EL PAíS • SUBNOTA
Gambarella no tuvo que pensar demasiado que lo estaban persiguiendo cuando halló en su cofre la pistola que él mismo encontró el día que fusilaron a los “jóvenes”. Era una pistola 22 corta, con la culata de plata, de la “que nunca me iba a olvidar”. Para entonces ya estaba castigado porque había hablado de sus preocupaciones sobre la ética de la guerra. Lo pusieron en un calabozo “y me di cuenta de que era perseguido por todos lados”. Un viernes salió de franco y, como solía hacer, ofreció alojamiento a dos de sus compañeros de conscripción, uno era de Tucumán y el otro de Santiago del Estero. Más tarde los dos compañeros fueron asesinados, también eran militantes del PRT, aunque Gambarella no lo sabía. En esa ocasión uno de ellos le dijo que había escuchado lo que le estaba pasando y que iba a tener problemas si se juntaba con ellos. Esta es otra parte del círculo de perseguidos que describen las querellas. Luego, como Gambarella quería hacer la carrera de gendarme consiguió un traslado a Córdoba, donde estuvo un año. Antes de que le dieran destino a La Quiaca, le dieron una semana de franco: cuando volvió, le habían dado la baja. “Estuve un año sin documento, ahora lo tengo acá y dice por qué me dieron la baja y los motivos: que me tomaron por subversivo y me hicieron perder toda la carrera, porque a mí me gustaba el Ejército. Pero por haber defendido los derechos, ser atento con estos guerrilleros, me llevó a perder todo mi futuro.”
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