EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Oscar Oszlak *
Cuando alguna vez se le pidió a Albert Einstein un curriculum vitae, entregó una tarjeta en la que, debajo de su nombre, decía simplemente “físico”. Podríamos escribir decenas de páginas para intentar abarcar la trayectoria y los aportes de Guillermo O’Donnell al pensamiento político contemporáneo, pero recordarlo como un “intelectual comprometido” sería, seguramente, la forma más simple y apropiada para destacar sus contribuciones.
Lo conocí en 1969, cuando ambos regresábamos de los Estados Unidos, luego de completar nuestra formación de posgrado y el viejo Instituto Torcuato Di Tella nos acogía como jóvenes investigadores. De inmediato me impresionaron su rigor científico, la profundidad de sus reflexiones y su pasión por develar las claves fundamentales del funcionamiento de la política argentina y latinoamericana, con su alternancia de regímenes autoritarios y democráticos y sus complejas y mutuas interpenetraciones entre sus estados y sociedades nacionales.
En 1975, cuando la represión lopezreguista se instaló en el gobierno de Isabel Perón, augurando la irrupción de un nuevo régimen militar, Guillermo nos convenció de la necesidad de crear un nuevo espacio de reflexión académica. Así, establecimos el Centro de Estudios de Estado y Sociedad, del que fue su primer director y desde el cual impulsó una verdadera etapa fundacional de la ciencia política argentina. Allí se formaron muchos de los investigadores que, con los años, fueron poblando los centros académicos argentinos en ciencias sociales.
Su libro El Estado Burocrático Autoritario constituyó, en 1982, una referencia obligada y definitiva para quienes intentaron, desde entonces, comprender la emergencia y funcionamiento de los regímenes autoritarios. A partir de allí, su figura creció internacionalmente, al tiempo que crecían su producción y su influencia sobre un pensamiento original, crítico y renovador en la ciencia política, particularmente en torno de los procesos de transición desde el autoritarismo y de consolidación democrática.
Otras notas destacarán, seguramente, los hitos que fueron marcando su carrera y su singular aporte académico e institucional. Pero quiero destacar, por último, un rasgo de su personalidad que probablemente no recojan otros medios. Hace poco más de un año, invité a Guillermo a que públicamente hiciéramos una reflexión sobre un trabajo que escribimos en colaboración 36 años antes. Lo hicimos en la Universidad de Buenos Aires, ante colegas, graduados y estudiantes. Y aunque sus dificultades físicas eran evidentes, se prestó gustoso, como siempre lo hizo cuando recibía este tipo de requerimientos, demostrando que su capacidad intelectual estaba intacta y que su pasión por la reflexión y difusión del conocimiento no admitían excusas.
Su generosidad y su afecto dejarán una marca indeleble en todos aquellos que lo conocimos y compartimos con él pedazos de nuestras vidas. Adiós, viejo amigo, adiós a un intelectual comprometido.
* Politólogo, investigador del Conicet y del Cedes.
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