EL PAíS • SUBNOTA
› Por Mario Wainfeld
El flamante senador y ex gobernador de Santiago del Estero, Gerardo Zamora, fue nombrado presidente provisional del Senado. Es una prerrogativa del Ejecutivo nacional, el Frente para la Victoria (FpV) lo propuso. Los partidos opositores lo apoyaron, como marcan las reglas consuetudinarias. Los radicales no lo hicieron en repudio por considerar a Zamora un desertor, a quien expulsaron de su partido.
Zamora es uno de los contados sobrevivientes de la Concertación Plural urdida en 2007 por el entonces presidente Néstor Kirchner. Un radical K, en la jerga cotidiana: el más exitoso, desde ya.
A la bronca de los correligionarios, se suma la de muchos compañeros senadores del FpV, empezando por el presidente del bloque, Miguel Pichetto. Reconocen la autoridad de la presidenta Cristina Kirchner, tanto que apoyaron disciplinadamente la designación. Pero la objetaron en paliques previos y en corrillos posteriores. Argüían que el cargo debía ser para un integrante del bloque del FpV y no de otra bancada, así sea de aliados firmes. Y, cuando se soliviantaban, agitaban el fantasma de otro célebre radical K: el ex vicepresidente Julio Cobos.
Para Pichetto mismo, la Concertación fue un karma político. En 2007 la Casa Rosada dejó que en Río Negro compitieran por la gobernación sin su intervención. Pichetto perdió la elección a manos del candidato radical-radical.
Después tuvo que bancar los desaires y el voto no positivo de Cobos. Motivos para quejarse no le faltan, tampoco para encolumnarse tras la decisión presidencial.
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La prensa dominante sobreinterpretó la movida como un cambio fulgurante en la línea de sucesión presidencial. Zamora podría ser una figura restallante si cayera el vicepresidente, Amado Boudou, o si hubiese crisis política y acefalía.
Esas fantasías no tienen asidero político. No está en el horizonte una crisis semejante. Y, si la hubiera, sería asombroso que el terremoto respetara a Zamora o que éste pudiera relevar a un gobernante peronista.
La traducción más lógica y racional es que Cristina quiso premiar a un buen aliado con un cargo más vistoso que dotado de poder. Zamora, tanto como sus senadores y diputados, acompañó las propuestas del oficialismo durante años. Es sensato darle incentivos para que siga haciéndolo: un reconocimiento público, sin ir más lejos.
De paso: en la elección de 2013 al FpV le costó sumar voto a voto, para llegar con todo esfuerzo a algo así como el 33 por ciento. Casi un tres por ciento se lo debe al aporte de Santiago del Estero.
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Cristina ensalzó su movida en las palabras finales del discurso ante la Asamblea. Quizá fue un pequeño dardo que embroncó a los radicales a quienes, por lo demás, trató con amabilidad y guante de seda (ver asimismo nota central).
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