Dom 02.11.2014

EL PAíS • SUBNOTA

Una pingüina no es un pato rengo

› Por Mario Wainfeld

El oficialismo consigue, semana tras semana, convertir en leyes sus proyectos. Algunos son rutinas democráticas, como el Presupuesto aprobado el jueves a la madrugada. Pero muchos otros son normas muy ambiciosas, con intensa proyección a futuro. El ya sancionado Código Civil Comercial, el proyecto de Código nacional de procedimiento penal que empieza a ser tratado, la intensa reforma al Código Penal. La oposición hace honor a su nombre, torpemente: objeta todo.

Los Códigos de fondo fueron redactados por personalidades prestigiosas, de amplio espectro ideológico. El de Procedimiento penal concreta una demanda añeja de la Academia y de funcionarios judiciales. Merece correcciones y supresiones importantes: las referidas a la “conmoción social” y las que impondrían un trato ilegal y discriminatorio a los inmigrantes.

Posiblemente las haya, nadie pretende que los proyectos se aprueben a libro cerrado.

Esos detalles no le importan a la oposición que se coloca en la vereda de enfrente, de pálpito. Augura derogaciones que, bien vistas, serán regresos al pasado, a reglas o compilaciones caducas y desprestigiadas.

La táctica única se concreta y verbaliza con furia que trasciende a las propuestas. Lo que enardece a los opositores es que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner siga en pleno ejercicio de sus atribuciones, dueña de la iniciativa, creativa y colocada en el centro del escenario.

No es posible, pontifican. Ya “fue vencida” en las elecciones de 2015. Es un pato rengo, debe comportarse como tal. Hablan de un futuro virtual y algo remoto como ya concretado. Y confunden deseos con realidades.

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El poder no es algo dado, ya lo expresó en este diario el politólogo Edgardo Mocca, unas semanas atrás. Es relación entre personas o instituciones. El mando y la obediencia no están escritos en la piedra, se construyen dialécticamente. Si la presidenta Cristina tiene poder no es porque ella lo diga. Si consigue mayorías en las dos Cámaras del Congreso es porque se da maña.

Conserva, colmo de colmos, una legitimidad apreciable. No la más alta de su trayectoria, claro, pero sí muy marcada. Bastaría que sus adversarios leyeran la encuesta de Poliarquía publicada el domingo pasado en La Nación. Uno de los directores de la consultora, Fabián Perechodnik, añadió un elemento para resaltar:

“Cristina Kirchner se constituye en el primer jefe de Estado que transita su último año de mandato con niveles tan marcados de aceptación. La radicalización de muchos aspectos de la gestión y el casi exclusivo dominio de la agenda pública –que la transforman en la actriz exclusiva y excluyente del escenario nacional– explican en alguna medida estos indicadores.” La imagen positiva de la mandataria es alta, también la negativa, pero, agrega este cronista, ella sabe saldar la ecuación manteniendo su primacía.

Ese es el cuadro de situación que sus antagonistas no saben alterar y niegan, haciéndose flaco favor.

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El mismísimo decano de la Facultad de Sociales de Estocolmo, que comulga con la oposición en general, se sorprende. Le escribe a su ex discípulo favorito, el politólogo sueco que sigue con su inacabada tesis de posgrado sobre la Argentina. “¿Cómo puede ser que dirigentes empresarios y políticos tan sagaces se obstinen en pedirle a un gobierno que detenga su accionar antes de entregar el mando?”

El politólogo está de excelente humor, porque ha retomado su vínculo con la pelirroja progre que ahora es kirchnerista. Es más, quiere proponerle matrimonio y “buscar” un hijo criollito y mestizo a la vez. Para convencerla, plasmó una propuesta audaz. Le promete un viaje de bodas a Nueva York, para pintar de celeste y blanco toda Wall Street, en abierto desafío a los fondos buitre. Da por hecho que la pelirroja, que está muy combativa y bien predispuesta con él, aceptará el paquete, por decirle así. Está excitado, tal vez se clavó un vino de más, apela al sarcasmo para responder a su jefe: “Es una cuestión republicana, doctor. La Constitución argentina, en su artículo 421, establece que ‘todo presidente que haya sido decretado perdedor por sus contrarios un año antes de terminar su mandato será declarado pato rengo por un cónclave de ONG y estará atado de patas y manos hasta entregar la banda’. Lo que hace el kirchnerismo, como siempre, es desacatar la ley. Por eso, la opo se sale de quicio”.

Imprudente e impulsivo, como buen enamorado, envía el correo electrónico y va en pos de su compañera. Va por más.

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Las dos historias, claro, continuarán.

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