EL PAíS
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Un aparato sin chapas
› Por Raúl Kollmann
Desde el punto de vista policial, hablan de “patotas”, “barras bravas” e incluso banditas de delincuentes. No faltan los comisarios que consignan en las actas que son paraguayos y peruanos. Y, por supuesto, está la adjudicación política: “Les tiran unos mangos de la unidad básica”, “son tipos que trabajan para el gobierno provincial” u otras variantes por el estilo.
Lo que se vivió en las últimas 48 horas, con intentos de saqueos en casi una decena de lugares, es en verdad una mezcla de todos esos ingredientes. Es cierto que actuó al menos una patota de Fuerte Apache, se mezclan argentinos e inmigrantes, hay grupitos que actúan como barras bravas aprovechando la ocasión y son muy, muy pocos –aunque existen– los indicios de una movida política.
De todas maneras, lo fundamental es que los intentos de saqueos son síntomas de un modelo político-social que hace agua por todos lados:
- Un intendente del tercer cordón del Gran Buenos Aires le pintó este panorama a Página/12: “Antes un intendente tenía chapas, comida, empleos para repartir, zapatillas, ropa y plata en efectivo. Ahora no tiene nada. Esa forma de hacer política, que era la habitual en el peronismo, se acabó. La gran estructura de punteros ya no tiene el peso que tenía y el vacío se llena de muchas maneras: crecen las organizaciones de piqueteros y de izquierda, tienen más poder las patotas o directamente hay una situación de tensión entre distintos sectores de cada barrio”.
- El intendente Oscar Laborde, de Avellaneda, da cifras escalofriantes. “Sin ningún tipo de publicidad, se anotaron para los nuevos planes sociales unas 8000 mil personas en las últimas semanas, pero los planes que se van a otorgar son apenas 1400. Avellaneda tiene 300.000 habitantes y de ese total, el Estado les da de comer, a través de los comedores, las escuelas y bolsas de comida, a nada menos que 65.000 personas diariamente. Hay una parte de los planes alimentarios en los que se entregan 20 pesos por mes y uno debería preguntarse ¿por qué esa persona no va a saquear si con 20 pesos seguro que no come 30 días? Es menos de un peso por día.”
- El aparato y el control del justicialismo en las franjas más pobres de la sociedad se ha reducido muchísimo en casi todo el país. Otro intendente recibió una encuesta en la que el 23 por ciento de los habitantes de su distrito dijeron que se consideraban peronistas. Es de por sí casi la mitad de la proporción que se registraba hace una década. Pero lo más impactante es que entre los menores de 24 años, apenas el 10 por ciento sostuvo que se consideraba peronista. Esto muestra que los jóvenes, en buena parte los que participaron de los saqueos, son cada vez menos parte de la familia del PJ. Para ellos, el peronismo que conocieron no es Perón, Evita, las leyes sociales, sino Carlos Menem. En una palabra, que la vieja disciplina del aparato justicialista en la gente joven casi no existe.
- Las fuentes barriales consultadas por este diario coinciden en que la ayuda canalizada a través de Chiche Duhalde y las manzaneras llega tarde, mal y es insuficiente. En enero y febrero casi no se distribuyó nada, y en marzo las cifras de carenciados ya no son las de fin de año, por lo tanto hay una pelea brutal, incluso dentro del mismo aparato duhaldista. Los planes Trabajar viejos se renovaron, pero la presión de los pobres más recientes se hace sentir. “No es inusual que ahora pelee un plan hasta un arquitecto, que era de clase media unos meses atrás”, reveló un dirigente barrial del primer cordón del Gran Buenos Aires.
- A esto hay que agregarle la corrupción y el clientelismo: es un hecho que el Estado argentino no ha podido armar un padrón nacional y único de todos los planes sociales. Se trata de una verificación elemental. Los únicos tests que se hicieron sobre algunos de los planes demostraron que hay gente que cobra dos y hasta tres veces en el mismo plan y los beneficiarios que no existen suman más del diez por ciento. De últimas, son métodos usados por punteros de todos los colores para distribuir ellos mismos las prebendas e imponer así la disciplina política.
Los grandes supermercados e hipermercados ya están preparados para la confrontación: algunos han distribuido palos entre sus empleados, tienen seguridad privada y aceitados vínculos con las fuerzas de seguridad para que no desaparezcan de escena como nítidamente ocurrió en diciembre. El blanco son entonces los pequeños supermercados, las carnicerías, los almacenes. Ahí están los síntomas de lo que pasa por abajo.
La diferencia con diciembre está justamente en que en la agonía de Fernando de la Rúa las banditas, las barras bravas o distintos grupos pagados encendieron la mecha y desde el aparato del PJ no hubo contención alguna sino más bien todo lo contrario: las fuerzas de seguridad no aparecieron ni siquiera para hacer prevención. El hambre estaba y en horas la explosión fue imparable. Esta vez el hambre y la desesperación también están, por eso se produjeron los conatos de los últimos dos días. Pero ahora, el aparato político no quiere el incendio. El problema es que se trata de un aparato averiado, al que ya no quieren como antes, y de un modelo que ya no tiene chapas, zapatillas ni suficiente comida para repartir.
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