EL PAíS • SUBNOTA
La monumentalidad de la maquinaria impacta tanto al recorrer las pasteras como la ausencia de seres humanos. En Aänekoski trabajan poco más de 200 personas y en Rauma poco más de 160, en turnos que no exceden las 25 personas. Todo el proceso está informatizado y los trabajadores –graduados universitarios, seleccionados por examen– se limitan a controlar el funcionamiento.
–Si emplean tan poca gente en forma directa, ¿cuál es el beneficio para las comunidades? –le preguntaron a Kaija Pehu-Lehtonen.
–Los proveedores, la contratación de servicios mercerizados como el laboratorio, el transporte, el comercio se activan por el trabajo en la fábrica.
El excedente de energía que producen a partir de la madera, la planta de Rauma la vende para el aprovechamiento de la comunidad. El engranaje es literalmente imparable. El año pasado cayó la producción de la planta porque enfrentaron un conflicto de siete semanas a raíz de querer limitar los feriados por las fiestas de San Juan y Navidad. Llegaron a un acuerdo con el sindicato a cambio de beneficios económicos y laborales para quienes cubren los puestos de trabajos esos días y garantizan que la planta no se pare en las 24 horas.
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