EL PAíS • SUBNOTA › OPINION
› Por Mario Wainfeld
Es difícil empardar la cantidad de posiciones de poder que ocupa Luis Barrionuevo. El hombre es sindicalista, pero es un secreto a voces que funge también de empresario, no sólo en su ramo gastronómico, sino en varios otros, incluido el de salud. También es un dirigente político, con arraigo en territorios tan variopintos como el conurbano bonaerense (San Martín) y el interior profundo (Catamarca). Para no quedarse sin agenda, también es dirigente de fútbol. Con tantos recursos sólo cabe agradecer que Barrionuevo sea bien conocido por su trayectoria pública, que les pone un techo a sus ambiciones, porque si no atesoraría más poder que un par de sindicatos y algún partido político sumados.
Las alianzas de Luisito son tan vastas como su área de acción y esencialmente móviles. Su verba, aunque ingeniosa y brutal, siempre esconde algo, porque juega en varios tableros a la vez. Vaya uno a saber los alcances de su ofensiva contra Hugo Moyano, pero es casi seguro que no tiene al camionero trastabillante como único objetivo. Futuras movidas irán develando cuánto interpela a Moyano y cuánto al Gobierno mismo, en especial mirando a Catamarca, la provincia en que Luisito se permitió maltratar a Cristina Fernández de Kirchner cuando ésta no era una presidenciable en ciernes. Pero, de todos modos, Barrionuevo también “juega” en la CGT. Juega fuerte, no sabe hacerlo de otro modo.
Su lectura de coyuntura incluye una habitual dosis de astucia. El titular de la CGT quedó machucado tras la batahola de San Vicente, momento precioso para que varios compañeros gremialistas traten de cobrarle cuentas viejas.
Moyano siempre fue el líder de un sector del movimiento obrero, con núcleo duro en el viejo MTA, un conglomerado de gremios de transporte ligeramente ampliado con el correr de los años. La cúpula de la central obrera refleja ese predominio que ahora se pone en danza.
Algunos aliados, a regañadientes y un poco a la rastra, cosechó Moyano, ahora dan la impresión de encresparse.
José Luis Lingeri compartió un triunvirato con él y debió resignarse a quedar a su zaga tras un año, en tributo al mayor carisma, la mayor representatividad y la mejor performance contra el menemato del camionero. Ahora Lingeri, un dirigente muy mimado por el Gobierno, hace algunos visajes de autonomía, ayer hizo de anfitrión. Habrá que ver hasta dónde tira la cuerda, sin resentir su relación con la Casa Rosada. Otro tanto puede decirse del estatal Andrés Rodríguez, casi un socio de Alberto Fernández en el armado político porteño, que ahora va a la vera de Barrionuevo, quien nunca fue un favorito de los Kirchner.
Los llamados “gordos” también van por Moyano o por limarlo un poquito. Varias cuitas tienen con él. En la Casa de Gobierno y en Trabajo nadie se hace ilusiones con ellos. Pero algunos estrategas de la acción colectiva apuntan que la reducida representatividad impuesta por Moyano a la cabeza de la central obrera no se corresponde con el esquema actual de la economía. La preeminencia absoluta de los sindicatos del transporte expresa mal (o no expresa) el resurgimiento de sindicatos industriales, como la UOM, el Smata, los textiles, los de la alimentación. Sus afiliados crecen, algo tienen que decir en el nuevo modelo económico y, un día no muy lejano, al Gobierno le convendría dejar de discutir con ellos “de a uno”. Los textiles, por caso, integran un esquema de discusión de precios caro a la actual gestión y están pintados en la CGT.
En un cuadro magmático, con odios reconcentrados de años, los muchachos olieron la debilidad contingente de Moyano y van a su busca. El tiempo –y en alguna medida el Gobierno, que hasta acá fue remiso a inmiscuirse en las internas de la CGT– develarán hasta dónde llegan.
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