Jue 16.02.2012

EL PAíS • SUBNOTA  › OPINIóN

El relato de Videla

› Por Luis Bruschtein

Como se dice ahora: el “relato” de Videla es muy parecido a otros que se expresaban con mucha fuerza cuando se fueron los militares, con algunos agregados, en este último caso, derivados de la derrota en Malvinas. Videla es contemplativo con Alfonsín (aunque no puede evitar que se le note el disgusto) y con Menem (al que verdaderamente valora). Pero es furiosamente antikirchnerista. Todo dicho desde un discurso que trata de ubicarse bajo un paraguas republicano. Se define a sí mismo como un defensor de la República.

Uno se pregunta la razón de que haya tanta coincidencia entre esos relatos políticos de la salida de la dictadura. Y la respuesta es evidente: son relatos donde puede convivir lo “democrático” junto a lo “golpista”. Y tampoco constituyen una novedad porque de ese tipo era el “relato democrático” predominante durante varias décadas en la historia argentina, donde esos parámetros, antagónicos en la realidad, podían coexistir. Era una coexistencia imposible, pero naturalizada. Así lo reconoce el mismo Videla cuando recuerda, casi sin darle importancia, la forma en que se daban los golpes militares en esos tiempos.

Tuvieron que pasar más de 20 años para que los asesinos, torturadores y violadores de la dictadura fueran juzgados y condenados. El tiempo de esa demora es el reloj de la democracia argentina. Ese pensamiento tan hipócrita expresado en el relato de Videla –y otros semejantes en ese aspecto– fue perdiendo relevancia recién cuando llegaron los juicios. En ese instante se conjugaron varios factores: la lucha histórica de los organismos de derechos humanos, la decisión política del kirchnerismo, el acompañamiento del Congreso y el laudo definitivo de la Corte. Finalmente los tribunales están haciendo el último tramo.

Por supuesto que el kirchnerismo tuvo un mérito importante. Pero antes de que el kirchnerismo llegara al poder, incluso antes del golpe de Estado, también hubo políticos que fueron minoría, que fueron disidentes, que fueron poco escuchados y que no tuvieron grandes espacios ni poder de decisión y que expresaban una vocación democrática genuina. Y había sectores de la sociedad que tampoco comulgaban con ese sentido común de conservador autoritario tan extendido durante tantos años. Uno prefiere ponerlo en ese lugar democrático a un Raúl Alfonsín que siempre había sido minoría en su partido. O al socialista Alfredo Bravo, prisionero, mientras otros socialistas, como Américo Ghioldi, expresaban su respaldo a la dictadura. O el demócrata progresista Ricardo Molinas, un hombre íntegro pero en soledad frente a la dirigencia oficial de su partido que también respaldaba a los militares. O un peronista como Héctor Cámpora, asilado en la Embajada de México.

Con esos antecedentes, pero sobre todo por el peso simbólico de las Madres de Plaza de Mayo y los demás organismos de derechos humanos y después de veinte años de recuperada la democracia, el kirchnerismo pudo completar un discurso que no admite esa coexistencia. El primer intento de Alfonsín fue fugaz y luego ese discurso se mantuvo en la calle, lejos del poder político. Hubo otra aproximación con la Alianza que, además de fugaz, nunca fue más allá de lo declarativo.

El odio de Videla contra el kirchnerismo es, en realidad, contra todos esos factores de una democracia que finalmente lo pudo ver como un reo despreciable, sin medias tintas, sin atenuantes ni ambigüedades. Lo que Videla percibe como venganza es la expresión más pura de la democracia. Como golpista autoritario nunca lo podrá entender, pero en una democracia, el golpista y jefe de un Estado terrorista sólo puede ser visto como un delincuente.

A partir de los juicios, esta mirada democrática es la que predomina, pero cada tanto aparece el viejo resabio. No hace mucho, Elisa Carrió coincidió con Videla y habló de que había venganza en vez de justicia. Es posible que muchos se horroricen ahora con estas declaraciones de Videla pero, cada tanto, algunas de estas frases se pueden escuchar todavía en boca de otros personajes.

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