Jue 01.06.2006

EL PAíS • SUBNOTA  › OPINION

Alfombra roja

› Por Alfredo Zaiat

Era una pareja en que la mujer le tributaba respeto y admiración. Lo definía como un patriota, exageración que se entiende por esa veneración. El hombre, distante, la consideraba una muy buena colaboradora, sin agregar ni un mínimo adjetivo. Había trabajado en Ecolatina, consultora propiedad del hombre. En el momento del traspaso del mando, ambos se sentían orgullosos por encarar la transición del ministerio más pacífica y civilizada desde el regreso de la democracia. Paz que duró hasta ayer. Felisa Miceli evaluó como una traición los misiles recibidos de su anterior jefe. Roberto Lavagna consideró también una traición la reacción de su ex subordinada, en especial la demanda de “humildad”.

En concreto, ¿cuál es la discusión económica que motivó el divorcio de esa pareja? Ninguna importante. Se trata de matices en el modelo del dólar alto, superávit fiscal y prudencia monetaria. Lavagna sugiere un tipo de cambio un poquitito más bajo pero no tanto como pide la ortodoxia. En lugar de 3,10, ubicarlo en 3,01. Tema irrelevante. También reclama explicitar la conformación del fondo fiscal anticíclico y el monto que se va acumulando, en vez de instrumentarlo sin formalizarlo. Una cuestión sin importancia. Y así se puede continuar con el resto de la política económica. Diferencias de formas, poca cosa para empezar a construir un recorrido en la política.

¿Cuáles son los temas de debate que la sociedad reclama y que el Gobierno debería impulsar, según Lavagna? Casi todos los que la administración Kirchner está impulsando, incluso uno que el ex ministro no considera tan prioritario, como la distribución del ingreso. Para él, la tan declamada movilidad social se conseguirá con crecimiento sostenido y evitando demasiada injerencia del Estado. Esa podría ser una diferencia con Miceli.

Igualmente es extraño desde el punto de vista del debate económico este divorcio. Por eso la lectura del tiroteo de Lavagna tiene una mirada desde lo político. Y, desde cierto punto, bastante peculiar: el ex titular del Palacio de Hacienda no deja de repetir que el actual no es el momento para hablar de candidaturas, y él con sus declaraciones abre el juego para su candidatura. Se presenta como la esperanza blanca frente a la irracionalidad, reuniendo detrás de sí al radicalismo, al duhaldismo residual y a los capos sindicales reunidos en el equipo de los “gordos”.

Un colaborador de Lavagna encontró un explicación para esa movida política de su jefe. La definió como el “síndrome de la alfombra roja”. Dice que él, en el llano, todavía se siente ministro. Y más.

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