EL PAíS • SUBNOTA › LA TAREA DE SEDUCIR A UN NUEVO UNIVERSO DE VOTANTES
Distintos consultores analizaron el impacto que tendría la participación electoral de los jóvenes y coincidieron en que no será decisiva en el resultado de los comicios. Cada espacio político tendrá que convencerlos y también animarlos a que vayan a votar.
› Por Nora Veiras
La posibilidad de que los jóvenes de 16 a 18 años tengan la oportunidad de votar está ya instalada en el debate político. El kirchnerismo impulsó la idea y fijó la agenda legislativa. La ampliación de derechos aparece como el principal argumento de quienes respaldan la propuesta. La sospecha por el intento de manipulación de los nuevos electores es el temor que esgrimen algunos políticos y no pocos editorialistas. Página/12 relevó la opinión de distintos consultores, habituados a batallar con los humores de la ciudadanía, para analizar los motivos y el impacto de la medida. Todos coincidieron en que el resultado electoral no dependerá de ese voto. El nuevo universo plantea sí un desafío para los partidos que quieran seducir a los novatos que tendrán, además, la libertad de ir o no al cuarto oscuro.
Luis Alberto Quevedo, sociólogo, investigador de Flacso y de la UBA, consideró que “es un buen debate de época. Ahora, discutir sólo el tema del voto no me parece el mejor procedimiento: hay algo que le ha pasado al ser joven en el siglo XXI que es más complejo. No sólo el voto, sino también la emancipación económica, la ampliación de derechos civiles y el ingreso a un régimen de responsabilidades. El peor camino es resolver separadamente. Cuando salta el tema de la imputabilidad, me parece muy mal, no se puede pensar aisladamente, hay que pensarlo en un régimen juvenil de penas. Lo mismo es para los derechos civiles y políticos”.
Quevedo recordó la encuesta que realizó el Ministerio de Educación entre chicos de 11 a 17 años –monitoreada desde la coordinación de Escuela y Medios– y en la que aparece el deseo de ejercer el voto. Ante la pregunta: “¿Te gustaría poder votar?”, el 54 por ciento se pronunció por el “sí”, el 34 por ciento por el “no” y un 13 por ciento dijo “no sé”. Quevedo explicó que acotando la franja de 15 a 17 años “el 55 por ciento dijo que ‘sí’. Se notan diferencias importantes por región: en la Patagonia, el 36 por ciento se inclina por el ‘sí’ y el 48 por ciento por el ‘no’. En el Noroeste, por el ‘sí’ se pronunció el 62 por ciento y el 30 por el ‘no’. En el Noreste, el 76 por el ‘sí’ y el 13 por el ‘no’. Lo más interesante es que los sectores altos y medios quieren votar menos que los bajos e inferiores”. El sociólogo destacó que “abrir la ventana para decir que tienen el derecho a hacerlo y no la obligación, es importante”.
Desde el 2010, distintos estudios de opinión dan cuenta de una mayor politización de la sociedad. Una encuesta de Ibarómetro constató, en junio pasado, que “el 68,1 por ciento ‘siempre’ o ‘algunas veces’ habla o discute de política con otras personas. La ‘conversación política’ se incrementó desde el 2010, en la que alcanzaba el 61,1 por ciento. El mismo sondeo registró que al 50,5 por ciento le interesa ‘mucho’ o ‘bastante’ la política y que de ese porcentaje, el 56 por ciento se da en menores de 30 años”.
En este escenario se despliegan las lucubraciones sobre la utilización de ese voto juvenil. Artemio López, de la consultora Equis, apeló a los números para conjurar sospechas. “El padrón definitivo de octubre de 2011 fue de 28.915.030 electores. Se registraron como votantes efectivos 22.955.070 votos, lo que importa una participación del 79,8 por ciento. Con la inclusión de los ciudadanos de 16 y 17 años, se agregarían 2,1 millones de personas de las cuales votarían 1,4 millón –manteniendo el ausentismo promedio—. De los nuevos votantes, la radiografía social indica que el 25 por ciento es pobre, el 15 por ciento ‘ni ni’ (ni estudia ni trabaja) y el 53 por ciento todavía no terminó el secundario. Nadie sabe la dirección de ese voto. A nivel nacional es probable que el promedio de ese voto sea similar al voto de los más adultos. No hay que olvidar que ya votaron otro 1,5 millón de jóvenes de 18 a 20 años en octubre con similar preferencia que la media.” López realizó una simulación incorporando esos nuevos votantes y el Frente para la Victoria obtendría 700 mil votos más, esto es el 55,4 por ciento de votos efectivos, el Frente Amplio Progresista 250 mil votos más, 17 por ciento, y la Unión para el Desarrollo Social 150 mil votos más, el 11,3 por ciento. Claro que los guarismos se relativizarían teniendo en cuenta que el sufragio sería optativo para esa franja etaria.
