EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por César Calcagno y Alberto Schprejer *
Son frecuentes en los medios de comunicación las referencias al libro Mi mensaje, de Eva Perón. Las muy variadas reflexiones empiezan o culminan, invariablemente, con dudas sobre la autoría de Evita, sobre el destino del original y sobre las circunstancias de un juicio que permitió, mediante el dictado de una sentencia, dejar de lado las controversias sobre su autoría. Por ello, los medios le han dado amplia cobertura. Sin ir más lejos, en Página/12 del 22 de enero de 2007 fue publicada una nota muy completa de Julián Bruschtein.
Pero como la duda subsiste, en nuestra respectiva condición de editor del texto y de abogado en el juicio que ha concluido, queremos aportar información que despeje incertidumbres.
El 20 de octubre de 2006, el Juzgado Nacional de Primera Instancia en lo Civil N° 101 de la Capital Federal dictó sentencia resolviendo que el libro pertenece a María Eva Duarte de Perón. Apelado ese fallo por las hermanas de Evita, lo confirmó la Cámara Nacional en lo Civil de la Capital Federal, Sala “F”, por sentencia del 12 de marzo de 2008.
El fallo está firme y, por lo tanto, el juicio definitivamente concluido. De la muy abundante y contundente prueba presentada, los jueces hicieron hincapié en las reiteradas pericias caligráficas que demostraron que las iniciales “EP”, insertas en letra manuscrita al pie de cada una de las setenta y nueve páginas del breve texto “pertenecen al puño y letra de la señora María Eva Duarte de Perón”.
La sentencia judicial y las numerosas pericias caligráficas realizadas no clausurarán el debate sobre el contenido polémico de este libro (“Si Evita no escribió Mi Mensaje, como sostiene el padre Benítez, el autor se le parece demasiado”; Tomás Eloy Martínez, Revista Humor N 328, octubre de 1992).
La coincidencia de testimonios revela que entre marzo y junio de 1952 escribió, y esencialmente dictó, Mi Mensaje. El dirigente peronista Antonio Cafiero, que fue testigo en el juicio, aportó el recuerdo de sus conversaciones con Evita entre mayo y junio de 1952, en la residencia de Agüero y Libertador: “Me trató con una gran deferencia personal. En nuestras largas entrevistas me leyó parte de un libro que estaba escribiendo y nunca se publicó... Ella tenía dos obsesiones en ese momento: una era la actitud de la Iglesia, de las jerarquías eclesiásticas, ya que consideraba que ahí se estaba incubando algo contra Perón. Y también hacia los militares, sobre todo después del fallido golpe de septiembre de 1951. Me parece que ella todo eso lo volcó en un libro, o en un proyecto de libro” (Desde que grité: ¡Viva Perón!, A. Cafiero, Pequén Ediciones, Bs. As., 1983).
Dividido en 30 capítulos breves, el libro tiene definiciones ideológicas referidas a tres núcleos básicos: el fanatismo como profesión de fe, la condena a los altos círculos de las Fuerzas Armadas por complotar contra Perón y el cuestionamiento a la jerarquía de la Iglesia Católica, por la ausencia de compromiso con los sufrimientos del pueblo argentino.
El 17 de octubre de 1952, luego de que un locutor oficial leyera el testamento de Evita, conocido como “Mi voluntad suprema”, Perón se dirige a los trabajadores y les anuncia: “Compañeros, ésta es la voluntad de Eva Perón. Yo he de ejecutarla al pie de la letra. Para ello ha de constituirse la Fundación Evita, que se destinará a cumplir los fines señalados por la señora de Perón”.
Con letra tambaleante, Evita escribió en ese documento: “Yo considero que mis bienes son patrimonio del pueblo y del movimiento peronista, que es también del pueblo, y que todos mis derechos como autora de La Razón de mi vida y de Mi Mensaje, cuando se publique, serán también considerados como propiedad absoluta de Perón y del pueblo argentino”.
Los hechos, datos, constancias materiales y testimonios demuestran, con irrefutable claridad, que Eva Perón, en los últimos meses de su vida, dictó ese libro. Lo hizo a personas de su confianza, y apenas escribió de su puño y letra algo más de una carilla. Entre otros, a Juan Jiménez Domínguez, uno de sus más estrechos colaboradores. Fundador y primer secretario general de la Unión de Docentes Argentinos, en diálogo con el periodista Juan Salinas describía así las circunstancias de su participación: “Si no pasé a máquina todas las hojas fue porque tenía que cumplir misiones lejos de la Capital y porque Evita se las dictaba en sus momentos libres al colaborador que tenía más a mano” (Eva en su plenitud, Mi Mensaje, el testamento silenciado de Evita, “Futuro”, 1994).
El propósito de Perón, sin embargo, no pudo cumplirse. Mi Mensaje nunca fue publicado y el libro apareció recién el 20 de septiembre de 1987 en el diario La Nación, cuando la casa de remates “Posadas S.A. Bullrich, Gaona y Guerrico” informó que los días 22, 23 y 24 de septiembre de ese año se llevaría a cabo un remate así anunciado: “Eva Perón. Mi Mensaje: original 79 hojas con membrete. Iniciales al finalizar el texto de cada una. Correcciones manuscritas a tinta y a lápiz. Inédito”. El texto original fue adquirido en la subasta por el militante peronista Jorge Benedetti, quien años después lo facilitó al juzgado civil para que se realizara una pericia caligráfica.
La mencionada empresa contrató al historiador Fermín Chávez como perito y éste dictaminó su autenticidad. El inédito desaparecido fue llevado a remate por la familia del Escribano Mayor de Gobierno, Jorge Garrido, al poco tiempo de su fallecimiento. Este, cuando derrocan a Perón en 1955, recibe la orden de realizar un inventario de los bienes de Juan y Eva Perón y decide ocultarlo convencido de que el mismo sería inexorablemente destruido por la “revolución libertadora”.
Como pago por su tarea, Chávez solicitó una copia de los originales con los cuales realizó la primera edición en 1987. Uno de sus ejemplares llegó a nuestras manos, y en septiembre de 1994 hicimos la segunda edición, cuestionada por las hermanas de Evita, que consideraron que el texto era apócrifo. Lo editamos porque, a nuestro criterio, es un antecedente importante en el debate que permitirá explicar la génesis de la rebelión juvenil de la década del ’70, y porque Evita expone allí con pasión y transparencia las ideas que dieron origen al primer peronismo, que nada tenían que ver con las que guiaron la destrucción neoliberal de los ’90.
“No puede haber, como dice la doctrina de Perón, más que una sola clase: los que trabajan... Yo no hago cuestión de clases. Yo no auspicio la lucha de clases, pero el dilema nuestro es muy claro: la oligarquía, que nos explotó miles de años en el mundo, tratará siempre de vencernos. Con ellos no nos entenderemos nunca, porque lo único que ellos quieren es lo único que nosotros no podremos darle jamás: nuestra libertad... El trabajo es la gran tarea de los hombres... Cuando todos sean trabajadores, cuando todos vivan del propio trabajo y no del trabajo ajeno, seremos todos más buenos, más hermanos y la oligarquía será un recuerdo amargo y doloroso para la humanidad” (Mi Mensaje, Eva Perón).
El fallo judicial impide su edición oficial hasta que lo autoricen sus herederos, aunque la vigencia de sus palabras seguirá despertando polémica, porque millones las considerarán la guía del camino a recorrer.
* Calcagno es abogado y Schprejer, editor.
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