Jue 10.12.2015

EL PAíS • SUBNOTA

Vidas paralelas en el vecindario

› Por Mario Wainfeld

Cuando asumió el presidente Néstor Kirchner, su par brasileño Lula Da Silva llevaba menos de cinco meses en el gobierno. El venezolano Hugo Chávez había arrancado: fue el único de esa “generación” política que comenzó sus mandatos en el siglo XX. El Frente Amplio uruguayo se lucía en la intendencia de Montevideo pero el tramposo sistema electoral le birlaba la presidencia a la que arribarían dos años después. Evo Morales era un luchador popular digno e indomable pero acaso no soñara que sería el primer presidente boliviano estable y revalidado. Rafael Correa esperaba su turno en Ecuador.

Hoy día, ya se sabe, el kirchnerismo entrega el poder tras haber sido derrotado en elecciones libres. La presidenta Dilma Rousseff defiende a duras penas la estabilidad, concediendo demasiado en la política económica. Nicolás Maduro, el sucesor de Chávez que no alcanza su estatura, atraviesa el peor trance del movimiento bolivariano.

Los que mejor sobreviven con perspectivas de viabilidad son los regímenes más radicalizados, Bolivia y Ecuador. Son también los que tienen al mando a sus líderes carismáticos y que llevan menos tiempo gobernando.

La sincronía nada tiene de casual aunque no lo explica todo: el “color local” influye mucho. También aciertos o errores autóctonos, la evolución de sociedades que distan mucho de ser idénticas. De cualquier forma, es innegable que el kirchnerismo es el “capitulo argentino” de las fuerzas nacional-populares, de izquierda, progresistas o cualquier expresión semejante. Hicieron época, dejaron marcas profundas. Sus adversarios desafiantes con perspectivas de reemplazarlos se ubican a su derecha, no hay dudas en ese aspecto. Se discute mucho a todos y cada uno de esos procesos, ahora los ponen en cuestión sus propios electorados... de cualquier forma hay denominadores comunes.

Los poderes económicos y los medios dominantes de sus naciones los enfrentan, jamás fueron los favoritos de Estados Unidos, cambiaron la historia, se aplicaron a desfacer los entuertos neoconservadores a los que opusieron respuestas dignas, con numerosas realizaciones, imperfectas, con centro en los sectores populares, eventualmente auto contradictorias. Sus pueblos los revalidaron masivamente durante años, todos más de dos mandatos. No es poco ni es factible que sea eterno.

Las relaciones con los países vecinos no nos “dejaron afuera del mundo” por el contrario se eligió el mejor lugar para ubicarse. Se profundizaron mucho más los vínculos políticos que la integración económica, una falla difícil de resolver, en particular en una etapa de malaria extendida.

Los aportes a la autodeterminación, a la estabilidad democrática y a la paz regional son los mejores avances. A menudo se los menoscaba o llanamente se los ignora. El rechazo al ALCA en la Cumbre de Mar del Plata fue un hecho fundacional, formidable: Chávez, Lula y Kirchner lo hicieron. Dos de ellos murieron prematuramente y es imposible cubrir el vacío que dejaron y medir su magnitud.

El kirchnerismo tuvo roces con los vecinos. Algunos inevitables, otros producto de errores o competencias mal entendidas. El más prolongado y necio fue el que enfrentó al país con Uruguay, por las plantas pasteras.

Pero también el kirchnerismo contribuyó activa y legalmente para que los muchísimos hermanos uruguayos, bolivianos y chilenos pudieran viajar a sus países natales a votar. Se concedieron feriados, se promovieron pasajes accesibles. La primera victoria del presidente uruguayo tributó bastante a eso que una tapa de este diario tituló “El voto Buquebús”.

También hubo presencia dinámica para frenar conatos de golpe de estado en Bolivia, Ecuador, Honduras y Paraguay. Diplomacia veloz, reuniones expeditivas, los propios presidentes intercediendo. A veces con éxito (invasión colombiana a Ecuador y Venezuela, intentos destituyentes en esos dos países y Bolivia), en otros no (Honduras, Paraguay).

La custodia conjunta de la paz sigue colocando a la región en un sitial casi único en el mundo. Más allá de los virajes que, en lógico cumplimiento de su programa de derecha aprobado en las urnas, quiere imponer Mauricio Macri le cabe velar por ese hecho constante y virtuoso que integra el patrimonio común de la América del Sur.

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