EL PAíS • SUBNOTA
› Por Hugo Chumbita *
Los hechos históricos son inconmovibles, a veces transparentes, a veces oscuros o enigmáticos. Pero la historia es una disciplina –ciencia y arte– cuya razón de ser es revisar y actualizar la visión del pasado. La generación que tomó el poder con el proceso de la “organización nacional” buscó instituir y congelar una versión, la de los vencedores de Pavón, que servía al proyecto de la “europeización” de Argentina como satélite de las potencias capitalistas dominantes.
Dentro de aquella interpretación, la Revolución de Mayo era la obra de una minoría ilustrada que, tras derrotar al absolutismo español, enfrentó a las fuerzas autóctonas de la barbarie o la anarquía, las cuales demoraron durante medio siglo la implantación del orden constitucional y las condiciones del progreso económico. Este esquema rescataba principalmente a Rivadavia, el precursor de la deuda externa, como ideólogo de la república liberal, descalificando a Artigas, Dorrego, Rosas y los demás caudillos federales como representantes del atavismo de la plebe y las masas rurales, que se oponían a la apertura del país al mundo civilizado.
Sarmiento describió el dilema sudamericano como un “conflicto de razas”, atribuyendo la frustración del sistema republicano a la mezcla de sangre hispánica e indígena, una herencia cultural que debía ser extirpada mediante la educación pública. Mitre concibió a la clase dirigente del país como una prolongación de la elite caucásica europea, destinada a gobernar y “civilizar” esta parte del mundo. El relato histórico implantado por el Estado oligárquico siguió ese canon racista y colonialista, constituyendo una superestructura cultural alienante en la que se instruyeron las generaciones siguientes.
Las bases económicas, políticas y sociales de la dependencia fueron cuestionadas por los movimientos populares y democráticos del siglo XX, pero sus fundamentos ideológicos no fueron desplazados. Esa ideología neocolonial promueve la mentalidad que necesita hoy el capitalismo global para utilizarnos como cantera de recursos naturales y también de recursos humanos, mostrándonos como desideratum el espejismo del “primer mundo”, ese que ahora vemos sumido en el espanto y la decepción de sus pueblos. El relato histórico liberal-oligárquico fue desafiado en la Argentina por sucesivos movimientos intelectuales revisionistas, pero sus monumentos, sus himnos y sus bronces persisten en los manuales de enseñanza y en la nomenclatura oficial. En general, las tendencias historiográficas universitarias no se han sacudido aún ese lastre, y han encontrado módicas coartadas para eludir su responsabilidad.
La iniciativa del Instituto de Revisionismo Histórico Manuel Dorrego es una apuesta al debate para reconstruir una visión actual del trayecto de la república, a partir de un pensamiento situado –el “pensar desde aquí” de Arturo Jauretche–, con un enfoque nacional, popular, federal y americanista de los dilemas que atraviesan nuestra historia y que aún están pendientes de resolución. No para imponer una contrahistoria ni otra versión oficial del pasado, sino para que el conocimiento histórico cumpla la misión de abrir los ojos de la nueva generación a los retos del futuro.
* Historiador, docente e investigador de las universidades de Buenos Aires y de La Matanza.
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