EL PAíS • SUBNOTA › DEL BOMBARDEO DEL ’55 AL ESPIONAJE EN DEMOCRACIA
En 1955 fue epicentro de la planificación y ejecución del bombardeo sobre Plaza de Mayo. Aportó ideólogos, pilotos, infantes de marina, aviones y bombas. Desde la vecina base aeronaval Comandante Espora despegaron tres Catalinas con la leyenda Cristo Vence en sus alas. Después del 16 de junio se improvisaron en sus talleres nuevas espoletas (Perón había ordenado conservar las existentes en la base de Zárate, que controlaba) por si en septiembre era necesario volver a bombardear la Casa Rosada.
Desde principios de los ’70 se ensayaron en sus entrañas secuestros breves con tormentos incluidos. Tampoco escatimaron picana cuando dudaron sobre la lealtad de algún miembro de la propia tropa.
En los primeros meses de 1975, cebados por el diario La Nueva Provincia y agazapados tras las figuras del integrista rumano Remus Tetu y del sindicalista Rodolfo Ponce, provocaron el desbande de profesores y alumnos de la Universidad Nacional del Sur y de un grupo de sacerdotes que se había convertido en referente de cientos de jóvenes militantes. Esos mismos jóvenes, en su mayoría cristianos que trabajaban en villas miseria de Bahía Blanca, fueron durante la dictadura su principal presa de caza.
En los días previos al golpe el contraalmirante Luis María Mendía eligió su sala de cine para informar a la oficialidad que se avecinaba una guerra sin uniformes, con torturas cotidianas y eliminación física de personas, que serían dopadas y arrojadas al mar desde aviones navales para preservar “la ideología occidental y cristiana”.
Ya en democracia, mientras la sociedad exigía justicia, cientos de camaradas se trasladaron hasta Espora para recibir con honores, de madrugada, a sus héroes de guerra Astiz, Donda, Pernías & Capdevilla.
En cada una de sus cruzadas contaron con el apoyo incondicional de sus capellanes castrenses y del diario de Diana Julio y su hijo Vicente Massot, nostálgicos de la capucha que en un acto militante sin precedentes en la historia del periodismo argentino llegaron a publicar en tapa un “informe oficial de la Armada” con datos obtenidos a fuerza de picana en la mazmorra de la ESMA.
Hasta hace al menos dos meses, cuando el cabo Carlos Alegre tuvo el coraje de acercarse a un organismo de derechos humanos para denunciar el espionaje ilegal en los destacamentos de inteligencia navales, en Puerto Belgrano se seguían almacenando día a día informes sobre los “factores internos”, es decir el trabajo cotidiano de partidos políticos, periodistas y organizaciones sociales de todo el país.
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