EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Luis Bruschtein
Lo que Macri diga es lo de menos. Lo cierto es que se están demorando los juicios y que numerosos represores asesinos están siendo enviados a sus casas, algunos a quintas de descanso. Lo cierto es que frenaron los juicios a los cómplices civiles y a empresarios que se beneficiaron con la represión. Y lo cierto es que han recrudecido los abusos policiales hasta en las cosas más elementales como contra un hombre que protesta en forma pacífica en el tren o una mujer que le da la teta a su hijo en una plaza.
Como sucede con el PRO-Cambiemos, resulta que todo lo hace por el bien de los humildes. El tarifazo, dijo Macri, “lo hicimos lo más gradual que pudimos” y aplicó aumentos brutales de hasta el tres mil por ciento. “Todo lo hacemos pensando en el trabajo de la gente” y van más de 200 mil empleos formales perdidos y por lo menos 600 mil más de la informalidad, o sea 800 mil personas en la calle, 800 mil familias que perdieron su fuente principal de ingreso. “Sé que hay gente que la está pasando mal”, afirman, pero a los trabajadores les expropió el doce por ciento de sus salarios y a los sojeros y acopiadores les devolvió las retenciones. A los trabajadores les saca y a los grandes empresarios les da. Es la política económica de Macri.
El lenguaje del PRO-Cambiemos tiene la virtud de ser clarísimo porque hace lo opuesto a lo que dice mientras los medios concentrados se esfuerzan por darle credibilidad y sus periodistas lo entrevistan y se hacen cómplices de esa entelequia. Habrá algunos que todavía le creen y algunos que le crean por conveniencia. Pero en la calle, mientras Macri asegura que luchará por “Pobreza cero”, la gente dice que “gobierna para los ricos”.
Es el idioma del reino del revés, diría María Elena Walsh. Como los republicanos del gobierno radical de Gerardo Morales en Jujuy que avasallaron los principios republicanos de la manera más despótica y absolutista, o los principios de transparencia económica en la función pública del mismo Macri y de la mayoría de sus funcionarios que aparecieron con cuentas millonarias offshore en el exterior, cuentas no declaradas, o especulando contra el peso con el dólar a futuro.
Con los derechos humanos, el gobierno mantiene promesas públicas pero no compromisos reales. Igual que cuando dice “pobreza cero” o se rasga las vestiduras con la transparencia. Cuando habla de “guerra sucia” o de que no tiene “ni idea” de la cantidad de desaparecidos, en realidad, quiere proyectar que el tema no es importante. El mismo día que un juez ordenó la detención de Hebe de Bonafini, el secretario de Estado de los Estados Unidos, John Kerry, le entregaba un listado de documentos desclasificados de la diplomacia de ese país relacionados con los derechos humanos en Argentina.
Macri no está a la altura del reconocimiento internacional que tiene el país por los logros obtenidos en el campo de los derechos humanos. La actitud de Kerry fue expresión de esto último. La orden de detención contra Hebe de Bonafini, en cambio, estaba expresando la filosofía de derechos humanos que cunde con el gobierno de PRO-Cambiemos. Macri mismo calificó en esta entrevista a un canal de Internet de Estados Unidos, de “desquiciada” a Hebe de Bonafini, un término que se equipara rápidamente con “las locas” que usó la dictadura para denigrarlas.
A pesar de que en la entrevista dijo que mantendrá los juicios a los represores, el calificativo contra Hebe de Bonafini o la idea de “guerra sucia” demostró que no abreva en la fecunda producción teórica, legal y cultural del movimiento de derechos humanos, sino en la de sus detractores históricos que han tratado de minimizarlo, subestimarlo y estigmatizarlo. Las expresiones de Macri son conocidas por el movimiento de derechos humanos que en la mayor parte de su existencia debió tratar con autoridades refractarias a respetarlos y que en sus declaraciones públicas aparentan reconocer la importancia de esos derechos al mismo tiempo que la relativizan.
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