EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Luis Bruschtein
Las tres plazas forman el relato popular de Malvinas. La del acto de la CGT contra la dictadura el 30 de marzo. La del 2 de abril con Galtieri en el balcón. Y la del 14 de junio con el pueblo volcado a las calles para repudiar a la dictadura. Las tres plazas están en el Museo Malvinas que se inauguró ayer.
Las tres interpelan a la historia, a los argentinos, al pasado, al presente y al futuro desde lugares diferentes. La última fue el pueblo con bronca, la sensación de engaño, de haber sido llevado de la nariz por un discurso patriótico, entrañable. El discurso enloquecedor de los represores. Reclamaban sacrificios y la vida por una patria que ellos habían ensangrentado y entregado, con 30 mil desaparecidos y una deuda externa monumental.
Un discurso enloquecedor. Si se mata al pueblo, no se puede ser patriótico, si se endeuda a la Nación hasta condicionar su economía, no se puede ser patriótico. Los medios que hasta unos días antes glorificaban a Gran Bretaña y los Estados Unidos retorcían sus editoriales para gritar su patriotismo. Enloquecedor por su contradicción irremediable. El pueblo con un sentimiento patriótico, y otro sentimiento que se había comenzado a expresar el 30 de marzo. Militantes de la resistencia contra la dictadura que estaban dispuestos a participar, aunque estuvieran sus asesinos y los asesinos de sus compañeros y hasta los partidos de izquierda estaban dispuestos a la lucha. Y una inmensa mayoría que sentía esas incongruencias, ese choque inevitable, como un río subterráneo que corroe, que desgasta y carcome pero que al mismo tiempo arrastra por la vorágine de acontecimientos.
El 30 de marzo reventaron esas contradicciones con una derrota que puso en evidencia la mentira. La reacción, la bronca. En el afán de alejarse de la dictadura, un sector importante de la sociedad inició un proceso de desmalvinización que fue potenciado a su vez por los represores y los grandes medios interesados en tapar rápidamente el desastre de la derrota. Para otro sector, la idea de lo patriótico se volvió políticamente incorrecta. Muchos se sintieron traicionados por ese sentimiento patriótico y lo asociaron con la dictadura que, paradójicamente, era exactamente lo opuesto, aunque lo había usado.
El Gobierno buscó reconstituir el tejido de esa herida recuperando el discurso patriótico, separándolo del discurso de la dictadura. Lo asumió como propio, como hizo con el de los derechos humanos. Un discurso patriótico que repudia a la dictadura y la pone en lo antipatriótico; que reivindica la soberanía argentina en Malvinas pero rechaza a la dictadura; que recuerda a sus combatientes, soldados, suboficiales y oficiales, pero que también denuncia a sus represores, incluidos los que estuvieron en Malvinas como Astiz o Giachino. Mientras el discurso de Malvinas se asocie con la dictadura y los represores, no será confiable y mantendrá alejado al pueblo.
El lugar hace la diferencia también. La complejidad de la ex ESMA como centro de la memoria que reivindica a los derechos humanos en el lugar donde fueron avasallados impregna también al Museo de Malvinas. La memoria tiene esa fuerza sanadora y reparadora que permite una síntesis entre lo patriótico y lo humanista.
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