EL PAíS
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La decisión más difícil
› Por Rafael Bielsa
El pasado 23 de octubre, mis conciudadanos me honraron con una banca de diputado nacional por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, y es por ellos que me siento en la obligación de explicar los motivos por los cuales acepté el ofrecimiento que, por estos días, me hiciera el presidente Kirchner para ser embajador argentino en Francia.
Se trató de una de las decisiones más difíciles de mi vida. Ante la propuesta, la primera pregunta que surgió en mi mente fue la de cuál era mi deber. No cuál era la opción más fácil desde el punto de vista personal, sino dónde estaba el deber. Mi deber está en el proyecto del que formo parte y en la ciudadanía. Pensé mucho en quienes depositaron su confianza en mí y no quisiera revivir en ellos la amarga sensación de haber sido defraudados, sentimiento que yo mismo he padecido otras veces. En lo que más pensé fue en quienes me votaron, y de qué manera podía honrar mejor mi compromiso con ellos.
Cuando incursioné en la arena política, lo hice con el único objetivo de lograr –en la medida relativa de mis posibilidades– mejorar la vida de mis compatriotas. Creo que mi deber fundamental con ellos es aportarles todo lo que esté a mi alcance para poder lograr esa meta. Hasta hace escasos días, mi lugar para hacerlo era la banca. Cuando dije que asumiría como diputado –porque la especulación era que permanecería en el Ministerio de Relaciones Exteriores– lo hice con la convicción de que así sería, ignorando lo que el devenir de los acontecimientos me depararía después. Tanto es así que dediqué buena parte de mi tiempo a desarrollar proyectos de diversa naturaleza para poder presentarlos ante la Cámara. Hoy serán los demás diputados de nuestro espacio los que los lleven adelante.
Pero la vida no es una imagen, sino una secuencia. A partir del ofrecimiento presidencial, y tras muchas cavilaciones, entendí que era en ese marco en el que podía aportar más a mis conciudadanos. Francia es el segundo inversor en Argentina y necesitamos tener la mejor de las relaciones posibles. Renuncié a mi banca, porque me pareció deshonesto asumir, estando en conocimiento de esta situación. No me parecía bien jurar ante mis compatriotas, siendo que había entendido las razones por las que el Presidente pudo creer que yo sería más útil para el país desde otro lugar.
Luego del anuncio oficial de la medida, salí de Casa de Gobierno y caminé hasta mi casa. Una joven mamá, en la calle Arenales, me paró y me dijo: “Qué mala persona es usted”. Como no me dio la oportunidad de responderle, quiero decirle ahora que yo no soy una mala persona. Soy alguien que piensa en su país primero, antes que en cualquier consideración personal; pierdo la presencia cotidiana de mis hijos, cuatro años de un trabajo estable, una jubilación a la que pocos acceden en este país y, me expongo además, a frases semejantes.
También se me acercó otra gente, al igual que la enojada mamá que tanto me hirió, otras personas quizá más simples que me dijeron: “Si es lo mejor para el país, ha hecho bien”. Sinceramente creo que es lo mejor; quienes tenemos mayores responsabilidades debemos colocarnos en un segundo plano y eso es lo que he hecho.
No quisiera que se me descalifique con atolondramiento. He actuado con responsabilidad; que se me juzgue del mismo modo.
Nota madre
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