EL PAíS
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Carta abierta a Schröder
Por Oscar R. González *
Como diputado nacional del Partido Socialista Democrático de la Argentina, me dirijo a Ud. en su doble carácter de canciller de la República Alemana y presidente del Comité Ejecutivo del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), con el que nuestro partido ha mantenido lazos políticos y fraternales desde fines del siglo 19.
Lo hago a propósito de su visita a nuestro país y de las declaraciones formuladas por Ud. en México, donde sostuvo que “Antes de que los organismos internacionales ayuden a la Argentina, el país tiene que elaborar un programa coherente”. Ud. arribará a la Argentina acompañado de su ministro de Economía y Tecnología y de varios empresarios, entre ellos los titulares de empresas alemanas de primera línea. Y planteará al gobierno argentino las dificultades que éstas atraviesan.
No cuestiono su interés ni su demanda. Pero es necesario analizarlos con la debida perspectiva. La Argentina atraviesa una crisis terminal, a la que ha sido conducida, desde luego, por la impericia, la rapacidad y la corrupción de sus propios gobernantes, pero a la que no son ajenas las empresas nacionales y transnacionales, las instituciones financieras multilaterales y los poderes internacionales de facto que han venido auspiciando, desde hace más de dos décadas, las políticas neoliberales que hicieron suyas las sucesivas administraciones que ejercieron el poder en nuestro país.
Como fruto de ello, la Argentina tiene hoy un Estado arrasado, una pobreza y un desempleo sin precedentes, una fractura social inédita y un endeudamiento enorme, que pesa sobre el futuro de varias generaciones de compatriotas, contraído irresponsablemente por sus gobiernos, es cierto, pero auspiciado también por los grandes centros financieros y por el Fondo Monetario Nacional (FMI), que su país integra de manera preponderante.
Las empresas transnacionales no han sido ajenas a este proceso de decadencia. Y vale aquí citar el caso –sólo uno entre tantos que sería largo enumerar– de la empresa Siemens y el contrato para la confección de los documentos de identidad de los ciudadanos argentinos, cuyo otorgamiento estuvo siempre rodeado de fuertes sospechas de corrupción y que significaba una onerosa carga para el Estado y los contribuyentes de nuestro país.
Precisamente, la connivencia entre el poder político y el poder económico –nacional y transnacional– ha generado no sólo ruinosos negocios para el Estado sino también un fuerte debilitamiento de las instituciones republicanas, expuestas hoy a un descrédito que no reconoce antecedentes.
En esas circunstancias, quiero dirigirme al hombre que a la temprana edad de 19 años se incorporó al partido fundado por Carlos Liebcknecht y Augusto Bebel, y cuya trayectoria honraran hombres como Friedrich Ebert y Willy Brandt.
En los primeros 70, Brandt fue uno de los principales mentores del diálogo Norte-Sur, consciente de que el abismo entre las naciones ricas y pobres del planeta –que ya entonces comenzaba a profundizarse– era un obstáculo insalvable para el progreso del género humano, la afirmación de la democracia y la posibilidad de fundar un orden internacional más justo.
La demanda formulada por aquel insigne humanista sigue plenamente vigente. En el futuro, los argentinos deberán darse otro gobierno, capaz de inaugurar y sostener otro rumbo político, económico y social. Pero los países desarrollados, y sobre todo sus fuerzas más progresistas, tendrán que formularse una severa autocrítica sobre su papel en las crisis de nuestros países.
* Diputado nacional PSD/ARI.
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