EL PAíS
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Educación sexual
Por Eva Giberti
Los padres, atentos a las explicaciones que aportábamos en los cursos destinados a educación sexual, incorporaban sistemáticamente dos preguntas: “Estamos de acuerdo, podemos decirles que el bebé está en la panza de la mamá en lugar de hablarles de la cigüeña, pero ¿y si preguntan cómo entró?, ¿qué les contestamos?”. Estábamos en la década del ’60 y estas reuniones se convocaban en la Escuela para Padres que fundé en esa época. El otro interrogante provenía de los padres de adolescentes y remitía a las que se llamaban “relaciones prematrimoniales”. En ese caso, los padres de varones apostaban a la experiencia mundial: se esperaba que los muchachos contasen con una autorización socializada para ensayar esa práctica; el problema surgía con los padres de las niñas: “Pero a mi hija yo le tengo que enseñar que no debe tenerlas...”
Desde aquel entonces hasta la fecha los seres humanos hemos avanzado en territorios nuevos y desconocidos en materia de sexualidades. Ahora las preguntas que escucho no sólo provienen desde los padres sino de los profesionales. Dicto clases en tres posgrados, es decir que quienes concurren son profesionales o egresados de estudios terciarios, lo que permite suponer ciertos conocimientos; pero, como dirían los escolásticos, es una falsa suposición. Por ejemplo: alcanza con que yo utilice la palabra transgénero para que varios rostros denoten estupor. Explico entonces de qué estoy hablando y les advierto que todos ellos seguramente estarán en contacto con travestis, transexuales, intersexuales y que por lo tanto es grave desconocer el nivel de análisis que estas identidades reclamen, ya sea en el plano de la convivencia social (y los derechos que les competen), cuanto frente a la necesidad de asistencia. Si a esta necesidad de información añado el alerta acerca de la infección por VIH y complemento con los datos que resultan de la fertilización asistida, compagino un tríptico de ignorancias, silencios y desinformación que sobrellevan innumerables adultos, quienes, en este caso, por ser profesionales, tienen a su cargo la orientación y cuidado de otras personas. Las universidades de las cuales provienen no llegaron a tiempo para introducir estas enseñanzas porque la vida se impuso por sus propios medios saltando las barreras académicas.
“Bueno, Eva, pero no me va a decir que hay que hablarles a los chicos de esas cosas...” En realidad, son los chicos quienes nos interpelan a nosotros; y por lo que puedo suponer –arriesgando el error– es que mientras se discuten estos temas los chicos van aprendiendo –y ensayando– de qué se trata. Máxime cuando niñas y niños están siendo victimizados por adultos abusadores que, como sabemos, no constituyen un ejército de extranjeros sino que conviven como miembros de las organizaciones familiares.
En cuanto a la información –educación– referida a la sexualidad, hablar acerca del engendramiento aún hoy forma parte del prejuicio masivo, en particular cuando se afirma que “el papá le pone la semillita a la mamá”, lo cual constituye una información falsa. El papá introduce una porción de plasma vital (germinal) que sólo será efectiva si se encuentra con el otro plasma vital, el que se encuentra en el interior del cuerpo femenino y lo acoge. No hay tal semillita ni el papá embaraza a la mamá: entre ambos engendran con la misma potencia y responsabilidad biológica. Si no se comienza por reconocer cómo se utiliza la información acerca de los procesos psico-biológicos, para incorporar prejuicios sexistas que privilegian la actividad masculina, la educación sexual quedará limitada a los recortes anatomo-fisiológicos condimentados con algunas ideas acerca del bien y el mal según sean las convicciones de quienes la impartan.
La objeción “pero no les vamos a hablar de plasma vital a los chicos...” me lleva a reconocer que utilizo esa expresión porque constituye un clásico, pero los contenidos tienen nombre y se llaman espermatozoides y óvulos. El problema reside en otro nivel: la dificultad de los adultos para verbalizar palabras a las cuales la propia experiencia les aporta sentidos. A lo que debemos sumar la propia historia: hablar de sexualidad –aunque no se lo mencione– implica convocar inconscientemente el propio origen y repicar en las propias experiencias. Ya sea para festejar las prácticas sexuales personales o renegar de ellas.
Hoy en día, los temas que la educación sexual introduce están enlazados con los derechos humanos de las personas transgénero, con el reconocimiento de las nuevas formas de engendramiento mediante la fertilización asistida, la atención acerca de lo que el HIV significa, los derechos reproductivos y el reconocimiento del riesgo que niñas y niños pueden correr en manos de abusadores. Seguramente estoy omitiendo otras exigencias que podrán complementar quienes lean. Los diálogos con los padres actuales me aportan novedades que niños y adolescentes introducen en sus familias no sólo porque miran tevé hasta cualquier hora de la noche, y porque bajan porno de los canales que rastrean en Internet, sino porque comentan entre ellos lo que creen saber. Entonces los adultos suelen sentirse desprotegidos y desautorizados, vivencias que transparentan una realidad: es preciso cambiar el enfoque mental si se pretende acompañar a los niños y a las niñas de nuestra época. Están creciendo en un mundo que no es el que sus padres y maestros conocieron cuando transitaban sus infancias y la adolescencias, sino en el colorido, sonoro y a veces inquietante paisaje de las diversidades esperables y de las exhibiciones mercantilizadas. Los chicos sobreviven a nuestras paradojas e hipocresías y paulatinamente aprenden a producir las propias, es decir, comienzan a parecérsenos; pero es posible crear para ellos la densidad informativa que les interese, les enseñe y mantenga abierto el espacio de sus fantasías y deseos. Actualmente, más allá de tales fantasías y deseos, niños y niñas precisan aprender a aceptar la diversidad, a resguardarse de las infecciones, a disponer de sus cuerpos según lo enseñan los derechos reproductivos y a defenderse de quienes pretenden violarlos. Todo ello forma parte de la enseñanza moral que padres y docentes actuales tienen a su cargo, asumiendo la dosis de sobresalto y confusión que este nuevo mundo –repleto de antiguas realidades– nos demanda.
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