EL PAíS • SUBNOTA
› Por Mario Wainfeld
En los 27 países de la Unión Europea (UE) sólo cinco tienen un primer ministro “progresista”. Así lo informa un interesante artículo firmado por Andrea Rizzi, publicado en el diario español El País. La referencia se agrava al mirar cuán desteñida, si no francamente sucia, está la camiseta rosa de dichos gobiernos, entre los que se cuentan el griego y el español de José Luis Rodríguez Zapatero. RZ se ha visto forzado a convocar a elecciones adelantadas en las que no participará. Las chances de su delfín, Alfredo Pérez Rubalcaba, son escasas.
Claro que es necesario matizar el cuadro porque todos los gobernantes europeos, lo que abarca a los de derecha o centroderechas, ven peligrar su continuidad. El italiano Silvio Berlusconi o el francés Nicolás Sarkozy son ejemplos conocidos, para nada los únicos. En el balance, el revés para las “izquierdas” es mucho mayor porque se han plegado a la cartilla de sus adversarios, promoviendo ajustes tremebundos que el argentino medio conoce por experiencia propia.
Rizzi destaca otra derivación, de más largo plazo. En los últimos tiempos, el bipartidismo ha cedido espacio en la UE. Las dos fuerzas dominantes interpelan una fracción menor de los electorados en Alemania, Reino Unido, Holanda, Finlandia, Grecia y Portugal. Las mermas son significativas, las alternativas que surgen muy variadas. Van desde los “indignados” que hacen punta en Madrid y tienen franchising en otros suelos, hasta ecologistas, pasando por partidos radicalizados de derecha, antieuropeístas, racistas, cuando no antediluvianos. El cronista intuye que el asesino serial de Oslo, en ese contexto, es antes un emergente extremo que una anomalía patológica individual. La literatura, como suele ocurrir, anticipó tendencias. Las recomendables novelas del sueco Henning Mankell aluden a una creciente perversión filo nazi precisamente en los países nórdicos, que registran las mejores performances de estados benefactores y ahora hacen, relativamente, agua.
Los indignados españoles, de flamante matriz, afrontarán un dilema de hierro en las elecciones del 20 de noviembre, aniversario de la muerte de Francisco Franco, otrora Caudillo de España por la gracia de Dios. Los sistemas democráticos estables, con partidos bien implantados dificultan los cambios súbitos. Podrán elegir entre ir construyendo alternativas a largo plazo, acompañar al abdicante PSOE o favorecer, por vía de alguna forma de abstención, al Partido Popular que hará el ajuste con menos culpa y ambages que Zapatero.
La estabilidad de los sistemas políticos, valga la nueva precisión, también será puesta a prueba. Gran Bretaña es uno de los regímenes parlamentarios más estables con mandatarios que mandaron durante largos períodos, como la conservadora Margaret Thatcher o el laborista Tony Blair. En su última elección mudó a una coalición bipartidista, con hegemonía tory y presencia de los liberales. La alianza se cuarteó y el primer ministro David Cameron no tiene facha de emular los records de Blair o Thatcher.
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El presidente norteamericano Barack Obama emergió como una estrella fulgurante, con aires renovadores. Venía en mengua pero el asesinato de Osama bin Laden, repudiable por donde se lo mire, lo revalidó ante la peculiar opinión pública de su país. A menos de tres meses del suceso su imagen ha caído mucho, aunque acaso la próxima recordación del 11 de septiembre le dé una manito. Pero hay cuestiones estructurales más fuertes, que lo complican. La economía de los Estados Unidos está estancada, los medios de ayer anunciaron que en el primer semestre creció un uno por ciento, una cifra irrisoria considerando la magnitud de la crisis. El desempleo alcanza guarismos machazos. Con esas coordenadas, los congresistas republicanos le hacen la vida imposible y le retacean la modificación presupuestaria imprescindible para no caer en el default. La Vulgata dominante en la Argentina propone al primer mundo (y algunos países cercanos) como modelos de convivencia política y cooperación. La Moncloa permanente, bauticemos. La rigidez de las posturas opositoras en España y Estados Unidos refuta esa versión escolar. Los republicanos encierran a Obama, conducidos por el Tea Party, una minoría interna radicalizada al mango. Su narrativa es macartista, de una linealidad que destacaría por contraste a mentes binarias autóctonas como Francisco de Narváez o el mismísimo Mauricio Macri.
