EL PAíS • SUBNOTA
› Por Mario Wainfeld
Ya antes de la denuncia pública del vicepresidente Amado Boudou, en el Gobierno le recriminaban al procurador Esteban Righi haberse desentendido de lo actuado por el juez federal Daniel Rafecas y sobre todo el fiscal Carlos Rívolo. Rafecas es discípulo de Righi, trabajó con él. Hay funcionarios que consideran que fue un acto irresponsable del juez haber delegado la instrucción de un expediente tan sensible en el fiscal. “Lavarse las manos” o algo peor. Los argumentos de Righi eran su imposibilidad de “conducir” al juez y al fiscal. Es claro que el reclamo era influir en ellos y no darles órdenes: el Poder Judicial tiene una curiosa organización, escasamente jerárquica. Es relativa la autoridad del procurador para sugerir conductas, tal fue el argumento de Righi.
Las discrepancias estallaron cuando se conoció el allanamiento al departamento propiedad de Boudou. Luego llegó el discurso de éste, que atribuyó conductas desdorosas al estudio en el que laboran la esposa de Righi, uno de sus hijos y la esposa del ministro macrista Guillermo Montenegro. Esos hechos, como todo proceder sospechoso de cualquier funcionario o magistrado, deberán ser pesquisados a fondo.
Eso insumirá mucho tiempo, los plazos políticos son más acuciantes. La entidad de la acusación forzaba al entonces procurador a poner su renuncia a disposición del Gobierno. Conversó desde Nueva York con el secretario de Legal y Técnica, Carlos Zannini y, ni bien llegó, se reunió con él, tal como informó en exclusiva este diario. El coloquio fue tan cordial como parco, insumió pocos minutos. Se acordó que Righi redactaría su dimisión y la entregaría el martes. Así lo hizo, en un texto encomiable en el que defendía su honor, reivindicaba su trayectoria, prometía probar sus razones en los Tribunales y ratificaba su identificación con los logros y rumbos del Gobierno.
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La renuncia fue aceptada por ventanilla, se propuso en su reemplazo a Daniel Reposo. El respectivo acuerdo en el Senado requiere las dos terceras partes de los miembros presentes en la sesión. Una mayoría exigente, que se complica por la oposición de los radicales y del Frente Amplio Progresista. La oposición tiene 21 votos seguros, necesitaría 25 para garantizar su veto a la propuesta, si hay asistencia perfecta. En tal caso, el Frente para la Victoria (FpV) necesitaría 48 senadores votando por la afirmativa. Por ahora, cuenta entre 41 y 45, según quien calcule el “poroteo”, lo que da cuenta de su indefinición. Conseguir los faltantes dependerá de la adhesión de algunos miembros del desperdigado Peronismo Federal. La forma de contribuir puede ser la abstención mediante ausencia o el voto afirmativo. Los operadores oficialistas se mueven en busca de ese puñado de votos, combinando el escepticismo de la inteligencia con el optimismo de la voluntad. El final es abierto.
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Ocupantes de la Casa Rosada añaden en el “debe” de Righi faltas de tesón o de eficiencia previos. Desde luego, se trata de cuestiones opinables. En la mirada de este cronista, el desempeño del procurador durante muchos años fue correcto, con puntos altos como el dictamen que presentó en la causa referida a la medida cautelar interpuesta por el Grupo Clarín contra la vigencia plena de la Ley de Medios. También fue consistente en materia de derechos humanos. Ciertamente en tanto trayecto habrán existido errores o negligencias, como en cualquier otra área de gobierno.
Está entre las incumbencias presidenciales renovar su elenco y nadie puede decir, en serio, que el procurador general no necesita el aval presidencial para seguir en su cargo. Lo que, a los ojos del cronista, fue desmedido e injusto fue el modo de despedirlo. Buceando en la memoria, hay que remontarse a los casos del ex banquero central Martín Redrado o del ex ministro Gustavo Beliz para hallar una renuncia que incluyera tanto castigo adicional. Los ejemplos son llamativos porque tanto Beliz como Redrado estaban de punta contra políticas esenciales del oficialismo y nadie puede decir algo parecido sobre Righi.
El impacto en la primera línea del Gobierno no fue menor. Desde la Rosada se instó a defender públicamente a Boudou. No todos lo hicieron con el mismo entusiasmo, ni todos lo verbalizaron del mismo modo. En el breve lapso del segundo mandato de la presidenta Cristina renunciaron dos funcionarios relevantes: Juan Pablo Schiavi y Righi.
Las diferencias entre sus trayectorias saltan a la vista y a muchos les chocó el contraste entre la amigable despedida a Schiavi y la que sufrió Righi. Al parecer de este cronista, el mensaje es un paso en falso de un Gobierno que sabe utilizar el mensaje de los signos.
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