Dom 29.09.2013

EL PAíS • SUBNOTA

Identi-kit

› Por Horacio Verbitsky

Dos economistas ortodoxos acaban de presentar un borrador de trabajo que destaca el éxito de la Argentina a raíz de la reestructuración de su deuda pública declarada impagable en 2002 y constituye un no premeditado mentís a quienes postulan que debe volver a los mercados voluntarios de crédito y reiniciar el ciclo del endeudamiento. Entre las negociaciones de 2005 y de 2010 se salió del mayor default soberano antes de la crisis griega con el mayor porcentaje de créditos canjeados (93 por ciento), la mayor quita de deuda, el mayor proceso de desendeudamiento en proporción al Producto Interno Bruto y el mayor crecimiento macroeconómico posterior. El fallo de la justicia de Nueva York favorable a los denominados fondos buitres es así un castigo a ese método, para que no cunda. El trabajo, realizado por los economistas de Princeton, Mark Aguiar, y de Stanford, Manuel Amador para el National Bureau of Economic Research (NBER, el mayor organismo privado de investigación económica de Estados Unidos, en el que no prevalecen las posiciones heterodoxas), sostiene que los casos exitosos de crecimiento posterior a un default están asociados a la disminución de los niveles de endeudamiento externo. Con citas del trabajo de Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff tantas veces mencionado desde su publicación en 2009, Amador y Aguiar sostienen que la mayoría de los países que hoy pueden conseguir fondos en el mercado internacional han protagonizado varias moratorias, incluyendo las grandes economías europeas de Inglaterra, Francia y Alemania. Es raro que un país lo haga una sola vez, ya que “la norma es el default serial”. Esto significa que podría aplicarse a todos los países la expresión que la Cámara de Apelaciones neoyorquina utilizó para descalificar a la Argentina y rebatir la propuesta de compensar al 7 por ciento de los acreedores restantes, con la misma fórmula que aceptó el resto, en una interpretación estricta de la cláusula del pari passu. En las renegociaciones posteriores a la crisis de 2008, las reducciones de deuda acordadas son muy heterogéneas. De acuerdo con un trabajo del economista argentino del PRO Federico Sturzenegger y del asistente del director para el hemisferio occidental del FMI, Jeromin Zettelmeyer, que estudiaron las reestructuraciones de deuda en seis países en la última década del siglo pasado y la primera del actual, esas quitas incluyeron pérdidas para los acreedores desde apenas el 30 por ciento en Uruguay hasta el 60 por ciento en la Argentina y Rusia, consignan Amador y Aguiar. Otros trabajos, de David Benjamin y Mark Wright y de Juan Cruces y Christoph Trebesch sobre muestras más grandes, muestran que las pérdidas promedio para los acreedores oscilaron entre promedios del 30 y el 40 por ciento, también con una gran heterogeneidad. Las renegociaciones son un proceso lento, que insume en promedio ocho años, cuanto más se extienden, mayores son las pérdidas para los acreedores. Esto contradice la vulgata económica normal en la Argentina, que critica al gobierno por no haber terminado aún de resolver las consecuencias de la moratoria, doce años después. Otro estudio que citan, sobre 73 países y 90 moratorias, señala que la reestructuración media aumenta en 5 puntos del PBI la carga a soportar por el país respecto del momento del default, cuando en la Argentina ocurrió lo contrario: el peso de la deuda se redujo de un PIB y medio a sólo medio, sin contar la disminución de los pagos que deben hacerse en dólares respecto de los que pueden cancelarse con la moneda local. A diferencia de la regla constatada por estos investigadores, en el caso argentino el vencimiento de los nuevos bonos emitidos no es más corto sino más largo que el de los anteriores impagos. El modelo normal en una economía abierta (quieren decir según la ortodoxia) predice que un país con perspectivas de crecimiento superiores al promedio debería atraer capital para inversión, pero la experiencia de los mercados emergentes lo refutan, dicen: esos países se convierten en exportadores netos de capital. “En suma, la evidencia indica que el desarrollo exitoso de largo plazo no se financia con deuda soberana, sino que más bien se asocia con un gobierno que reduce su deuda y/o acumula activos externos”. Parece un identi-kit de la última década argentina, aquello que pretende escarmentar el fallo a favor de los especuladores refugiados en guaridas fiscales (havens, que el G-20 substituyó en sus documentos a heavens, paraísos, a solicitud de CFK). Estas cosas no se discuten en una campaña electoral, pero son decisivas para la vida de los electores.

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