EL PAíS • SUBNOTA
› Por Horacio Verbitsky
El acto de homenaje de ayer en la Avenida 9 de Julio a Carlos Mugica, uno de los fundadores del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, no fue organizado por la Iglesia Católica de la que formó parte sino por la presidente CFK, a cuyo gobierno los obispos intentan escribirle la agenda. Hoy sí, el arzobispo porteño Mario Poli oficiará una misa en la capilla Cristo Obrero, de la Villa 31, adonde fueron trasladados los restos de Mugica por su predecesor, Jorge Bergoglio, y se difundirá un documento del equipo de sacerdotes para las villas. Eduardo de la Serna, quien fue discípulo de Mugica y hoy coordina el Grupo de Sacerdotes en Opción por los Pobres que lleva el nombre del cura asesinado hace 40 años por la Triple A, difundió una reflexión a propósito de la fecha. “Mugica no era un cura villero”, comienza. “Si bien no hay duda de que Carlos se jugó la vida en favor de los villeros, eso no me parece un todo. Carlos trabajó con grupos de estudiantes, participó de grupos misioneros, daba clases en la Universidad, escribía notas periodísticas, celebraba misa en San Francisco Solano y el Instituto de cultura religiosa superior, y no era cura misionero, cura capellán, cura universitario, cura periodista. A eso se puede sumar que no vivía –como se sabe– en la villa (...). Era un cura. Así nomás, a secas. Un cura comprometido con los pobres.” En un intento por imaginar dónde estaría hoy Mugica, De la Serna menciona la evolución de sus compañeros más cercanos, aquellos con los que más se identificaba: Alberto Carbone, Jorge Vernazza y Rodolfo Ricciardelli. “Eso me permite suponer que hoy Carlos estaría en la Cofradía de la Virgen de Luján”, dedicada a la religiosidad popular. “Como ‘cura en la villa’ creo que Carlos sería mucho más parecido a Ricciardelli que al cura de la película Elefante Blanco.” (El asesor eclesiástico de esa película fue Gustavo Carrara, el coordinador designado por Bergoglio para los ahora sí llamados curas villeros y mencionado como próximo obispo. La película presenta el trabajo de los curas como una misión heroica en un mundo de pigmeos. Los únicos personajes definidos son los sacerdotes y una trabajadora social que comparte la tarea con ellos y que miran al resto como un hormiguero, desde muy alto. Todo lo bueno viene de afuera, nada surge de la villa, ni un partido de fútbol, ni una cooperativa. Los habitantes del barrio son vistos como una masa amorfa, sin rasgos que los distingan salvo el consumo de drogas. No participan de organizaciones sociales ni políticas, que sólo aparecen durante la ocupación de un terreno representadas como un grupo tumultuoso del que nada se explica. Lo único que hacen los curas además de impartir los sacramentos es llevar a los chicos de la villa a un centro de rehabilitación. Esa es la principal actividad de la pastoral villera. De la lucha por el pan y el cambio revolucionario a la abstención del consumo de drogas, un abismo.) De la Serna agrega que Mugica tenía una “enorme capacidad de dejarse convertir por los pobres”, lo cual explica el cambio desde su formación inicial en las corrientes francesas “a una teología más popular, más latinoamericana, más nacional y popular, bajo la evidente influencia de los teólogos Lucio Gera y Rafael Tello. Eso también se manifiesta en sus actitudes pastorales hacia los habitantes de la Villa 31”. Si aquella teología europea suponía que el pueblo debe ser concientizado desde arriba hacia abajo, Mugica optará por “un pensar y obrar desde el pueblo mismo”, “desde el lugar del pobre”, “desde las víctimas”, “desde la mujer”, “desde los insignificantes”, sin asepsia alguna. Como mártir, “Mugica es una palabra que Dios nos dirige, sobre la Iglesia, sobre el ser cura. Sobre una Iglesia en primavera, Iglesia de diálogo, Iglesia abierta a las realidades humanas”. En sus 40 años de martirio, “ojalá que Carlos Mugica nos siga interpelando, nos siga molestando, que su voz nos ubique junto al pueblo y su sangre lave nuestras mediocridades”.
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