EL PAíS
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Ojo al piojo
› Por Miguel Bonasso
Es una lástima que la idea que se le ocurrió a Patti se le haya ocurrido precisamente a Patti. Porque, al margen del prontuario criminal del antiguo subcomisario de la dictadura, la idea es buena y necesaria. La imbecilización generalizada de la sociedad argentina, fomentada por el famoso mercado, nos ha llenado los días de “countries”, “deliveries”, “mails”, “data”, “fast food”, “exit”, “ok”, “hi”, “outlet”, “bingo”,”target” o “sales”.
Recuerdo hace unos cinco años, en un viaje por el Noroeste, presenciamos en Santiago del Estero una escena paradigmática: en una esquina rotosa y polvorienta colgaba un cartel con la leyenda “Drugstore”. Al bajar la vista, como si fuera una cámara cinematográfica, descubrimos durmiendo bajo el ominoso cartel al clásico opa santiagueño, al que no le faltaba el hilo de baba cayendo de la comisura izquierda. La tradición local, fuerte, invencible, se había impuesto al intento modernizador y extranjerizante del dueño del boliche.
Pero no siempre ocurre así. No siempre los argentinos vivos son tan apegados a las viejas costumbres como los entrañables opas. Y el modo de vida, el famoso american way of life, se cuela a través del lenguaje minando nuestras particularidades culturales, diluyendo los matices entrañables de nuestro paisaje urbano, para conformar esos espacios globalizados como los “multicinemas”, los “mall” o los “shoppings”, por donde podemos pasearnos sin saber si estamos en Buenos Aires, México, Los Angeles o Estambul. Para no hablar de quienes copian, desde las covachas de nuestra modesta City, las astucias financieras de los mercados donde se mueve guita en serio. Ya hace muchos años, María Elena Walsh había pulverizado esa pulsión imitativa de los gerentes locales, con su soberbia canción sobre los ejecutivos.
La ordenanza 3402, que el Concejo Deliberante de Escobar le aprobó al intendente Luis Abelardo Patti (un torturador confeso), que multa a quienes pongan en inglés lo que debería anunciarse en castellano, pone sobre el tapete un tema sobre el cual habrá que volver más de una vez: si las fuerzas democráticas, progresistas, de izquierda, o como carajo queramos llamarlas, no asumen urgentemente la defensa de una identidad nacional que está cada vez más vapuleada, lo hará la extrema derecha.
La reciente lección de Le Pen, erigido en peligro electoral por el default del “socialista” Lionel Jospin (que a fuer de prudente llegó a mimetizarse con la derecha liberal y a desdibujarse como alternativa frente a Chirac), demuestra –una vez más– que nadie aprende en cabeza ajena. Que la vieja lección de Hitler, emergiendo como respuesta irracional a la humillación de Alemania en el Tratado de Versailles, aún no ha sido correctamente asimilada.
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