EL PAíS
• SUBNOTA › DUEÑA DE UN IMPERIO A PARTIR DEL CEMENTO
Ocho décadas de poder
“Me ofrecieron ser presidente de la Nación y dije que no”, le contó en septiembre pasado Amalita Fortabat a la revista Caras con su habitual soltura. Amalita no identificó a los ofertores, pero está claro que se trató de gente interesada o bien de audaces todo terreno. Cerca de la reina cementera admiten que, a los 81 años, sus raptos de lucidez son cada vez más espaciados. Tanto que hace ya unos años que delegó la dirección de Loma Negra primero en su nieto y luego en Víctor Savanti, quienes no pudieron evitar que la empresa se viniera a pique. Cómo estarán las cosas que Amalita tuvo que descolgar de la pared un Degas y un Corot para embolsar unos magros 16 millones de dólares en la subasta en Sotheby’s. En medio de la malaria, lo único que le da alguna alegría a su espíritu de mecenas es la presidencia del Fondo Nacional de las Artes, lugar al que llegó de la mano de Carlos Menem y que convirtió en su chiche.
Amalita promete vivir hasta los 100 años. Morirá entonces el 15 de agosto del 2021 después de haber disfrutado durante buena parte de su vida de una fortuna que alguna vez rankeó en el top 300 de Forbes –sumaban 1600 millones de dólares– y que ahora andará bastante más por debajo, culpa del cóctel de recesión y devaluación. Con todo, es seguro que en los dieciocho años que le restan no pasará sobresaltos económicos.
El gran salto de su fortuna ocurrió durante la dictadura. En enero de 1976 murió su marido, Alfredo Lacroze, y apenas tres días después Amalita se colocó al mando de Loma Negra, cuestión de no dar lugar a quienes reclamaban una parte de la herencia. Primero, la ayudó la tablita de Martínez de Hoz que subió el precio del cemento, después la fiebre edilicia que acompañó al Mundial ‘78. Ese año, Loma Negra tuvo una ganancia record de 160 millones de dólares. La señora de Fortabat suele jactarse que ella solita triplicó el patrimonio de la empresa.
La segunda buena época fue durante la presidencia de Raúl Alfonsín, cuando su poder de lobby le permitió quedarse con las grandes obras públicas como El Chocón, Yacyretá y Salto Grande. Como todas las fortunas nacionales fue conseguida gracias a suculentos contratos con el Estado, lo que la hizo merodear cerca del poder, sobre todo con el menemismo.
De Carlos Menem es amiga. El ex presidente la nombró embajadora itinerante aunque Amalita, extrañamente, no aprovechó la cercanía para invertir en la ganga de las privatizaciones. Por aquel momento decidió incursionar en el negocio de los medios de comunicación con mala fortuna. En La Prensa gastó 20 millones de dólares hasta que la abandonó a su suerte. Lo mismo sucedió con Radio El Mundo y Horizonte. En general, no diversificó mucho los negocios: es propietaria de Ecocemento, Lomax, Recycomb, el tren de carga Ferrosur Roca, de Estancias Unidas del Sur y de su Fundación, que mantiene con donaciones instituciones sociales y ONG’s.
Otro favor de Menem fue nombrarla al frente del Fondo Nacional de las Artes, en 1991. Amalita siempre le gustó mostrarse como mecenas e incluso creó sus propios premios artísticos. Los dejó de otorgar luego de la polémica creada en torno a El Anatomista, de Federico Andahazi. A la señora no le gustó nada que su jurado premiara un libro que contaba la historia del médico que descubrió el clítoris.
Aunque si se trata de placeres femeninos, Amalita tuvo lo suyo. Su primer matrimonio fue con Hernán Lafuente, con quien tuvo a su única hija Inés. Después mantuvo una larga amistad con el ex coronel Luis Prémoli, quien la acompañó durante años. En distintos momentos, apareció vinculada al actor Juan José Camero y a Ramón “Palito” Ortega. Quienes visitaron el lujoso tríplex que la señora de Fortabat tiene en Avenida del Libertador al 2900 comentan que una de las pocas fotos que decoran el living es la del ex senador.
Amalita tuvo problemas de salud que modificaron su ánimo siempre chispeante. Debió hacerse dos operaciones de cadera y comenzó a caminar con ayuda. Paralelamente, delegó la conducción del grupo empresarial en manos de Alejandro Bengolea, hijo de Inés. Con los ímpetus de sus 36 años, su nieto realizó emprendimientos demasiado ambiciosos y dejó al gruposuperendeudado. Tuvo que dar un paso al costado para que vuelva Víctor Savanti, el ex CEO de la empresa. En Loma Negra la facturación cayó en los últimos tiempos de 300 a 100 millones de dólares y posee un pasivo de 430 millones, dos tercios en dólares.
La señora de Fortabat tuvo que tomar la dolorosa decisión de desprenderse de las joyas de la abuela –en este caso de ella–: su pinacoteca. Dolorosa no sólo porque no podrá deleitarse más con esas obras maestras de la pintura sino porque reveló al público el estado de sus finanzas. Sólo le quedó el consuelo de mantener su Gauguin porque nadie quiso pagar los 20 millones de dólares que pedían.
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