EL PAíS • SUBNOTA › OPINION
› Por Washington Uranga
Delfor “Pocho” Brizuela, el párroco de El Chamical, no es un cura cualquiera. Es un hombre que lleva tras de sí, en el seno de la Iglesia Católica y dentro del sacerdocio argentino, una historia de lucha junto a los más pobres, de compromiso social y político desde la perspectiva pastoral y religiosa. Su espejo ha sido el obispo mártir de La Rioja, Enrique Angelelli. Siempre lo ha proclamado así, apoyándose en su enseñanza y en su ejemplo. Pocho Brizuela es un hombre muy querido por su comunidad. Su influencia y su reconocimiento van más allá de la trascendencia mediática que tuvo en agosto del año anterior, cuando habló en una concentración ante el presidente Néstor Kirchner recordando precisamente a Angelelli. Tanto los fieles de las comunidades eclesiales de base de La Rioja como los de gran parte del país y, sin lugar a dudas, los sacerdotes comprometidos con la opción por los pobres, le reconocen una trayectoria de lucha y de coherencia. El mismo compromiso, valor y coherencia que tuvo el domingo pasado al anunciar a su comunidad, “para ser auténtico y no andar jugando a las escondidas” que está enamorado y, como las normas de la Iglesia Católica le exigen celibato –al que no lo obligaron, sino por el que optó libremente, como también dijo–, prefiere apartarse por un tiempo a reflexionar sobre su futuro. Un gesto que lo honra y que es acorde con lo hecho por Brizuela durante toda su vida. Es probable que la institución católica –que hasta el momento sigue siendo incapaz de revisar su norma sobre el celibato obligatorio para los sacerdotes– lo terminará finalmente “expulsando” como hizo en 1967 con el obispo Jerónimo Podestá y luego con tantos otros curas que, aun sintiendo vocación para el sacerdocio, no aceptan que para vivirlo sea necesario mantenerse célibes. El gesto que honra a Brizuela se convierte en otro gran desafío y cuestionamiento para la institución eclesiástica y a su incapacidad para revisar una norma –no una doctrina, sino una ley eclesiástica– que al imponer el celibato como condición para el sacerdocio está privándose de ministros valiosos y, al mismo tiempo, quitándole a muchos hombres la posibilidad de desarrollarse plenamente en su vocación sacerdotal. El debate sobre sacerdocio y celibato obligatorio en la Iglesia Católica está abierto. Con la mayor coherencia y también amor por la institución que lo formó y lo acogió durante más de veinte años como cura, Pocho Brizuela acaba de profundizar los cuestionamientos aun sin pretender hacerlo. La pregunta es hasta cuándo la jerarquía va a seguir negándose a replantear el celibato obligatorio que –como es obvio y evidente– requiere también de una revisión para recuperar la coherencia institucional de la propia Iglesia.
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