EL PAíS • SUBNOTA
› Por Horacio Verbitsky
El 1º de mayo la Fuerza Aérea celebró el aniversario de lo que denomina su Bautismo de Fuego, en la guerra de 1982 con Gran Bretaña. Pero los aviadores y sus máquinas voladoras ya habían entrado en combate casi tres décadas antes, el 16 de junio de 1955, cuando bombardearon la Plaza de Mayo repleta de personas de nacionalidad argentina. Más de 300 fueron asesinadas desde el aire. Los primeros ataques fueron realizados sólo por pilotos navales, pero luego se plegaron también los de la Fuerza Aérea que debían reprimirlos, a las órdenes del vicecomodoro Agustín de la Vega, de acuerdo con la versión del más partidario de los historiadores de aquellas jornadas, Isidoro Ruiz Moreno.
Además del tránsito habitual había mucha gente reunida en la plaza gracias a un ardid: se había anunciado que a mediodía una formación de aviones de la Fuerza Aérea sobrevolaría la Catedral en “testimonio de adhesión al presidente de la República”. Con esa cobertura, pilotos de la aviación naval y de la Aeronáutica militar llegaron con sus aviones hasta la Plaza de Mayo, arrojaron entre 9 y 14 toneladas de bombas sobre la Casa de Gobierno y la residencia presidencial e hicieron fuego sobre los manifestantes que se habían reunido frente a la CGT y en las inmediaciones del Ministerio de Marina. Estuve en la plaza ese día y no olvido la línea de puntos luminosos que dibujaban las balas trazadoras de las ametralladoras aéreas.
El ocultamiento de estos episodios no comenzó ahora. Pese a la ostensible participación de máquinas y personal de la Fuerza Aérea, Perón sólo atribuyó los ataques a la Marina, encomió “la acción maravillosa” del Ejército y pidió que el pueblo no participara en una lucha que “debe ser entre soldados”. En la última pasada los pilotos de ambas fuerzas ametrallaron a personas que caminaban por las calles. Tres meses después, oficiales de la Fuerza Aérea también participaron en el alzamiento encabezado por el general Eduardo Lonardi en Córdoba. Personal de la Fuerza Aérea entró en combate con armas pesadas contra un grupo de policías que rodeaban la casa en la que estaba refugiado el general golpista Dalmiro Videla Balaguer y custodió con varias ametralladoras y nidos de zorro la radio cordobesa desde la que los rebeldes transmitían sus proclamas. Todas las acciones de la Fuerza Aérea fueron coordinadas con Lonardi por el entonces comandante Jorge Miguel Martínez Zuviría, hijo del escritor Hugo Wast. Su hermano Hugo, también oficial de la Aeronáutica Militar, fue designado jefe de policía de Córdoba cuando los rebeldes triunfaron. No son acontecimientos de recuerdo grato, pero su ocultamiento tergiversa la historia en términos inadmisibles.
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