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La Unasur, un organismo de breve y activa trayectoria, se reúne de arrebato en Lima. Los presidentes de nuestra región acuerdan cónclaves inminentes para encarar (dentro del acotado marco de lo posible) acciones conjuntas de cara a la crisis. Algunos integrantes, Argentina y Brasil sin ir más lejos, son socios estratégicos desde hace años y opositores férreos al consenso de Washington. El ex presidente Lula da Silva sincera sus preferencias: le gustaría que Cristina Fernández de Kirchner fuera reelecta. Lula no come vidrio, no da puntada sin nudo y no acostumbra pensar contra los intereses permanentes de su Brasil brasileiro. Pero volvamos a Lima.
La necesidad del obrar colectivo es validada por todos, como reseñan inmejorablemente las notas publicadas ayer y anteayer en Página/12 por el colega Martín Granovsky. Resalta en esas crónicas glosadas las manifestaciones del presidente colombiano Juan Manuel Santos, quien tildó de “irresponsables” a dirigentes políticos y centros de poder financiero del primer mundo. “Tenemos que hacer algo juntos y pensar medidas entre todos para defendernos”, agregó el mandatario, sucesor y ex ministro de Alvaro Uribe, quien fuera niño mimado y adalid de la Casa Blanca en el vecindario. Habrá entrambos diferencias personales, seguramente pesan más las de las coyunturas que atravesaron. Ser socio minoritario del Tío Sam se ha convertido en una empresa ruinosa. Los países de la cuenca del Pacífico que apostaron a los Tratados de Libre Comercio atraviesan mares más picados que aquellos que eligieron el destino regional y menor dependencia. Santos hereda a su compañero de partido, el presidente Ollanta Humala recibe llave en mano desaguisados de su precursor, Alan García.
Las campanas repican fuerte en el orgulloso centro del mundo, que (ojo al piojo) en general conserva indicadores económico-sociales que serían envidiables más al Sur. Pero las campanas, ya lo dijo un gran poeta anglófono, siempre doblan por todos.
Una de las lecciones de la crisis es que ninguna coyuntura es eterna. Y que la dependencia de mercados de naciones más poderosas, un riesgo latente. La Argentina que basa su “modelo”, en esencia exportador de materias primas con escaso valor agregado, debe observar los vaivenes de China, gran tenedora de bonos públicos norteamericanos. Y gran exportadora a ese país que retrae sensiblemente sus niveles de consumo.
En 2008 y, sobre todo, 2009 la Argentina superó la crisis internacional con mucho menos costos socioeconómicos que ante cualquiera de las anteriores. Una diferencia cuantitativa que de tan gigante, debe valorarse como cualitativa. Aunque, de todas maneras, algo padeció, se frenó el crecimiento. También el ascenso electoral del kirchnerismo a partir de 2003. Se conjuraron errores serios de política doméstica, lo cierto es que el Frente para la Victoria perdió muchos votos en comparación con 2007 y determinó el piso del que arranca ahora para buscar la reelección.
El “modelo” es, pues, imperfecto, contingente y requerirá modificaciones más pronto que tarde. El cronista deplora (cuando no aborrece) la expresión “asignaturas pendientes” que parece aludir a una currícula trazada. Todo es más complejo, máxime cuando (más allá de los vaivenes de la economía mundial) emergen problemas de la etapa, densos e irresueltos.
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La violencia homicida desplegada en Jujuy pone en llaga varios problemas. La barbarie de las fuerzas de seguridad, las trabas que tiene el gobierno nacional para sostener (incluso en provincias aliadas, raigalmente peronistas, como Formosa y Jujuy) su valiosa premisa de no reprimir la protesta social. El poder corporativo vigente que no finca sólo en las patronales agropecuarias o los grandes medios. También en proverbiales sujetos históricos (no tan antagónicos con el gobierno provincial o el nacional) como el Ingenio Ledesma o los Blaquier.
Como sustancial telón de fondo está el surgimiento de necesidades básicas propias de la etapa, subsiguientes a la recuperación del empleo y la actividad económica. Eso fue la Asignación Universal por Hijo que reparó en la insuficiencia del trabajo para generar ingresos dignos a toda la población. Las carencias en materia de vivienda, la injusta distribución de la tierra, el hacinamiento urbano, el transporte, un sistema de salud que hace agua, exigen un rango superior en la agenda de prioridades.
El cronista opina que el oficialismo es, entre los partidos con posibilidad de ganar las presidenciales, el más dotado ideológicamente y por capacidad de acción para acometer esas reformas imprescindibles. Será necesario que repase su agenda, sus elencos y algunas vigas maestras de su política, que requieren amoldarse a los tiempos y hacerse cargo de las desigualdades y demandas de nuevo cuño.
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