EL PAíS • SUBNOTA › LA PRIMERA MARCHA DE LA COMUNIDAD PALOTINA EN RECLAMO DE JUSTICIA
La marcha salió de la ex ESMA y pasó por cinco parroquias para recordar a las víctimas de la masacre de San Patricio, “el crimen más horrendo que vivió la Iglesia argentina”, señalaron los participantes.
› Por Alejandra Dandan
Las dos caminaban a la par de uno de los palotinos, Mariano Pinasco, recién llegado de Brasil. Preguntaron si ahora el Vaticano abriría los archivos, si finalmente se va a conocer algo de lo que está ahí. Que la Justicia mandó un exhorto para saber la identidad de dos excomulgados de San Patricio, que aparentemente tendrían que ver con los crímenes. Inés Ambrosini, una de ellas, tenía casi 10 años cuando su hermana entró desesperada a su casa diciendo que en la parroquia habían matado a “todos” los curas. “Fue la primera vez que pisé a San Patricio”, dice, en medio de la noche, bajo algo de lluvia, cuando la marcha por los mártires palotinos se acerca al centro de Belgrano. Inés dejó de ir a las misas hace tiempo pero anoche estuvo ahí. “Lo que me atraviesa es finalmente este pedido a la Justicia, que creo es un paso superador. Una cosa es rezar y otra es hacer un acto público pidiendo el esclarecimiento. Un crimen no puede quedar impune. Es un hecho histórico. No fue a la Iglesia, fue a los que son creyentes, a los que no son creyentes, a los que vivían en el barrio, a los que no. Fue un claro gesto político de la dictadura a toda la sociedad: entonces que esté impune no es algo que le pertenece a la Iglesia, yo lo reclamo también como ciudadana.”
La marcha por los mártires palotinos pensada en clave de peregrinación comenzó a las cinco de la tarde en la ex Capilla Stella Maris de la ex ESMA, hoy espacio Patrick Rice. El cardenal y arzobispo de Buenos Aires Mario Poli había pedido que no se nombrara marcha sino caminata. Que los caminantes no lleven banderas de organizaciones partidarias. Pero a la caminata se le dijo marcha al comenzar y en las manos de los caminantes aparecieron pancartas con imágenes de sus desaparecidos. Hubo pecheras pintadas por la comunidad con el signo rojo de una cruz atravesada por los muertos. Fotografías en lo alto levantadas por jóvenes de José León Suárez con las imágenes de Enrique Angelelli y de los curas de Chamical, inspiradores de sus trabajos territoriales. Y en el comienzo, Fernando González, docente y parte de los laicos organizados de esa comunidad, ensambló el camino con el proceso de Memoria, Verdad y Justicia.
“Los invitamos a salir desde aquí un lugar tan significativo”, dijo González. “Donde en otro momento se bendecían las armas que se levantaban contra el pueblo, hoy existe un lugar de encuentro ecuménico e interreligioso. Esta es una marcha por la Memoria, la Verdad y la Justicia. Por el crimen de los Palotinos que es el crimen más horrendo que vivió la Iglesia argentina”.
En el espacio Patrick Rice a esa ahora estaban las Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora. Vera Jarach, Clara Weinstein, Hilda Micucci, entre otras. Fátima Rice, esposa de Patrick, abrió las puertas. También estaban Amy Rice y Marcos Weinstein, del directorio Espacio para la Memoria. Se acomodó el sacerdote Juan Sebastián Velasco, a cargo de la Orden. Estuvo Ana María Cacabelos parte en algún momento de la comunidad. Hubo sacerdotes sobrevivientes de la masacre. Y Mario, de 61 años, que estuvo con los curas hasta el miércoles antes de la masacre, entrando por primera vez a la ex ESMA.
“Es tiempo de que nuestros mártires salgan a la calle”, dijo otro de los laicos. Gastón Barletti tomó la palabra. Es el hermano de José Emilio Barletti, uno de los dos seminaristas asesinados. “Son muchos años o muy pocos, según lo que hayamos aprendido –dijo–. El Grupo de Tareas ejecutó la orden sobre cinco personas armadas sólo con la palabra del Evangelio, que fueron entregados por la sospecha, las calumnias que habitaban cerca de ellos.” Recordó que trabajaron en las villas, que eso era considerado peligroso y hasta subversivo. Que como parte de sus condenas “fueron negados tres veces”. Y reclamó: “Si hoy después de cuarenta años no ponemos toda nuestra energía, los seguiremos negando, creo que la autoridades de la Iglesia lo saben”.
En uno de los laterales quedó colocada la bandera de los palotinos. Hubo presencia de las comunidades de Castelar, Lomas de Zamora, Turdera y Morón. Osvaldo, kinesiólogo del Posadas, entró por primera vez a la ex ESMA y dijo: “Más bronca te da todo esto cuando ves esa Iglesia, nosotros que somos parte de la grey católica, y ves en la jerarquía tanto silencio y tanta complicidad. Sin dudas esto es un mensaje primero hacia los fieles y de rebote hacia los otros”.
La caminata comenzó poco antes de las 17.30. Hubo una foto colectiva bajo la inscripción simbólica de la Escuela Mecánica de la Armada. El superior de la Orden cubrió con su paraguas el velón prendido por el primero de los mártires, trasportado por Juana, una extracomunitaria llegada desde Almagro. Por ahí pasó Rodolfo Capalozza, uno de los curas que esa noche se salvó porque fue a visitar a su familia. “Nunca vine hasta acá porque no podía entrar. Que hoy nos juntemos a levantar los frutos de esa semilla plantada es un signo de vida”.
A lo largo del camino, la marcha sumó andantes. Cuatro mujeres sobre avenida del Libertador se pararon bajo de un edificio para ver la procesión. Juana logró volver a prender la vela. Los jóvenes entregaron volantes. “¿Y esto qué es?”, dijo una de ellas. “No tenemos idea de todo esto”, dijo otra. Pero sí. “Un horror. Eso fue un horror, yo me lo acuerdo.” Un mate cocido recibió a los que llegaron hasta la primera parada en la casa espiritual de los Palotinos. Desde los balcones tomaban fotos a esa muchedumbre que pasaba. Los organizadores contaron 300 personas. Para entonces, un rumor decía que a la procesión se había sumado uno de los difíciles de sumar en otros tiempos, el obispo auxiliar de Buenos Aires, Alejandro Giorgi, vicario de Belgrano.
“Este también es un momento ambiguo”, dijo Pinasco, como al pasar. “Pasaron 40 años y podemos preguntamos: ¿cómo dejamos pasar 40 años? Pero también es bueno, finalmente hay algo. Te da vergüenza decir que dejamos pasar 40 años sin hacer nada, pero por otro lado podemos decir qué bueno que se hace algo”. Pinasco era uno de los niños del barrio de Belgrano en 1976. Durante la madrugada del 4 de julio, su hermano jugaba al truco en el zaguán de la esquina: la casa del interventor militar de Neuquén, general José A. Martínez Waldner conocido en la historia de los curas. De esa casa salió un llamado a la comisaría. Los pibes habían visto a un Peugeot largamente estacionado en la parroquia con cuatro hombres adentro. Llegó un policía, hizo la ronda y antes de irse les dijo a los pibes que se queden tranquilos: quédense adentro, no hagan nada, van a matar a unos zurdos. Pinasco ahora habla con las dos mujeres que caminan. Inés dijo lo que dijo. Al lado marcha Elena. “Se ha cambiado la visión”, dice ella. “Hace años se pedía la santificación y ahora se pide justicia y el martirio: el mártir es el que lleva adelante la lucha de su pueblo”.
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