Mié 20.02.2002

EL PAíS • SUBNOTA  › OPINION

Maldita casa, maldito auto

› Por Julio Nudler

¿Usted tenía un plazo fijo en dólares? Como sabrá, ya no lo tiene. Pero ahora le daremos una buena noticia, la primera que recibe desde el 3 de diciembre, o desde hace mucho más. La feliz novedad es que finalmente podrá utilizar el dinero que le fue secuestrado para comprar aquello que no tenía la menor intención de comprar: una casita, un luminoso departamento, un coche metalizado o una rugiente moto. Si usted viviera en un país normal, esos bienes serían su sueño de materialista. Pero en la Argentina sus fantasías son mucho menos placenteras. De noche sueña que lo despiden, o que si no le rebajan el sueldo, o lo suspenden sine die, o le pagan tarde y nunca, o le liquidan el sueldo en patacones mal entintados. Por ende, lo que le brinda una dádiva de seguridad es el ahorro líquido, la plata que le sirva para tirar unos meses si sus pesadillas se tornan torva realidad. ¿Para qué diablos quiere hoy una vivienda, un cero kilómetro? ¿Cómo pagaría el inmobiliario, las expensas, el ABL, los seguros, la patente? ¿Y la nafta? Pero a la ocasión la pintan calva. Si no aprovecha esta oportunidad de disfrazarse de feliz adquirente de casa nueva o auto en rodaje, lo que retiene es un depósito virtual, atado con alambre a un cronograma incierto, en una moneda cuyo valor puede escurrirse y en un banco al que hordas enfurecidas atacan todos los días. ¿Dónde estará guardado su pobre plazo fijo, fruto de tantos afanes insensatos y del siniestro candor de no haberse dado cuenta de que todo se iba al demonio? Quienquiera se haya robado su dinero, sean los banqueros o los políticos, ¿lo tendrán al menos resguardado, protegido por chapas suficientemente gruesas? ¿O estará allí nomás, a tiro de piedra, a golpe de porra? Usted nunca pensó que podría dolerle tanto comprar una propiedad o un último modelo, pero quizás abrigue escrúpulos infundados. Nadie puede asegurarle que se arrepentirá, aunque tampoco hallará quien le garantice lo contrario. Es el riesgo capitalista del que tanto se habla, y que en la Argentina suele no ser asumido por los capitalistas sino por quienes no son ni tienen la menor posibilidad –y tal vez ni siquiera el deseo– de serlo. Es la hora de apostar por el país, de convertir su certificado en ladrillos o caballos de fuerza. Aunque a usted a la postre no le sirvan de nada y termine sufriendo una licuación mucho peor de aquélla de la que haya querido escapar, habrá constructoras, inmobiliarias y agencias que se beneficiarán con su acto, volviendo a poner en marcha los oxidados engranajes de la economía. Huyendo del corralito tal vez quede atrapado en ellos, pero no olvide que este sistema es carnívoro. Necesita devorar.

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