perdió ni un instante su buena sonrisa, y al final me devolvió la carta como si regresara de un viaje que conocía de sobra, y me dijo en un francés fluido:
Esto es idéntico a la Europa oriental.”
Cuando se proponía retomar su argumentación, García Márquez sintió que un botón metálico de su saco rodaba por el piso. “Me apresuré a recogerlo por temor de que él se me anticipara”. Nada de eso. “En ese mismo instante sonó el carillón de oro, y la audiencia terminó sin que yo tuviera ocasión de dar siquiera una réplica.” García Márquez recuerda que, “como lo decía la carta del cardenal Arns, lo único que le pedíamos al Papa era su bendición para la campaña. Pero las normas del Vaticano son inapelables, y la audiencia terminó sin una respuesta”.
La reverencia que aún concita la Iglesia Católica explica que el Archivo Nacional de la Memoria no haya solicitado en forma oficial al Episcopado que además del archivo paulista entregue una copia del propio, que el CELS le pidió en 2000 para recibir la inverosímil respuesta de que el Episcopado no tenía archivos, cuya falsedad pude comprobar cuando logré acceso subrepticio a ellos. El Archivo Nacional de la Memoria sólo hizo una gestión indirecta, que fue respondida con el mismo silencio que obtuvieron los pedidos desesperados de ayuda de las víctimas de la dictadura.
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