Jue 25.03.2010

EL PAíS • SUBNOTA  › OPINIóN

Lo clásico y los cambios

› Por Mario Wainfeld

Cada 24 de marzo repite escenas, promesas, imágenes. Los asistentes se reencuentran, se abrazan, se festejan y emocionan. Los rostros de las pancartas son los mismos, la consabida larga bandera descorre las avenidas que desembocan en la Plaza. La escena, con variaciones federales, se replica en tantas otras del país.

Cada 24 de marzo es único porque la crónica argentina es vertiginosa y desconoce la pausa, porque sus generaciones renuevan la comunión. Y también porque la foto anual patentiza avances o retrocesos. La imagen actual comprueba que los progresos son enormes aunque se ha llegado a ellos en zigzag, con sinsabores y dolores. Ayer, en la Capital, hubo tres convocatorias, que traducen disidencias entre movimientos de derechos humanos.

Las dos más masivas (la marcha convocada entre otros organismos por las Abuelas y las Madres Línea Fundadora primero, más tarde el recital organizado por la Asociación Madres de Plaza de Mayo) mostraron divergencias entre sí. Pero también una concordancia sin precedentes en la valoración muy elevada de la etapa. El optimismo de la voluntad se basa en la dura experiencia, se congratula sin bajar banderas y sin renegar jamás del ansia de profundizar lo logrado.

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Todos los cuerpos, todos: Decenas de miles marcharon a partir de las dos de la tarde. A eso de las cinco, decenas de miles hicieron comunión con artistas populares, los que siempre estuvieron, los que bancaron cuando el horizonte parecía oscuro y, antes que nada, cerrado. Sin duda, más allá de las nobles militancias implicadas en las diferencias, hubo una muchedumbre que honró los dos convites, que marchó primero y cantó luego soslayando diferencias. Sobre esas decenas de miles sobrevuela esta columna, escrita por un profesional que no alardea de una independencia light y farisea. Un escriba que fue uno de ellos antes de llegar a serlo y sigue siéndolo ahora.

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Consignas: “Madres de la Plaza/el pueblo las abraza” tremoló la Plaza coronando el discurso potente, conmovedor, de Hebe de Bonafini.

“Como a los nazis les va a pasar/adonde vayan los iremos a buscar” entonaban los ya no tan pibes de HIJOS, muchos de ellos con pibitos a cuestas.

Son consignas tradicionales, que acompañaron otras conmemoraciones. También hubo novedades. Eduardo Duhalde y el Grupo Clarín fueron núcleo de los cánticos, las consignas y los discursos. “Clarín, Magnetto/ devuelvan a los nietos” entonaban columnas juveniles. Antes, Cristina Fernández de Kirchner, contundente y sin arrebatos, había exigido pilas y justicia a los tribunales argentinos asumiendo el compromiso de acudir a instancias internacionales en caso de defección. La Presidenta ahorró alusiones a los medios y nombres propios, con lo que su discurso ganó contundencia y calidad, de todos modos se entendía de qué hablaba. El ADN de los hijos de Ernestina Herrera de Noble es un ítem central en la agenda cotidiana. Los que son muy poderosos por razones ajenas al voto (sí que más perdurables) son chúcaros para someterse a las mismas reglas que los demás mortales. Sin embargo, a los más poderosos (por el hecho de serlo) les cabe la máxima de la mujer del César. Deben probar su buena reputación más que las personas de a pie, no esconderse ni entorpecer la búsqueda de la verdad. A los políticos se les reclama eso, todo el tiempo, con buena razón. A otros privilegiados les cabe el mismo sayo, que los subleva y descoloca.

Hebe de Bonafini no escatimó apóstrofes a los medios, mientras ensalzaba a líderes epocales de este sur: los revolucionarios Evo Morales, Hugo Chávez y Rafael Correa. También, vaya sorpresa, al reformista Lula. Y reconocimientos a “Cristina” y “Néstor” que la habrán escuchado en triunfo.

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En marcha: La mirada del cronista se enturbia por momentos, por eso su ojímetro puede fallar. Esto convenido, le pareció ver amplia mayoría de asistentes que pasaron toda o casi toda su vida en democracia. Como piso, eran muchísimos. Las marchas, durante años patrimonio de los convencidos y militantes, han ensanchado su asistencia, lo que le augura buen futuro.

Es una cosecha muy laburada, producto de una larga siembra. Todas las víctimas y sus familiares sumaron su templanza para soportar reveses políticos y judiciales sin tentarse por la violencia. Los organismos de derechos humanos sumaron calidad institucional y prédica, en sus filas revistan estudiosos del derecho y del ADN, que volcaron su saber a las mejores causas.

De cualquier manera, hay que resaltar lo evidente. Primero que nadie y más que nadie fueron las viejas ejemplares quienes construyeron esa nueva mayoría. Todas las Madres caminando y caminando, recorriendo el mundo, fatigando los pasillos de los juzgados y los medios, como Nora Cortiñas, cada vez más pequeñita en lo físico y más grande en todo lo demás.

