EL PAíS • SUBNOTA › OPINION
› Por Mario Wainfeld
El Presidente asistirá al Tedéum en la Catedral Metropolitana, recibirá a los diplomáticos extranjeros y hablará ante una muchedumbre que se ha esmerado mucho en convocar, en un acto de marcado tinte peronista. Son tres hechos novedosos, en algún sentido contradictorios entre sí, que coinciden en un núcleo: el Néstor Kirchner de hoy será más tradicional que el Néstor Kirchner de los primeros años de su mandato. Honrará costumbres de los presidentes comme il faut (incluidos el anacrónico y antirrepublicano Tedéum), por un lado. Por otro, regresará a las fuentes con el ritual de la Plaza.
La movilización y su discurso de cierre serán, largamente, lo central de la jornada. El kirchnerismo se ha dedicado, con la obsesividad que le impone su líder, a apestillar a cuanto compañero dirigente está a tiro de celular para compelerlo a “garantizar” asistentes. Los habrá, luego se discutirá cuántos fueron, la distribución entre encuadrados y gente suelta, cuánto aportó cada convocante. Es cómodo vaticinar que ese debate no se saldará con facilidad, es el día de hoy que se sigue controvirtiendo acerca de la real asistencia al 17 de octubre del ’45, o respecto de la espontaneidad de los descamisados en cuestión.
De lo que no habrá duda, ya se dijo, es del tono peronista de la tenida, predeterminado por los convocantes, la presencia de importantes columnas sindicales y provenientes de provincia, la parafernalia de micros que ya están surcando la amplia geografía vernácula. Desde el domingo, la Capital (y los diarios nacionales) rebosa de carteles o anuncios de dirigentes conurbanos, flor y nata de “la vieja política” que, sin molestarse en aggiornar su lenguaje, exteriorizan su (ejem) firme apoyo al Gobierno.
Más peliagudo que medir asistencias será calibrar cómo impactará la jornada en el imaginario de las clases medias urbanas, la porteña especial pero no únicamente, bastante refractarias al peronismo, máxime si es explícito. Kirchner se ha mantenido bastante atento a ese sector. La preservación de subsidios varios (combustibles, transportes, servicios públicos), la modificación del mínimo no imponible de Ganancias, la adscripción transitoria a la vulgata penal de Juan Carlos Blumberg son ejemplos de un ansia de satisfacer los intereses y hasta los berrinches de un tramo social. Si se aplicara a otro más sumergido, más de cuatro lo apodarían clientelismo.
Pero la concentración, se huele en el aire, erizará alguna piel en ese sector. El Gobierno aspira a contrapesar esa tendencia con la presencia de artistas caros al gusto progre y mujeres-emblema del movimiento de derechos humanos. Será difícil hacer la suma algebraica, mucho más predecirla, pero cuesta imaginar que dé positivo, de cara al esquivo target en cuestión.
Siempre fuimos compañeros: En la entrevista publicada por este diario el domingo, Kirchner explicó que sigue cuestionando al “pejotismo” y que no ha sido, es, ni será presidente del Partido Justicialista. Ambas aseveraciones son auténticas y, al unísono, imprecisas. Vamos a ver.
Kirchner viene ejercitando una tensión dialéctica con el peronismo realmente existente mas ha terminado conduciéndolo. Le impuso nuevos contenidos, algunos muy antagónicos con los del peronismo de las últimas décadas. Lo convulsionó con el ingreso de dirigentes sociales de época, tales los de movimientos de desocupados como Luis D’Elía y Jorge Ceballos, por ejemplo. Y sacó del ostracismo (o de sus domicilios particulares) a muchos peronistas de izquierda jaqueados o desalentados por las tendencias de fin del siglo XX. La cuestión de los contenidos es la que menos afecta a los peronistas de ley de proverbial oportunismo (expresión eufemística para algunos casos) en materia programática. Pero la competencia con cuadros de otra estirpe, a los que se da buen oxígeno desde la Rosada, le resulta un incordio mayor.
De cualquier modo, las organizaciones, los funcionarios, legisladores y gremialistas peronistas tendrán hoy un día augural, desplegando sus viejos saberes, sus clásicas consignas (incluidos los remanidos carteles “Kirchner presidente, Fulanito conducción”) de cara a un líder en quien no confían, al que mayormente no quieren y consideran “zurdo”, pero que tiene lo básico que hay que tener para ser acompañado en la coyuntura: legitimidad, voluntad, poder, manejos de los recursos del Estado.
No debería banalizarse la –ya se dijo mestiza y tensada– re-peronización de Kirchner que alumbró antes de las elecciones, que se ha incrementado luego y que tendrá una magna puesta en escena después del mediodía. En la Argentina sigue siendo imposible gobernar contra el peronismo y da la impresión de que también lo es gobernar sin él. El sociólogo Denis Merklen describe bien al peronismo de la recuperación democrática, un movimiento cuya “incapacidad para promover una nueva fuerza de promoción social” no le obtura saber presentarse como el único “capaz de hacer algo, es decir de aportar respuestas concretas a las demandas”. Demandas, cabe acotar, muchas veces incentivadas por sus desaguisados previos, pero ése es otro cantar.
