EL PAíS • SUBNOTA
› Por Mario Wainfeld
“¡Buen Cid, pasad...!
El rey nos dará muerte,
arruinará la casa,
y sembrará de sal
el pobre campo
que mi padre trabaja.”
“Castilla”, Manuel Machado
A los efectos comparativos no imaginamos quién podría ser el Cid, en la Argentina actual. Para la narrativa opositora “el rey” es, clavado, el equivalente poético de Cristina Fernández de Kirchner. Según ellos, la Presidenta desearía dejar un suelo arrasado a quien la suceda. Tanto lo desearía, que lo está haciendo: pasa del potencial al presente con más fluidez que Clarín.
Ella, se denuncia, siembra el suelo de bombas, coloca minas subterráneas, desvalija las arcas estatales, desorbita el “gasto” social. Promueve el caos, adrede. La información cotidiana induce a otras lecturas, más matizadas, menos ceñidas a los dictados de la moda.
Claro que concepción político-económica de la mandataria es diferente de la de los adversarios presidenciables con chances, ubicados inequívocamente a su derecha. La inversión social es fundante, el consumo interno es considerado básico para dinamizar la economía. Con ese paradigma coherente consiguió legitimidad que le permitió gobernar casi ocho años, tras los cuatro del presidente Néstor Kirchner.
Día a día, año a año, desde 2003 uno de sus objetivos políticos centrales fue conservar o acrecentar su legitimidad por lo que cabe inferir que su idea fuerza no fue arruinar el territorio común.
Se puede y debe discutir el saldo del oficialismo, tanto como sus coordenadas ideológicas. Pero es alocado acusarlo de fomentar la ingobernabilidad desde sus pininos. No lo quiso, no ocurrió, consiguió el lapso más prolongado de gobernabilidad política desde 1983, sólo para empezar.
Los hechos son duros; las interpretaciones, flexibles. La del cronista es que la presidenta Cristina se empeña en terminar el mandato en un clima relativamente tranquilo... comparado con nuestros propios parámetros, claro.
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El Gobierno busca financiamiento externo, la banca internacional (tan hostil ella) suscribe Bonar 2024 a lo pavote. Los críticos del oficialismo señalan que la tasa es alta, que pondrá en un brete a administraciones futuras. Las críticas son audibles, a condición de observar que se refieren al futuro remoto, según las coordenadas argentas. Si hay brete, será dentro de mucho tiempo. En el corto, la apertura al financiamiento es un alivio para las arcas, robustece las reservas del Banco Central, da señales de alivio para el vencimiento del Boden 2015, que cae prontito y no a mediados de la próxima década. Mientras el Cid pasa, se relaja la coyuntura financiera.
Con las paritarias ocurre, tal vez, algo similar. El manejo oficial contradice las alertas de la “opo”, a veces el relato K.
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Las convenciones colectivas anuales durante el período más largo de la historia son un logro para el movimiento obrero. Podría agregarse que son un avance institucional si la sabia Vulgata republicana no enseñara que este gobierno solo arrasa instituciones...
Como fuera, el engendro o la buena praxis persisten desde 2004. Su mecanismo es conocido. Las partes negocian, el oficialismo demarca criterios y lauda a falta de acuerdos sectoriales, en la minoría de los casos.
La presencia del Gobierno es a veces minimizada o negada en sus discursos, pero la propia presidenta la reconoció en alguno. Claro que en esa expresión sincera, rememoró que las cifras orientativas del gobierno no fueron aceptadas a rajatabla por todos los gremios, en todas las rondas. Es una obviedad, que se corrobora midiendo las diferencias que obtienen los sindicatos más poderosos versus el resto.
En este año, difícil por definición, la Casa Rosada y Economía quieren un techo que no llegue al treinta por ciento de aumento. Ese número es tentativo, en la negociación se lo puede mejorar o diluir mediante el laberinto de cláusulas que paritarios hábiles manejan al dedillo. Pero el guarismo que se divulga como cierre es una base, así más no sea porque “sale en los diarios” que “los demás” patrones o secretarios generales leen con atención.
El criterio oficial también matiza algunos de sus discursos más encendidos. Ahora entienden que la puja salarial, si se “zarpa”, puede impactar en la inflación. Sostener una controlada “nominalidad” es valorable.