Roberto Bacman, del CEOP, descartó el argumento de la manipulación “porque puede ser tan cooptado por madurez, hábitos y conocimientos políticos un joven de 16 como de 18 años”. Bacman detalló que los jóvenes tienen por una cuestión demográfica más peso en el padrón: “El año pasado el segmento de 18 a 34 años representaba el 44 por ciento del electorado, con la incorporación a partir de los 16 representará el 47 o 48 por ciento. En el 2015, más del 50 por ciento del padrón va a tener de 16 a 34 años”. El titular de CEOP señaló que la cuestión demográfica fue significativa a lo largo de los años en el cambio del voto en Uruguay, donde a medida que se fueron incorporando los jóvenes, el Frente Amplio logró revertir la tradicional alternancia entre blancos y colorados. En la Argentina, señaló, “metiendo a estos chicos a votar no vas a ganar una elección. Una elección se gana o se pierde por otros factores, no por meter más votantes. Esto no es como la incorporación del voto femenino, que implicó casi duplicar el padrón”. Coincidió con López en que “si uno analiza a quienes votaron a los 18 años en octubre del año pasado, no hay ningún segmento objetivo que esté muy arriba del 54 por ciento. Los jóvenes votaron muy similar al promedio, quizá con una tendencia un poco por encima a favor del kirchnerismo. En las encuestas de imagen, los más jóvenes sí son los que tienen la imagen más positiva de la Presidenta, destacan la inclusión social y tienen una imagen negativa en general de la oposición”. Quevedo calificó como “argumentos torpes” a aquellos que rechazan la posibilidad del sufragio juvenil por el posible resultado, “en todo caso se está de acuerdo o no con que un joven tenga derecho a optar por ese derecho. Decir sí o no por a quién va a votar es torpe. Ni el oficialismo, ni la oposición tienen atado el voto. La oposición tendrá el desafío de ver cuánto de ese voto joven es capaz de atraer. Las elecciones se definen en coyunturas, en climas políticos, es una tontería limitarlo de esa forma”.
Enrique Zuleta Puceiro recordó que ya en la época en que Gustavo Beliz integró el gabinete de Néstor Kirchner, el oficialismo empezó a debatir el voto joven. “En su momento –señaló– produjo un efecto de acorralar a la oposición: el radicalismo y el socialismo estuvieron siempre a favor de la ampliación de derechos. El centroderecha entonces pasa a representar a la oposición, por miedo al peronismo asume una actitud peyorativa frente a la ampliación de derechos: muchos sospechan de las intenciones del partido que lo propone, pero no tiene de por sí ganada la posición. Eso sí, la polarización siempre le es favorable al kirchnerismo.”
Ricardo Rouvier manifestó su acuerdo con que la incorporación del voto joven supone avanzar “en la ampliación de derechos. Desde el 2003 se han ampliado derechos en diversos planos: sectores sociales, la mujer, la familia, el matrimonio igualitario. Incluir a los jóvenes tiene que ver con una cuestión de época, con cambios culturales, mayor democratización de la familia, mayor participación. Los 16 años son, generalmente, el inicio de la militancia para los que les interesa la política. Sería contradictorio impulsarlos a que militen y no habilitarlos para votar”. Sobre la posibilidad de manipulación de ese nuevo electorado potencial, Rouvier señaló: “No conozco procesos de modernización que no tengan al mismo tiempo algún aprovechamiento partidario. En términos coyunturales, la cuestión electoral va a pasar a ser un elemento para la oposición, en términos históricos lo que queda es una ampliación de ciudadanía y eso me parece más estructural”.
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