EL PAíS • SUBNOTA › LOS DILEMAS DE LA HISTORIA > EL DEBATE SOBRE LA CREACIóN DEL INSTITUTO DE REVISIONISMO HISTóRICO
› Por Jorge Coscia *
Es extraordinaria la foto reciente de Chávez leyendo atento, con sus anteojos puestos, y la marca en el cuerpo del tratamiento de su enfermedad, una vieja edición de Historia de la Nación Latinoamericana, de Jorge Abelardo Ramos. La tapa amarillenta, una cinta en el lomo del libro para que no se desarme, los brazos firmes que lo sostienen. La imagen impacta por su capacidad de condensar la metáfora. Un libro militante, leído por un militante popular, con las marcas que deja el tiempo.
Ese libro le llegó a las manos del Comandante por las gestiones que hiciera Natalia Fossati, hija de Eduardo, un militante de toda la vida de la corriente que creó y lideró el Colorado Ramos. Se lo acercó Natalia en una oportunidad, en un pasillo de Canal 7, con una dedicatoria en la primera hoja que rezaba “Por un Ayacucho definitivo... a Paso de Vencedores”. El Comandante prometió que lo iba a leer, y esta foto es expresión cabal de su compromiso. Por suerte, Chávez tendrá ahora una nueva versión de ese histórico libro que le permitirá conservar ese viejo ejemplar como un preciado tesoro.
Sucede que esta obra capital del pensamiento latinoamericano ha sido recientemente reeditada (en español, gracias a la comprometida editorial Continente, y en portugués a Editora Insular). Que sea justamente ahora merece sin dudas destacarse. No se trata de una casualidad o de un capricho de algún editorialista excéntrico. Esta reedición constituye un hecho no sólo histórico y cultural, sino esencialmente político. Y coincidente con un clima de época latinoamericano distinto y vivificante. Se respira en el aire una nueva valoración de nuestras raíces históricas, y del destino común que nos une como hermanos. No es en vano.
Gracias a la generosidad de mi amigo y compañero Víctor Ramos, tuve el honor de prologar ambas reediciones del clásico de su padre, mi gran maestro.
La lectura de este libro paradigmático del pensamiento emancipador latinoamericano ilumina el presente con la magnífica luz de las raíces históricas en esa permanente pugna entre integración y balcanización que Ramos recrea. La investigación minuciosa que él realizó de nuestra historia común se combina con su militancia política ininterrumpida, en pos de afianzar la gran Nación con la que soñaron nuestros mejores próceres.
Historia de la Nación Latinoamericana es, sin dudas, un libro que reorganiza la idea de una patria común en la senda previamente abierta por los patriotas del siglo XIX, como Bolívar, San Martín, Monteagudo, Simón Rodríguez, Artigas, Sucre, Dorrego o Morazán, y luego continuada por políticos y pensadores latinoamericanos del XX, como el uruguayo Rodó, el argentino Manuel Ugarte, el peruano Haya de la Torre y el boliviano Paz Estenssoro, además de los sueños del Pacto ABC pergeñados por Perón, junto con los presidentes Vargas, del Brasil, e Ibáñez, de Chile. Todos ellos, con la lente de su tiempo, percibieron la existencia de una patria más grande contenedora de sus patrias chicas. Todos ellos aportaron en el largo camino irresuelto de la integración. Todos ellos también –y Ramos lo describe dolorosamente– fueron derrotados en vida por las poderosas fuerzas centrífugas de la balcanización.
Doscientos años después del 25 de Mayo de 1810, la historia nos da una revancha con estos presidentes latinoamericanos que “se parecen tanto a sus pueblos”. Los argentinos, por caso, hemos comenzado a comprender, con avances y retrocesos, que aquella revolución formó parte de un amplio movimiento que abarcó todo el continente, todo el Nuevo Mundo que España había conquistado. La idea de que José de San Martín nunca pensó su prodigiosa epopeya dentro de los límites de lo que hoy son Argentina, Chile y Perú, sino convencido de que lo que hoy son esos tres países antes era uno solo, ha ganado cada vez más espacio y reconocimiento en la opinión pública. La propuesta continental de Simón Bolívar ha comenzado también a ser conocida en toda Suramérica. El siglo XXI nos ha encontrado en un proceso de integración continental que posee una fuerza y una decisión como no se había visto desde las Guerras de la Independencia.
Mucho se ha avanzado en la última década. El Mercosur, la Unasur, las permanentes reuniones de los jefes de Estado suramericanos, el poderoso cauce comercial que ha comenzado a existir entre nuestros países, la convicción de que existe una cultura latinoamericana que nos es propia y distintiva son sólo algunas de las manifestaciones de este fenómeno. Las condiciones culturales de recepción de este libro no podrían ser más propicias. Pero, claro, todavía es enorme la tarea que tenemos en pos de reconstruir la unidad latinoamericana.
Otro signo vibrante del nuevo clima político y cultural que vivimos es la recuperación del debate histórico por parte del gran público. Cuando debatimos por la historia siempre discutimos política. Algunos parecerían asustarse de perder un monopolio que, creían ellos, les correspondía en exclusividad. Hacen bien, el nuestro es un gobierno democratizador de la palabra. No nos gustan los monopolios. Lo que sí no es tan entendible es la crispación que algunos quieren restituir. La democratización del discurso histórico que promovemos implica que la convivencia y la discusión historiográfica de todos los institutos históricos, desde el Museo Roca y el Mitre hasta el Instituto Manuel Dorrego que acabamos de inaugurar, dependientes de la Secretaría de Cultura de la Nación. De lo que se trata es de que haya más voces, no menos.
Que las verdades relativas debatan en el ágora pública, que la reflexión por el pasado, por nuestros héroes patrios y los diversos relatos en pugna ocupen la primera plana de los diarios, mientras el mundo desarrollado no alcanza todavía a detener su derrumbe neoliberal es algo que debería llamar la atención de todos. Aquí en América latina promovemos la discusión del pasado para poder mejor prepararnos para el futuro. El espejo retrovisor de la historia para guiarnos en la acción emancipadora que tenemos por delante.
Hay quienes reclaman una tecnocracia de la historia, sostenida por el academicismo y los diplomas, como si el análisis de nuestro pasado pudiera ser comparable a las ciencias exactas. Tal vez no es casual que los cultores de una ‘historia oficial’ que ha relatado los hechos según una visión política inocultable, se horroricen hoy de una corriente cuyo solo nombre convoca al debate y a la revisión.
Por ello, esta reedición de Historia... es una noticia que celebramos. Porque Latinoamérica merece tener su historia completa si quiere seguir profundizando su propia vía al desarrollo y a la emancipación definitiva.
* Secretario de Cultura de la Nación.
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