EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Daniel Goldman *
Hace un par de años fui invitado por una universidad de Montevideo a dictar una serie de clases. Lo único que pedí fue que me hicieran el contacto con Mauricio Rosencof, a quien estaba ávido por conocer. Rosencof era para mí todo un emblema. Había leído su bibliografía completa hasta el momento y me encantaba escucharlo en el disco La Margarita, de Jaime Roos, cuando con voz medio ronca y con tambores de un fondo indefinido decía: Guardaba a Robert Mitchum, tapa en cancionera. Su asistente en el Municipio de Montevideo, en el que era (o sigue siendo) responsable de Cultura, amablemente me invitó a su despacho. Cuando entré, como relojeando, busqué la gorra colgada en el perchero. Ahí estaba. Fue un encuentro cálido, de esos que no te olvidás. Y al final me tiró un centro, una frase para que la use en alguno de esos sermones que como rabino me toca andar diciendo por allí: “La memoria es la gran barricada”. Qué enunciado, qué propuesta, ¡como para olvidarla!
En su sabiduría, no ignora el poeta que repetir el concepto, como si fuese parte de un ejercicio psicoanalítico, horada la piedra de nuestra conciencia. O en términos más crudos, interpela nuestra amnesia. Rosencof nos parapeta en la barricada del recuerdo, sagrada trinchera del vigor y la energía en la que hay que seguir resistiendo, accionando y debatiendo. Estar en la trinchera es transformar la memoria en denuncia y la denuncia en discurso político. Sabe que es absolutamente indigno sostener que el reclamo de justicia pueda ser un gesto neutro, edulcorado, disecado. La experiencia histórica y Rosencof nos enseñan que los actos neutros representan una categoría antiintelectual en el sentido más profundo del término; que terminan dando el guiño a las acciones funcionales del oscurantismo y de lo reaccionario que beneficia a los victimarios y sus cómplices. Creer que vaciar a la memoria de política es darle otro contenido, es también una postura política que lo único que hace es poner en práctica silogismos de ciudadanía barata que ni siquiera se aproximan a la nostalgia, mecanismo melancólico para que todo siga igual. Rosencof, junto con el lúcido periodista Mario Wainfeld, van a hablar en el acto de Memoria Activa. Siempre imaginé que debía haber empatía entre Mauricio y los familiares de las víctimas, porque ambos conocen de manera descarnada la hondura del dolor. El, desde el pozo en el que estuvo secuestrado y ellos, desde la intensidad del vacío ante las 85 ausencias presentes. Todos conocemos de cómo Rosencof y Eleuterio Fernández inventaron un lenguaje cuando estaban presos en celdas contiguas, a través del golpeteo en la pared. Esta leyenda, que más que saga es un signo penetrante de la condición humana y de la pulsión de vida, es también un símbolo de que por más que pretendan los autoritarios, sean de la calaña que fueren, a la palabra se la puede humillar pero jamás se la puede callar. Aquel que cree que hace callar la palabra con la fuerza de la censura, con el correr del tiempo puede tornarse en un criminal. Tal vez, sólo para pugnar contra estos peligrosos personeros, corresponda movilizar el valor tenaz del recuerdo. A través de los años, Memoria Activa lo supo hacer, acusando sin miramientos a quien se debía y diferenciándose de cualquier poder, del grande y del comunitario. El martes 17 a las 18 frente al edificio de Pasteur, masivamente debemos estar.
* Rabino.
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