EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Mario Wainfeld
Viene bien tener un candidato claro un año antes de las elecciones presidenciales. Que sean dos es también saludable. Una interna bien presentada puede darle impulso al vencedor, máxime si está asegurado que ningún resultado dividirá al partido ni restará adhesiones.
Julio Cobos fue el primer presidenciable por orden de aparición, merced a dos ayuditas del kirchnerismo. La primera fue nacionalizar su figura. La segunda fue transformarlo en el héroe de la oposición. El vicepresidente contrera le sacó jugo a ese rol, pero hace un rato que viene cuesta abajo. Sus correligionarios le desconfían, con sobrados motivos. Y su intención de voto, que disimulaba sus defectos, merma.
El diputado Ricardo Alfonsín arrancó después y viene superando a su rival. Enternece más al corazón radical, porta un apellido con linaje insuperable, no es un traidor serial. “Cleto”, en su mejor momento, interpelaba a un universo ciudadano más vasto que “Ricardito”. Ahora los dos se concentran en la fuerza propia.
Alfonsín tuvo un mejor 2010 que Cobos. Su imagen positiva supera largamente a la negativa, he ahí su mejor patrimonio intra y extramuros. Y “camina” la provincia de Buenos Aires con la vieja sabiduría de la dirigencia tradicional, que Cobos desdeña o ignora o las dos cosas.
De cualquier manera este año fue, hasta ahora, poco propicio para la oposición en conjunto, incluido el radicalismo. El Grupo A careció de punch y de atractivo. La competencia interna, que lo lijó bastante, irá in crescendo.
El kirchnerismo, a su vez, ha recuperado imagen, iniciativa e intención de voto. La sensación térmica y las encuestas reflejan que rebotó desde su punto más bajo como ningún gobierno anterior pudo hacerlo tras perder elecciones parlamentarias. Si las presidenciales fueran el domingo próximo (menudo detalle: no lo son), sería puntero en la primera vuelta con buen margen y, todo lo indica, conservaría la primera minoría en ambas cámaras del Congreso. La segunda vuelta es un arcano, pero el oficialismo no la tiene perdida de antemano, como un año atrás.
Los boinas blancas son, claramente, el segundo en discordia, medido en cualquier magnitud. Desde la cantidad de parlamentarios, hasta el potencial de voto, pasando por la consistencia interna. Un pasable sitial, sabiendo que las elecciones serán gobiernocéntricas: los apoyos o la “negatividad” serán sustanciales. Ocurre en cualquier democracia estable, el ethos polarizador del kirchnerismo condimenta la tendencia.
En un segundo lugar expectante, los radicales tienen muchos desafíos. Uno es demostrar que garantizan gobernabilidad (con la mochila de los finales abruptos de sus dos últimas presidencias). Imantar al votante opositor no encuadrado es otro, la polarización puede ayudar.
La ubicación coyuntural de la UCR tributa bastante a la ayudita de los peronistas federales, huérfanos de conducción, liderazgo y candidato. De momento, los compañeros pejotistas parecen menos condenados al éxito que a uncir su carro al titubeante, porteño y medio gorila Mauricio Macri. Buena noticia para los correligionarios que, de cualquier modo, deberán superarse y redoblar esfuerzos para ser competitivos ante un oficialismo duro de vencer.
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