Las Abuelas, con su lucha inclaudicable y noble, con su abanico de herramientas democráticas: el respeto a las personas, a las familias, a la identidad, los cuidados psicológicos a los chicos recuperados... hasta el teleteatro Montecristo, si bien se mira. Una versatilidad creativa para ganar consensos, para persuadir a los incrédulos e interpelar al sentido común, ampliando fronteras, ganando la batalla cultural palmo a palmo. En eso, son imbatibles el humanismo y la calidez de Estela Carlotto, genio y figura.

Bonafini fue pionera en sus anteriores registros intransigentes y en su reformateo asombroso de los últimos años. Volcada a su Universidad, a las viviendas populares, al espacio cultural pleno de vida en la ESMA, a la radio, a la sonrisa que no resigna ternura ni fiereza.

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La Plaza de todos: Todas las novedades de las luchas políticas y sociales dicen presente en la Plaza. Algunas para quedarse, otras dejaron su huella, como testimonio de organizaciones fugaces. Los piqueteros, las asambleas barriales, Carta Abierta, ahora el público de 6 7 8 son ejemplos que no agotan la nómina que trasunta a una sociedad siempre reactiva, donde la disputa de “la calle” no cesa ni se estanca jamás. Las bailarinas de La Chilinga (el cronista contó ciento veinte y optó por cerrar el cálculo ahí para distraerse con la danza), la percusión de los Tambores en Lucha (casaca roja, brazos incansables con el parche) ofrendan culto al sonido, al decibelímetro y al ritmo de nuevas generaciones.

Organizaciones que predican la diversidad sexual acompañan la marcha, sus integrantes también conocieron soledad y aislamientos mayores. La ley de matrimonio gay avanza en el Congreso, la batalla no está ganada pero el nivel de anuencia social hubiera sido impensable hace diez, quince o veinte años.

Caminan los jóvenes, se fatigan con alegría los mayores, Carlos Slepoy y Jorge Rivas circulan en silla de ruedas, son ejemplos de vida y de coherencia que recogen afecto y aplausos. Son también, nula paradoja, dos entre tantos.

Los choripanes estimulan la gula, que también puede saciarse con garrapiñadas irresistibles o en los bares, en su mayoría abiertos porque no hay desbordes ni bardo que temer. El componente dominante (que no excluyente) de clase media habrá cooperado con el diagnóstico de sus dueños, también el recuerdo práctico: hay bravura o hasta intransigencia en las marchas por los derechos humanos, la violencia está en otros lados.

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La película y las fotos: En largos 26 años de democracia se atravesaron el Juicio a las Juntas, las leyes de obediencia debida y punto final, los indultos, la irrupción de los Juicios por la Verdad, la recuperación de la ESMA, la anulación de las leyes de la impunidad. Todos los 24 de marzo, las emociones y valoraciones se entreveraron con agendas contemporáneas, que signaron el clima de cada movilización. En este siglo, sin ir más lejos, el cronista repasa puntos culminantes. En 2001, las puteadas a Domingo Cavallo, recién llegado al gobierno de Fernando de la Rúa en plan de salvador. En 2002, con la crisis a flor de piel, un día en que se sintió (valga la expresión pues era tangible, físico) que la sociedad argentina capearía, como pudiera, la crisis sin balcanizarse ni disolverse en la guerra civil. En 2004 cuando la ESMA abrió sus puertas y el presidente Néstor Kirchner, anunció el comienzo de una nueva etapa. En 2006, con la pasión y el número que congregó el trigésimo centenario del golpe. Hoy día, los juicios avanzan. Al principio se señaló que sólo se condenaban perejiles, ya están sentenciados Luciano Benjamín Menéndez y Antonio Domingo Bussi. La jerarquía de la Iglesia Católica no se anotició todavía pero hay un sacerdote condenado, sin fueros especiales. Hay procesos abiertos en casi todas las provincias, expedientes que son emblema avanzan a pesar de las chicanas de defensores taimados y a las defecciones de ciertos jueces o fiscales.

Mucho se ha construido, muchos de-safíos del nuevo escenario exigen un abordaje comprometido y profesional. Los poderes del Estado tienen que pegar un salto de calidad, ponerse a la altura. No siempre se puede, no siempre se quiere.

Las acechanzas son proporcionales a la calidad de esa coyuntura auspiciosa, única, impensada años ha. Algún payaso y un ex presidente hablan de amnistías o plebiscitos derogatorios. Lectores que cartean al diario La Nación se suman a la cruzada que pronto tendrá como abanderado al hijo de un represor de doble apellido. Un contexto conflictivo, jaqueado como tan a menudo lo fue. De este lado, multitudes de surtidas generaciones, organizaciones de todo pelaje, militancias curtidas y de reciente formación. Y además, el derecho, la razón, la justicia de su lado.

La lucha continúa mientras lo mejor de las luchas populares argentinas se congrega, se multiplica, marcha, canta, ríe, solloza, se reconoce y se celebra.

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