EL PAíS • SUBNOTA
› Por Mario Wainfeld
Los comicios de 2011 y 2013 sucedieron en un mismo país. Sus diferencias deberían inducir a análisis matizados, desde diversas trincheras. Para algunos partidarios del kirchnerismo: recordar que tener en contra a los medios dominantes no impide ganar, golear y gustar en una elección. Para varios opositores “republicanos”: dejar de lado sus caracterizaciones sobre tiranías, stalinismos, fraudes sistemáticos y otras lindezas.
El mapa electoral es muy variado y desautoriza lecturas únicas. El cronista insiste en una añeja convicción: siempre hay pronunciamientos sobre el gobierno nacional. Y, por lo tanto, es lógico hacer un inventario de sus políticas, aciertos y errores. Trasciende el núcleo de las notas de hoy el detalle, lo que no niega su gravitación. La economía, la inflación, la inseguridad, el control a las ventas de dólares, el transporte, la vivienda, pueden ser concausas. También los “fierros” y mandobles de la oposición, empezando por los mediáticos.
Sin embargo, el balance de gestión no basta para comprender lo sucedido. La política “pura y dura” también es determinante. Las enormes asimetrías entre distintos territorios es un dato rotundo, que alude (sin agotar la lista) a tradiciones provinciales, calidades de candidatos o campaña, trayectoria de los gobiernos locales.
Un puñado de ejemplos, fácil de multiplicar, ayuda a aclarar el concepto. El Frente para la Victoria (FpV) ganó cómodo en Tucumán y por un pelito en Jujuy, ambas enclavadas en el NOA.
El FpV arrebató al radicalismo las gobernaciones de Catamarca y Río Negro, dos años ha. En la primera fue batido, en la segunda ganó con holgura. Río Negro también desentona, a favor por así decir, con la tonalidad general de las provincias patagónicas... aunque Tierra del Fuego es la única del país en la que el FpV salió primero, de visitante.
Hay diferencias muy elevadas en partidos contiguos del conurbano bonaerense, con intendentes kirchneristas.
La conclusión obligada es que la gestión en dos años, la calidad de los candidatos (o por su selección o por cómo se movieron), el trabajo territorial tienen que haber sido diferentes.
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“Muchos colegas cancherearon”, dice en confidencia uno de los ganadores del domingo pasado. El 54 por ciento, quizá, encandiló o achanchó a quienes salían a la cancha de nuevo. Es proverbial decir que no es un cheque en blanco, debe añadirse que tampoco es una fortuna atesorada para siempre.
El diseño electoral (PASO y elecciones generales a dos meses) alteran la lógica convencional de las campañas. En el intervalo, hay disensos internos, acusaciones mutuas pero deben ser frizados en aras de la nueva competencia.
Los “mariscales de la derrota”, de cualquier partido, seguramente pagarán el consabido precio... pero eso será a fin de octubre, si se corroboran.
Las reformulaciones, eso sí, están en el orden del día. Nadie está exento de repensarse y en ese trajín se cuelan algunos pases de facturas, en voz baja.
El PRO porteño atraviesa esa etapa, jaqueado por la sorpresiva emergencia de la coalición Unen.
El candidato a senador Alfredo De Angelis riñe a menudo con su tutor, el ex gobernador pejotista Jorge Busti.
En el FpV, la búsqueda de un nuevo diseño es por definición más trabajosa. Cada distrito es un microcosmos, cuyas coordenadas deben sintonizarse con la tendencia general.
“Evitar la nacionalización” suena simpático a comunicadores que jamás participaron en política. Pero no existe como opción para un oficialismo nacional, cuya líder es la protagonista central de la política.
Lo que sí puede revisarse, y empieza a hacerse, es el trabajo provincial, en sintonía con las realidades locales, tan variopintas.
Un paneo general, que se asume incompleto, indica que la dirigencia y la militancia kirchnerista redoblarán la campaña “cuerpo a cuerpo”, las timbreadas, las caminatas. O intentarán hacerlo.
En Mendoza, el gobernador Francisco Pérez aspira a achicar la ventaja de Julio Cobos fortaleciendo a los referentes locales. Quizá el tradicional operador pluri peronista Juan Carlos Mazzón se sume a la campaña. Sin adentrarse en ese terruño ni en otros, el cronista entiende que faltaron operadores provinciales y jefes de campaña en el armado del kirchnerismo.
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Otros cambios se insinúan. La fascinación por la lista única acaso ceda terreno, donde todavía se puede cambiar. En la Ciudad Autónoma, desde el primer nivel del gobierno nacional, se autorizó al Frente Grande a armar una colectora para las legislativas porteñas. Hasta ahora, el rechazo venía siendo frontal.
El diputado bonaerense y presidente de la Cámara Julián Domínguez convocó a sus compañeros de bancada a una cena que realiza semanalmente. La consigna fue ponerse en movimiento, ir en grupos de tres o cuatro a distintos partidos, establecerse ahí durante algunos días. Pulsar a “la gente”, atender demandas, persuadir.
Las agrupaciones políticas y sociales intercambian algunos reproches y (auto) critican que el despliegue territorial fue imperfecto y aún poco numeroso. Sin mayor paradoja, en eso fincan esperanzas para agregar votos. El reunionismo es un síntoma, no para autocríticas prematuras sino para recobrar la iniciativa. Varones, barones y mujeres del conurbano concuerdan: el massismo disputó el territorio palmo a palmo, contando con menos intendentes y militantes.
La presidenta Cristina Fernández de Kirchner dialogó con su Gabinete y con varios gobernadores. Contertulios de Palacio dicen que escuchó más y hasta pidió sugerencias a los que tuvieron éxito. De ella depende si habrá cambios inminentes en la acción de gobierno. El tiempo escaso conspira contra la perspectiva de sacar un conejo de la galera que tenga impacto electoral (ver asimismo nota principal). Pero nada está escrito, todavía.
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