La visión del kirchnerismo gobernante es que la inflación de 2015 no trepará al 30 por ciento y será menor a la de 2014. Así las cosas, las demandas de los muchachos deberían sosegarse y no exceder el techo anterior.
Los muchachos no comparten o, por lo menos, no son muy proclives a ceñirse. Todos, se supone, porque defienden los intereses de sus representados y porque no quieren quedar mal situados en la comparación con otros sindicatos o federaciones.
Los que son opositores políticos suman ese antagonismo a sus cuentas.
Los oficialistas no bancan con agrado que esa condición los relegue en la competencia con los demás.
Todos protestan pero de momento paran la pelota. El metalúrgico Antonio Caló, titular de la CGT oficialista, demora un paro ya decidido en su gremio. Enfrente, Hugo Moyano, líder de la CGT opositora, difiere una huelga general o algo parecido. Seguramente la habrá, por inercia política pero el dirigente camionero no la acelera.
El oficialismo piensa en potenciales traslados a los precios, en relativas espiralizaciones o por lo menos en mantener un cuadro general en el que no se mencionen aumentos muy grandes. De nuevo, su idea habilita controversias... pero no es la de quien quiere dejar un legado de desborde económico, una “fiesta” cuya factura quedaría para después del el 10 de diciembre.
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En 2011, cuando Cristina iba en pos de la reelección, las paritarias fueron generosas. Hablamos de los números de cierre y los aumentos más o menos encubiertos que llegaron en la letra chica de los convenios. Un intérprete lineal podría suponer que entonces se quería ganar y ahora se “va a menos”. Para la percepción de este escriba la diferencia no estriba en la voluntad política que es idéntica o, por mejor decir, tan semejante como permiten las circunstancias. La economía está amesetada, el crecimiento se detuvo más o menos hace cuatro años. El modo de mantener el “proyecto” o “el modelo” o como quiera nombrárselo no puede ser idéntico si divergen las coyunturas. Los objetivos finales son los mismos, los instrumentos se adecuan.
Se trata de preservar el salario real de los laburantes formalizados. Además el gobierno procura apuntalar a los sectores más humildes fortaleciendo las políticas sociales más vastas (jubilaciones, Progresar, Asignación Universal por Hijo). Para completar la ecuación se diseña un haz de medidas que inducen y preservan el consumo masivo.
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La polémica sobre el mínimo no imponible de Ganancias para la cuarta categoría forma parte del paquete. El oficialismo podría disponer alguna adecuación sea en el piso, sea en las escalas. La actual configuración del impuesto es inequitativa, opina este cronista. Pero hay algo más serio: es un galimatías incoherente que puede derivar en que dos trabajadores con igual ingreso de bolsillo tributen de modo muy diferente, según el momento en que recibió la última suba salarial. Esta inconsecuencia y otras derivan de haber legislado la cuestión con parches y no con una corrección integral. No la habrá en el breve plazo que media hasta el cambio de gobierno pero sí podría haber variaciones que mejorarían el bolsillo de un universo no mayoritario pero sí numeroso de trabajadores. Es un recurso del que puede valerse el oficialismo. Habrá que ver.
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El Gobierno debe combinar dos objetivos, que de momento tensionan. De un lado cerrar bien, con más acuerdos que conflictos un ciclo único de negociación colectiva. Por otro, “conducirlo” a convenios con cifras acordes a las pretensiones coyunturales, ya mentadas. Queda por verse si concilia las dos finalidades.
Claro que era más accesible y grato bendecir los acuerdos cuando se iba en tren bala a la reelección. En otro contexto, político y económico, las tratativas son más arduas. En ningún caso se pensó en volver atrás, en colocar bombas, en salar el suelo. A veces es más accesible, a veces más peliagudo.
De eso se trata la política cuando se quiere sostener el rumbo en un mundo que cambia. Todo cambia en doce años, en cuatro, en cosa de meses. Tal vez esta explicación serena sea menos tremenda que los bellos versos de Manuel Machado o menos enfática que las sandeces de los “médicos brujos” de la economía. Este cronista entiende que se apega más a eso que llamamos, para simplificar, “la realidad”.
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