"Tengo años de terapia, muchísimos; es un mecanismo de profilaxis laboral que nos debería proveer el Poder Judicial a todos los que trabajamos en esto, porque hay un desgaste específico llamado síndrome de "burn out, quemado", dice el fiscal Félix Crous, acusador en el juicio a los represores de El Vesubio. "Con los acusados tengo un gran interrogante sobre cómo llegaron a pasar la barrera entre cualquier trasgresión de la vida y la crueldad extrema. Cómo se hace un terrorista de Estado", revela. "La relación con las víctimas agrega siempre es muy conmovedora. Lograr empatía sin perder el rol profesional y sin que la identificación te impida trabajar es un equilibrio difícil. Con el tiempo lo vas haciendo un poco mejor. En mi caso, el costo lo pagué con la salud. La huella espiritual, subjetiva en mí es una permanente reflexión sin respuesta sobre la condición humana, fruto de estar en contacto con lo más siniestro de la perversión a diario". Para Crous, los jueces "tienen menos margen para expresar este impacto". "Algunos tienen actitudes ponderables; otros están lejos de poder procesar conflictos humanos de esta hondura a riesgo de ser injustos", advierte. Martín Niklison, fiscal del juicio sobre apropiación de niños recuerda cuando un grupo de estudiantes le cuestionó que se abrazara con las víctimas. "Como fiscal me siento libre y las represento", contestó. Aunque con los años se acostumbró a la crudeza de los testimonios, siempre algo lo descoloca. Le pasa con los nietos "por cómo cada uno hace su camino para buscar la verdad y asumirla". Le pasó en especial con Victoria Montenegro. "Podía contar la historia con su apropiador, a quien amaba con toda la desgracia a cuestas, y sacaba todo, y aun con el miedo que le producía reveló que (Juan Martín) Romero Victorica lo ayudaba desde la justicia", relata. "Si uno no viene con un compromiso con los derechos humanos, y una historia de militancia en mi caso, no sé como enfrentás esto", piensa.