Lun 02.05.2011

EL PAíS • SUBNOTA  › OPINIóN

Black Sabato

› Por Eduardo Fabregat

Entre las múltiples interpretaciones y apropiaciones del mito sabático, hay una que llama la atención, pero no resulta caprichosa. No sorprende: cuando Daniel Paz incluyó por primera vez al ciudadano de Santos Lugares en las F. Mérides Truchas del NO, todo pareció cuajar. De pronto quedó claro que Sabato encajaba en el universo rockero, que vivía más o menos aislado en su módico Graceland, que podía ser un eslabón natural en la línea Elvis-Sabato-Indio Solari. Pero no era solo eso: en la desesperanza, en las oscuridades del escritor el rock leyó una analogía de Nick Cave, Ian Curtis, Peter Murphy o el David Bowie de la trilogía berlinesa. Sabato tenía un libro llamado Sobre héroes y tumbas, que hubiera calzado perfecto en cualquier portada del gothic rock. Sabato tenía otro libro llamado Abaddón el Exterminador, pavada de concepto para un V8, un Mötörhead o un Black Sabbath. Black Sabato.

Sonará a herejía, pero hay que decirlo así: Sabato tenía rock.

Algo de eso entrevió Flavio Cianciarulo, que en estas mismas páginas recrea esa fascinación que lo llevó a escribir “Sabato”, uno de los grandes momentos del Fabulosos Calavera de los Cadillacs. La Buenos Aires que pintó Sabato golpeó al bajista, guitarrista y cantante de un modo que no había advertido antes. Y Sabato le pareció entonces alguien del palo, una percepción compartida por varios en el medio: tenía rock en su pesimismo, rock en su tono de voz y rock en sus gafas. Había rock en eso de quemar por la noche lo escrito por la mañana. Al cabo, el rock ni siquiera registró el costado más flaco del escritor, eso de la teoría de los dos demonios: antes estaba el personaje-Sabato, esos matices de rock star.

Capusotto, quién si no, lo entendió hace diez años, cuando en Todo x $2 le dio entrada a Björk Borges y su hit “Sabato roto”, y a Los Hermanos Sabato para “Fiebre de Sabato por la noche” (donde el doble de Ernesto bailaba a lo Travolta con Flavio Pedemonti) y al inenarrable “Sabato y Falú cantan a Zapata” (¡¡en el sótano de ATC!!). Cosa curiosa para un país en el que enseguida salta el ofendido, a nadie le pareció que Capusotto le estuviera faltando el respeto a un prócer. Era, más bien, un curioso rescate, celebrado por un público al que costaba imaginar con un ejemplar de El túnel entre manos. A medida que Sabato cumplía años y más años y sus apariciones cada vez más raras lo mostraban poniendo en palabras los sentimientos más oscuros, dignos de un tango y de un rock, la figura de Sabato revistió un carácter cada vez más icónico, menos real, símbolo de darkosidad argenta antes que cualquier otra cosa.

Se fue Sabato. Y entre muchos otros, el rock también tiene razones para despedirlo.

Nota madre

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