Encontrarme con Lula fue encontrarme con un hombre sencillo. No deja de llamar la atención verlo de traje, pero su vestimenta también es sencilla. Su peinado es sencillo como es franco y sincero, sin dejar de lado el protocolo, su diálogo con aquellos que lo acompañaron durante años y hoy tienen que llamarlo Presidente. Su mirada no perdió la picardía. Eso me gratificó. Igualmente no dejé de sorprenderme por la mesura con la que hablaba de la deuda externa y del ALCA. Su mensaje era muy distinto al de la campaña electoral. El nos dijo que un presidente no siempre puede decir todo lo que piensa, como sí podemos hacerlo nosotros. Dijo que siempre era preferible ser prudente y no decir más de lo necesario. Incluso miró a uno de sus funcionarios y lo citó como ejemplo, diciendo “él no habla pero hace”. Cuando dijo que era partidario de que los pueblos pudieran comerciar libremente y hasta apareció en su boca la palabra libremercado, al notar nuestras miradas y comentarios, modificó un poco su postura diciendo, “bueno hablo de comerciar con todo el mundo pero sin dejar de lado el bien del país y también fortaleciendo el Mercosur”.
Por cierto que no olvidó su sueño de que los brasileños pudieran comer tres veces por día y de que todos pudieran ir a la escuela. Esto no dejó de sonar como un alivio a nuestros oídos. Nos aseguró que le diría a la gente de Davos que estaban siguiendo una política equivocada. Cuando habló del ALCA no pude evitar decirle con mis manos y mi voz: “ALCA, no”. Tampoco pude evitar decirle al oído que nuestros hijos y nuestras hijas donde estuvieran soterrados estarían mirándolo. Por eso le pedí que no se aparte del camino que forjó durante tantos años. Espero que no se olvide de estas palabras, ni tampoco que en este Foro Social Mundial hay más de mil personas que tienen las esperanzas puestas en él. No tengo duda de que estuve frente a un trabajador, sus manos así lo delataban. No es un canalla y espero que nunca lo sea.