EL PAíS
• SUBNOTA › RICARDO SIDICARO *.
El peronismo después del peronismo
Durante la década 1989/99 una enorme mayoría de los dirigentes peronistas asumió explícitamente que su meta era conservar y mejorar los cargos y posiciones alcanzados en la función pública sin manifestar demasiadas adhesiones públicas al “modelo” pero, también, sin expresar preocupaciones por los efectos negativos de las políticas neoliberales sobre buena parte de sus electores pertenecientes a los sectores populares. Comparado con anteriores gestiones peronistas, la presidida por Carlos Menem fue la primera en que las ganancias e intereses de la mayoría de los dirigentes se dieron junto con los claros deterioros de las situaciones materiales y culturales de sus votantes de origen popular. Los costos políticos del menemismo los comenzaron a pagar las elites provinciales acosadas por los reclamos y revueltas que convirtieron en humo, sin metáfora, edificios públicos y hasta residencias particulares de “notables” del justicialismo, lo que, sin duda, debió inquietar al conjunto de sus pares. Hacia el cierre del decenio se hizo evidente que en las urnas se reflejaría el abandonado de una fracción pequeña, pero decisiva, de votantes de tradición peronista. La Alianza consiguió algunos votos de ese origen, los suficientes como para imponer a las elites justicialistas la cavilación sobre su vulnerabilidad electoral. El respaldo del poder económico nacional e internacional obtenido por el menemismo carecía de peso a la hora de las elecciones, y los grandes intereses empresarios imponían decisiones que restaban votos. Durante la declinación del menemismo se poblaron las calles y las rutas con los reclamos de los sectores populares posperonistas, ajenos claramente a las antinomias partidistas que, desde mediados del siglo XX, habían expresado por la vía del justicialismo sus esperanzas y sus protestas. Lo que pudo haber sido una discusión más larga en el seno de las elites se abrevió por la ineptitud del bienio aliancista que le devolvió el gobierno a un peronismo cuyo imaginario social estaba hecho trizas y sus estructuras partidarias se hallaban fragmentadas en intereses y caudillos provinciales, reproduciendo objetivamente la fractura territorial derivada de la aplicación del proyecto que había profundizado el debilitamiento del Estado-nación. Las divisiones no son algo desconocido en las elites peronistas. Desde las elecciones que le dieron su primer gobierno a Juan Domingo Perón, los conflictos internos y el fraccionamiento fueron frecuentes, y lo que en sus claves se denominaron “tránsfugas y traidores” no faltaron aún en aquellos momentos en que sus adversarios eran más amenazantes. Como en cualquier otra fuerza política, la lucha por los puestos públicos y por las candidaturas enfrentó siempre a los hombres del “movimiento”. Por eso resulta interesante preguntarse por la novedad de lo que sucede actualmente en sus dirigencias, evitando que la inteligibilidad de los acontecimientos se empañe con los prejuicios naturalistas de sus adversarios históricos o con las justificaciones e ilusiones biográficas de sus propios dirigentes. Las elites peronistas se interrogan hoy sobre cómo debe ser el peronismo de después del peronismo. Se dividen con la pregunta compartida sobre cómo alcanzar el gobierno, y en especial la presidencia, para lo que necesitan los apoyos electorales de la un tanto debilitada tradición propia a la que deben sumar otros votantes más exigentes y más reflexivos y que, sobre todo, desconfían de los partidos. Los miembros de las diferentes facciones se enfrentan asociados a uno u otro postulante y éstos deben ofrecerles premios acordes con sus aspiraciones materiales y simbólicas. Este tema se ha hecho hoy más difícil de resolver que en otras épocas. Los magros presupuestos públicos y las privatizaciones significaron para la clase política una notable reducción de puestos y “cosas” a repartir, mientras que los largos años en el gobierno agrandaron considerablemente el número de postulantes que se considera con derecho a acceder o a permanecer en la función, en un período en el que lo privado está duro. Al achicamiento de los estímulosmateriales se suman los efectos del decaimiento simbólico del imaginario peronista y los provenientes de la profunda crisis de su estructura partidaria, ya que en esas condiciones los criterios ideológicos y organizacionales de selección de aspirantes a puestos y honores se convierte en imposible y que necesariamente pierde legitimidad. De lo señalado se puede concluir que la solución de la actual crisis peronista se presenta como más complicada que las registradas en anteriores oportunidades y no resulta para nada aventurado suponer que en el contexto de colapso del conjunto del sistema de partidos, las disputas del peronismo de después del peronismo proyecten sus efectos sobre el conjunto de la vida política nacional.
* Sociólogo.
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