La reorientación del peronismo no es, jamás, una conjura absoluta. Siempre existe una puja interna, más o menos enérgica, que hoy se expresará en la disputa por el espacio simbólico y material de la Plaza. Esa puja, en los momentos fructíferos de la acción colectiva permite resultados exitosos. Sólo el peronismo podía juzgar a los integrantes de la Corte, o conseguir las mayorías para anular las leyes de la impunidad o denegar el diploma a Luis Patti. Huelga decir cuánto tuvo que ver el peronismo (incluido una ración significativa de las actuales huestes del FPV-PJ) en esos pilares de la injusticia que se desbarataron. Vaya una apostilla sobre la sesión de anteayer, como ejemplo de esa aptitud adaptativa y de la competencia que alberga. Muchos de los diputados del oficialismo (por no hablar de sus referentes y de los gobernadores de sus provincias) deberían lavar su boca y su currículum para hablar sobre derechos humanos. No fueron ellos los oradores en el recinto: Miguel Bonasso, Remo Carlotto, Agustín Rossi son militantes probados de esa causa. Su presencia obedece a una astucia escénica conjunta que incluye el desplazamiento de los impresentables al rol de extras. No se trata de una pura conspiración, sería falso soslayar que también hay un avance relativo de los que estuvieron al micrófono, alentados por el propio presidente. Varios games de ese juego endiablado, incomprensible para los profanos, serán legibles hoy para quien los sepa leer.
El sermón y la liturgia: Se ha venido anticipando que el Presidente piensa dar algo así como el puntapié inicial de una nueva identidad o coalición política. Se la(s) designa con la palabra “concertación”, que en jerga peronista aludía a acuerdo social macro pero ahora remite a la experiencia chilena de un partido de centro, competitivo con uno de derecha. Un esquema político al que Kirchner dice aspirar, muy complicado por la sectaria y crispada cultura dominante (a la que el Presidente hace aportes significativos) y con las identidades preexistentes, empezando adivinen por cuál.
Si el Presidente honrara sus anticipos sobre el punto es dable pensar que acudirá, tras reseñar las fortalezas de su gestión, a una convocatoria amplia y trasgresora de las camisetas existentes. En tal caso, como ya pasó en Gualeguaychú el sermón tendrá asimetrías patentes con la liturgia. En Entre Ríos Kirchner midió sus palabras (casi literalmente, al ceñirse al texto escrito), pero urdió un marco muy confrontativo. Habló como el Presidente de un país que, desdichadamente, debió acudir a un arbitraje internacional. Aunque soslayó que tiene, por definición la mitad de las posibilidades en contra y que, en el caso concreto, seguramente las chances son menores. Pero la puesta en escena correspondió a una “causa nacional”: a metros del adversario, con todo el sistema político avalando. Y, detalle no trivial, el intransigente slogan “no a las papeleras” pintado a espaldas del Presidente, un hombre que no descuida ni perdona detalles disonantes en sus salidas públicas.
En la Plaza, se intuye nueva discordancia entre el sermón y la liturgia. Se hablará de confluencias novedosas, con aroma a menta. Pero, aunque falte la imprescindible corroboración empírica en el terreno, no hace falta ser un adivino para presumir que el calor de la multitud aludirá inequívocamente a una fuerza longeva, como que ya cumplió 60 años, sí que conservando (o acrecentando) su fuerza gravitatoria.
La presencia de miles de personas en el espacio público ha sido siempre un aliciente y hasta un sueño para todos los políticos. Kirchner, que llegó al gobierno con un puñado de votos sospechosos de haberle sido prestados, ha acumulado a pulso una legitimidad inimaginable. Tiene buenas perspectivas de ser reelecto si elige intentarlo. Tiene aceptables de proponer a Cristina Fernández de Kirchner para el siguiente mandato y de ganar igual. Su ex ministro de Economía, más allá de las cuitas que los enfrentan, es otra figura ponderable que cimenta su virtualidad en la reputación que acuñó en este gobierno.
Hoy, en el cenit de la acumulación política, de su centralidad, del eclipse de sus colaboradores, se dará el gusto de tener una movilización a favor, como hace añares que no se ve, a tres años de gobierno. Más allá de los dirigentes que canalizan las presencias, no hubiera podido lograrla sin una serie de logros de su gestión. Una trayectoria que empezó de modo fulmíneo, acaso irrepetible, cambiando a Nazareno por Zaffaroni (¡), aboliendo las leyes de la impunidad, reabriendo la ESMA, poniendo a Graciela Ocaña al frente del PAMI. Ese rush disruptivo no fue contradicho pero parece haber encontrado un ancla. Aunque la expresión sea demasiado imprecisa para explicar el estilo traccionador y dialéctico de ese hombre, tras cumplir con el clero y el cuerpo diplomático, se dará un baño de multitud en lo que pinta para ser un día ¿kirchnerista?
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