EL PAíS • SUBNOTA
› Por Mario Wainfeld
Como se cuenta en la nota central, es posible que el oficialismo promueva otras leyes antes de diciembre. De cualquier manera, sesiones vibrantes como la del miércoles van siendo para varios diputados el comienzo de su despedida. Hay legisladores que tienen la reelección asegurada, hay otros que están pendientes del veredicto de las urnas... pero hay unos cuantos que transitan sus últimos días, cuanto menos por dos años. A continuación se seleccionan tres, con la intención de hacer comentarios que los comprenden pero que no les son exclusivos.
El ex cívico Alfonso Prat-Gay cumplió su primer mandato, llegó de la mano de la diputada Elisa Carrió con quien ya rompió.
El ex banquero central es inteligente, tiene sólida formación económica, es pintón y millonario en dólares. Todo ese bagaje no le bastó para dejar una huella memorable. Menos para “armar” un partido o un conjunto significativo de seguidores. Tampoco para dejar de ser un piantavotos en las urnas. El ejemplo es interesante pues comprueba qué difícil es construir legitimidad desde una banca, trascender, “hacer política”.
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Eduardo Amadeo es un peronista trashumante, siempre encasillado en los peores espacios del justicialismo. Su tono habitual media entre la indignación y el refunfuño. Lo condimenta hablando con una papa en la boca, característica propia y chocante de las clases altas de Argentina o de quienes alardean de pertenecer a ellas.
Su gesto preferido es el dedito en ristre. Por su postura, pretende ser una suerte de Cicerón criollo, siempre presto a cuestionar a sus contrincantes con furibunda indignación moral. No le da el piné, pero hace un culto de ignorarlo. Dos salvedades se hacen necesarias. La primera es que Cicerón era un prócer para algunas “historias oficiales” pero, según el entrañable revisionismo, era un paladín de la oligarquía contra los líderes populares, Catilina en particular. Arturo Jauretche y Ernesto Palacio escribieron lindos textos sobre el punto, jugando con el anacronismo también aplicable a este ejemplo menor.
Pero, con todo, Cicerón era un moralista. Amadeo revista en otras ligas. Es un dirigente cuya trayectoria rebosa de posturas cuestionables, alguna abominable. Sólo porque está de salida se ahorra ahondar en esos recuerdos, que lo pintan de cuerpo entero. Antes de irse renunció a una candidatura perdidosa, ahorrándose un papelón. Y se jactó de haber hecho una suerte de sacrificio. Un gesto acorde con su trayectoria. Ni sus propios compañeros de ruta lo van a extrañar.
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Diferente, piensa el cronista, es el caso del radical Ricardo Gil Lavedra. Quedó maltrecho en la interna de Unen, tanto en el saldo material cuanto en el anímico. Fue presidente del bloque de la UCR y hasta sus adversarios lo van a extrañar. No porque haya sido transigente ni porque haya participado en una etapa de cooperación o hasta de diálogo intenso. Pero sus condiciones personales, su formación democrática, su estilo boina blanca serán añorados.
Cuando lo releven figuras como el cordobés Oscar Aguad saltarán las diferencias. Es, que más allá de las tácticas (que por ahí no mudarán tanto), no es lo mismo convivir ni competir ni aun reñir con un alfonsinista (así esté descolorido o marchito) que con un facho hecho y derecho. El razonamiento del cronista es compartido por alguno de sus rivales, que lo reconocen off the record. El sistema político es algo bien distinto a una persona: es dudoso que tenga sentimientos. Si los tuviera, también lo extrañará.
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De matices habla esta parca reseña, de diferencias, de distintos tonos de gris. Registrarlos no está de moda, lo que seguramente torna más imperioso resaltarlos.
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