EL PAíS • SUBNOTA
› Por Horacio Verbitsky
La revista Rolling Stone reconoció que el estremecedor relato de violación en patota durante una fiesta en el campus de la Universidad de Virginia era falso. Su única fuente fue la presunta víctima, a la que sólo mencionó como Jackie.
La inusual retractación no provino de la propia revista sino de una investigación que Rolling Stone encargó a la Facultad de Periodismo de la Universidad neoyorquina de Columbia. Sus autores, encabezados por Steve Coll (decano de la Facultad y ganador del premio Pulitzer), la titularon “Anatomía de un fracaso periodístico”. El director a cargo de Rolling Stone, Will Dana, dijo que publicarla equivalía a una retractación y un pedido de disculpas.
Rolling Stone entregó a Columbia un archivo de 405 páginas, con las entrevistas de la autora del artículo, Sabrina Rubin Erdely, durante cuatro meses. Jackie le fue presentada por otra sobreviviente de una violación, que trabaja en la Universidad de Virginia sobre los ataques sexuales y que testimonió ante una comisión del Senado. Jackie le contó a Sabrina que un compañero que trabajaba con ella como salvavida en la pileta de la universidad la invitó a una fiesta. La condujo a un salón oscuro donde un tipo la tomó por los hombros y otro le tapó la boca. “Lo mordí y me golpeó en la cara. Cuando uno dijo ‘agárrenle la pierna’ me di cuenta de que iban a violarme.” Lo hicieron siete en fila, dirigidos por el salvavida, como rito de iniciación. Pese a que Jackie sólo identificó al salvavida con el seudónimo Drew, los directivos de Rolling Stone decidieron seguir adelante, sin ninguna verificación independiente. Recién después de la aparición de la revista, Jackie accedió a dar su apellido, que no coincidía con nadie que hubiera trabajado en la pileta. Cuando otros medios expusieron dudas y un periodista del Washington Post apareció por el campus haciendo preguntas, Sabrina habló con su editor Sean Woods, quien se anticipó e informó que habían perdido la confianza en la exactitud de la fuente.
Jackie entregó mails de un supervisor de la pileta, como evidencia de que ella trabajó allí, y presentó a una compañera de habitación, quien confirmó que le contó haber sido víctima de una violación colectiva. Jackie también le ofreció a la periodista el vestido rojo que llevaba aquella noche, pero después le dijo que su madre lo había tirado. Erdely tampoco verificó la existencia de un grupo de discusión de antropología, del que según Jackie formaba parte uno de los violadores, ni trató de entrevistar a otros empleados en la pileta o asistentes a la fiesta. Jackie le dio los nombres de pila de dos chicos y una chica a quienes pidió ayuda aquella noche, pero le dijo que no querían hablar con Rolling Stone. La periodista no insistió, por temor a perder su historia, y sus editores la respaldaron. Cuando Columbia los contactó, dijeron que Jackie nunca les dijo que Rolling Stone quería entrevistarlos y sólo les contó que la obligaron a practicar sexo oral a muchos hombres. También dijeron que Jackie no identificó a su entregador como salvavida sino como un compañero de química. Su nombre no figura en ningún registro. “Chequear la información negativa sobre alguien es una cuestión de justicia, pero también puede producir hechos nuevos sorprendentes”, dicen los investigadores. Si la periodista hubiera hecho una consulta completa con los acusados de organizar la fiesta, hubiera podido verificar que la noche indicada por Jackie no hubo ninguna fiesta y que en ese grupo no hay ningún salvavida. No siempre es posible contactar con todas las fuentes. La solución es “ser transparente con los lectores sobre aquello que se sabe y que se ignora”, dice el decano de Columbia. Por el contrario, Rolling Stone no dejó claro a los lectores que ni siquiera había verificado que Drew existiera. En un borrador, la periodista escribió que Jackie no le reveló el verdadero nombre de Drew porque estaba aterrada, pero su editor lo cortó. La empleada a cargo de chequear la exactitud de los hechos es la persona de menor nivel que intervino y la única en señalar sus dudas, porque una de las fuentes que se mencionaban no había sido entrevistada y la frase que se le atribuía había sido narrada por Jackie. Pero el editor desdeñó esa observación. Tampoco el estudio jurídico que leyó el original antes de publicarlo objetó algo. Entre sus conclusiones, Columbia desaconseja el uso de seudónimos porque “introducen ficción” y sirven como muleta para “pasar por alto los agujeros negros en la información”. El informe atribuye el fracaso a la conocida “tendencia de la gente a quedar entrampada por sus presunciones previas y a seleccionar los hechos que avalan sus puntos de vista y pasar por alto aquellos que los contradicen”.
Se aprende más de algunos fracasos que de ciertos éxitos. En su libro de 2005 Técnicas de investigación, el editor de Clarín Daniel Santoro explica cómo lograr para las investigaciones periodísticas el aparente respaldo judicial que piden las empresas de medios: “Se puede recurrir a un abogado a quien conozcamos; le facilitamos parte de la información y le pedimos extraoficialmente que haga una denuncia de modo tal que la justicia comience a investigar”. También “podemos pedirle o sugerirle –en forma extrajudicial y sin aparecer– a un juez o un fiscal que active los mecanismos para levantar el secreto bancario o financiero. (...) Muchas veces se usa el viejo truco en que el periodista manda documentación de un caso en forma anónima a un juzgado o una fiscalía para que se abra una causa judicial”. ¿Estarían dispuestos Santoro y sus editores en Clarín a colaborar con una investigación universitaria sobre sus recientes afirmaciones acerca de una presunta cuenta en un banco estadounidense de la ex ministra Nilda Garré, que ella y el banco desmintieron, y se comprometerían a publicar sin cortes sus conclusiones? Sería el camino más corto y transparente hacia la verdad.
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