EL PAíS
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Se partió el partido
› Por Luis Bruschtein
Que el peronismo se divida en tres para las próximas elecciones es una expresión de la crisis de representatividad del sistema político. Que el futuro presidente provenga de una de estas microfracciones en que se han subdividido todos los partidos desde la izquierda a la derecha es una expresión de la incapacidad de la sociedad para construir una alternativa diferente.
Si esta ruptura se hubiera producido en el PJ diez o más años atrás, cuando Carlos Menem giró al neoliberalismo, el peronismo hubiera llegado al 2003 fortalecido como alternativa popular electoral. Hubiera despertado entusiasmo y esperanza en los sectores populares que hoy asisten con bastante aburrimiento a este proceso de deterioro y decadencia pese a que mantienen una identidad peronista.
Hace diez o doce años, la ruptura hubiera sido expresión de crecimiento y vitalidad. Ahora forma parte de un escenario en descomposición cuyas secuelas de fragmentación, internismo y desconcierto se han extendido como una plaga a todos los partidos. El primer vaciador fue sin duda Carlos Menem, que contradijo todos y cada uno de los postulados históricos de su partido cuando gobernó. Es, por lo tanto, el principal responsable de esta crisis de representatividad. Y, en consecuencia, hay algo de justicia en que finalmente la crisis lo haya dejado sin partido.
A fines de 2001 había desaliento y depresión en los partidos, cuyos dirigentes sentían que serían desplazados por la gran ola de protestas. Un año después, cuando se puso de manifiesto que la sociedad tampoco estaba en condiciones de generar en corto tiempo una alternativa a ellos, respiraron con alivio. Y ahora asisten con cierta irresponsabilidad a este proceso de atomización porque saben que, gane quien gane, de alguna forma volverán como legisladores, funcionarios, técnicos o asesores nacionales, provinciales o municipales.
Pero la crisis de representatividad es un dato concreto, no de laboratorio. Y los gobiernos que surjan de ese contexto padecerán sus consecuencias. Aunque ganen en un ballottage con más de la mitad de los
votos, serán gobiernos débiles y muy vulnerables a las presiones de los organismos financieros internacionales y en general de los factores económicos de poder. Serán parte de la agonía de un sistema agotado y no de su superación.
También es cierto que los cambios nunca se producen en forma tajante ni pura, ni siquiera en las revoluciones. Siempre vienen mezclados. Lo nuevo viene mezclado con lo viejo. El problema, siempre, es cuál de los dos pesará más y cómo se expresará lo nuevo.
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