EL PAíS • SUBNOTA
› Por Horacio Verbitsky
Ayer se cumplieron 36 años del golpe militar en la Argentina y 68 de la masacre de las Fosas Ardeatinas, una gruta en las afueras de Roma en la que las tropas alemanas de ocupación asesinaron con disparos en la nuca a 335 personas seleccionadas al azar, en represalia por un atentado partisano al paso de una caravana alemana, en el que murieron 30 miembros de la policía nazi. Ambos episodios fueron recordados el viernes 23 en el patio de entrada de las fosas, donde se conserva la gruta, y se estableció un museo conmemorativo. La relación con la Argentina tiene nombre y apellido: Eric Priebke, el capitán de las SS que participó en la reunión y la ejecución de las víctimas. La conmemoración fue organizada por la asociación de familiares de las víctimas de la masacre, el municipio de Roma y las embajadas argentinas en Italia y el Vaticano. El jueves se proyectó en la Casa municipal de la Memoria el extraordinario documental de Carlos Echeverría Pacto de Silencio, sobre la protección de que gozó Priebke durante medio siglo en Bariloche, donde llegó a ser la personalidad más destacada de la comunidad alemana. El viernes, luego de breves alocuciones de los diplomáticos argentinos Carlos Cherniak y Torcuato Di Tella, el director del Archivo Nacional de la Memoria, Ramón Torres Molina, entregó una placa de homenaje a la asociación italiana que guarda la memoria de lo sucedido en las Fosas. Vale la pena recordar que Priebke no fue identificado por investigadores argentinos sino por un periodista estadounidense de la cadena ABC. Tomado por sorpresa en la calle, Priebke admitió su participación en el crimen, pero se excusó en el eterno argumento de la obediencia. Dijo que no era antisemita (pese a que entre las 335 víctimas había 75 judíos) y que nunca había participado en la deportación de judíos desde Roma hacia los campos de la muerte. Echeverría demostró que eso no era cierto: en Roma encontró un documento con la firma de Priebke que ordenaba esos traslados. No es un dato menor que un juez de primera instancia, una cámara federal de apelaciones y tres ministros de la Corte Suprema de Justicia argentinos negaran la extradición, que sin embargo fue concedida por la mayoría de la Corte, en 1995. Un subcomisario y dos suboficiales de la Policía Federal, con sus respectivos uniformes, fueron filmados mientras despedían al detenido Priebke en el aeropuerto de Bariloche con afectuosos abrazos y besos. Ambos fueron sancionados, según la declaración oficial, para “preservar la imagen pública”. Por eso el castigo no se extendió a otro policía que estaba de civil y a un subcomisario que dijo que los uniformados eran hombres libres para decidir a quién conferían su afecto. El propio presidente de entonces, Carlos Menem comentó: “Me dicen que es una buena persona”. Ahora se sabe quién era su fuente: el político justicialista de Río Negro Carlos Soria, quien mantenía una relación amistosa con Priebke. La película de Echeverría los muestra en una amena sobremesa, pero el director no identificó a Soria. El fallo que en 1995 concedió la extradición de Priebke estableció la primacía del derecho internacional público sobre el derecho interno, tal como lo afirma la Convención de Viena sobre el derecho de los tratados. La imprescriptibilidad de esos delitos surge de las convenciones sobre crímenes de guerra y de lesa humanidad y de la Convención americana sobre desa-parición forzada de personas. El mismo año se produjo la confesión del primer verdugo que se decidió a narrar los crímenes cometidos en primera persona, el ex capitán de la Marina Adolfo Scilingo. Así se puso en marcha un proceso incontenible. Mientras Priebke fue enviado a Italia, donde lo juzgaron y condenaron, en la Argentina se creó la primera organización de descendientes de víctimas de la dictadura (HIJOS) y comenzaron los juicios por la verdad, cuando el presidente del CELS, Emilio Mignone, requirió a la justicia que investigara qué había sucedido con su hija Mónica, secuestrada del domicilio familiar poco después del golpe. Priebke fue condenado en Italia en 1997. Hoy tiene 99 años y goza del arresto domiciliario, que hasta incluye permisos de salida. Lo único que ha perdido es la respetabilidad de que gozó en Bariloche, donde prestó instalaciones del colegio alemán Primo Capraro para que funcionaran los establecimientos educativos de la Fraternidad Santo Tomás de Aquino, dirigida por el sacerdote Aníbal Fosberry. Cuando la detención de Priebke, Fosberry también le envió un mensaje de solidaridad. El abogado del ex capitán de las SS en el juicio de extradición, Pedro Bianchi, defendió también al ex dictador Emilio Massera y al torturador Julio Simón, alias Turco Julián, en la causa en la que en 2001 fueron declaradas nulas las leyes de impunidad. Como recordó aquí Torres Molina, los mismos argumentos que la Corte Suprema empleó para fundamentar el envío de Priebke a Italia, fueron recogidos en aquel fallo de 2001, que la Corte Suprema confirmó en 2005.
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