Lun 10.10.2005

EL PAíS • SUBNOTA  › DISCUSIONES VIOLENTAS Y DENUNCIAS DE LOS GRUPOS ANTIABORTISTAS

“Pese al Infierno, Dios da la victoria”

› Por M. D.
Desde Mar del Plata

Paroxismo, un estado indefinido entre la euforia y la rabia, descontrol, ¿cómo describir el entusiasmo de un grupo de unos sesenta jóvenes, la mayoría de ellos blancos y bien vestidos –incluso de saco, a pesar del domingo a la tarde– que cantaban como desquiciados: “Un minuto de silencio, para el diablo que está muerto, ea, ea, ea”; o “Dios me da la victoria aunque el infierno se oponga”? Fue un momento violento, hay que decirlo, porque estaban decididos a poner el cuerpo, literalmente. Avanzaron a los saltos, al ritmo de sus cantos, hasta chocar contra las mujeres que salían de los talleres más conflictivos, relacionados con la despenalización del aborto.
Al mismo momento que los muchachos se desgañitaban y tiraban panfletos con fotos de embarazos a término con la leyenda “no lo mates, es tu hijo” o “podría tener tu sonrisa”, tres mujeres salieron de la escuela Número 6, en Gascón y Mitre, hacia la comisaría segunda de General Pueyrredón. Allí las recibió el sargento Mario Cárdenas, quien escuchó cosas como: “Nos tienen secuestradas, nos golpearon, no nos dejan entrar a los talleres y cantar cánticos contra de las instituciones (sic). Hay tres que parecen locas, para mí que están drogadas”. Cuando este diario les preguntó a esas mujeres quiénes las agredían, la respuesta fue vaga: “Las que tienen pañuelo verde”.
Cárdenas confirmó que desde las ocho de la mañana habían recibido denuncias. ¿Sobre qué? “Que las agredían verbalmente, que no las dejaban discutir, cosas que ameritaron que enviáramos a un móvil hasta última hora”. A última hora se definía si se iba a dar intervención a la fiscalía o no, ya no que se terminaron de constatar las agresiones, a pesar de que las mujeres llevaron sus testigos, todos varones que aportaban datos aun cuando su presencia hubiera sido imposible dentro de los talleres.
Pero mientras el intento de que interviniera la fuerza pública hacía agua, los muchachos de los estribillos celestiales seguían presionando contra el grupo de mujeres que terminaba de debatir y se reunía para ir juntas a la marcha de cierre. En ese momento no hubo móviles policiales, a pesar de que hubo dos camionetas que atravesaron a toda velocidad el grupo de mujeres y que estuvieron a punto de causar accidentes. De las camionetas bajaron otras mujeres, que se mezclaron en el grupo de los devotos y desde allí pedían perdón por las “asesinas”.
Lo cierto es que el enfrentamiento se produjo en el momento en que intentaban cerrarse las conclusiones. Algo que parecía imposible ya que muchos talleres se habían desarmado en discusiones cabeza a cabeza sobre el modo en que se redactarían, y si las dos posturas quedaban en igualdad de condiciones o no, aunque más del noventa por ciento ya vestía sus pañuelos verdes y la minoría sólo se podía ocultar detrás de la lectura de las conclusiones, hoy, cuando la mayoría de los micros que viajan a las más diversas provincias ya hayan emprendido el viaje.
La pregunta que atravesó el Encuentro es cómo volver a reunirse sin tener que repetir las mismas escenas año a año. Esta vez, por ejemplo, las voces fundamentalistas se callaron hasta último momento, como para incluirse en los escritos sin haber debatido. Pero los ENM, por definición, son abiertos a todas las mujeres. La marcha final, de todos modos, parece un buen modo de saldar una discusión que en estos espacios, más allá de algunas puestas en escena, tiene suficiente consenso.

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