Dom 14.07.2002

EL PAíS • SUBNOTA

Chapita internacional

› Por Horacio Verbitsky

Las cadenas de emails que las asambleas barriales, grupos contestatarios y partidos de izquierda utilizan para comunicarse incluyeron en los últimos días un curioso trabajo con el título “Ha comenzado la ejecución del plan final de la desaparición del primer Estado Nacional de América del Sur : la Argentina”. El texto no se atribuye al arqueólogo alemán de Tato Bores sino a un “senador francés Lyndon LaRouche” y describe una conspiración satánica de la que participan civiles y militares que se reúnen con funcionarios de la Embajada de los Estados Unidos.
El presunto golpe final a la Argentina asumiría la apariencia de un programa de ayuda humanitaria. Se instalaría un gobierno de emergencia de las Naciones Unidas asistido por cascos azules con participación de las Fuerzas Armadas locales. Bajo esta apariencia, el verdadero gobierno lo ejercería el Departamento de Estado de los Estados Unidos y las decisiones económicas serían adoptadas por el Fondo Monetario Internacional. Aquellos militares que se oponen “no pueden hacer nada porque ya ni siquiera tienen armas ni municiones, ni nada”. Una vez rendida la soberanía nacional llegaría ayuda financiera inmediata, que conformaría al pueblo. El país se desmembraría en los Protectorados del NOA, Cuyo, Mesopotamia, Patagonia y Región Pampeana.
En primer lugar, no es cierto que el autor sea un senador francés. Lyndon Hermyle LaRouche es un aventurero estadounidense que pasó varios años preso por estafar a jubilados y por no pagar sus impuestos. Sus organizaciones celulares, que funcionan como sectas, también se financian mediante fraudes con tarjetas de crédito. LaRouche suele autotitularse candidato presidencial del Partido Demócrata, para lo cual registró un sello parecido, el National Democratic Policy Committee, con el que capitaliza la confusión, que es su mayor especialidad. En su campaña proselitista de 1984 distribuyó unos adhesivos con las consignas: “Que las ballenas se coman a Jane Fonda”. Su proyecto político es la restauración de la Cristiandad medieval.
Edita una Executive Intelligence Review y cultiva las relaciones con la comunidad de inteligencia. Hace cuarenta años este corsario de la política navegaba con pabellón marxista, pero luego se sinceró como neofascista. Hoy se ubica en un nacionalsocialismo al estilo lopezreguista, con sus delirios sobre un gobierno mundial de una fabulosa “Sinarquía”, por supuesto judía. Más importante que sus definiciones son sus actos. Durante la “Operación Limpieza”, en tándem con el FBI, sus matones atacaron con cadenas y bates de béisbol a simpatizantes de los partidos Comunista, Socialista de los Trabajadores y Socialista de Puerto Rico y al activista y artista afroamericano Amiri Baraka. LaRouche también proveyó defensa legal a Roy Frankhouser, Gran Dragón del Ku Klux Klan de Pennsylvania.
Vinculado con la Secta Moon, enfrentó a quienes cuestionaban la intervención estadounidense en Centroamérica y a los grupos antinucleares. Pero al mismo tiempo sostenía que Henry Kissinger llegó a ser Secretario de Estado por el apoyo soviético. Según la organización afroamericana “Philip Randolph Institute”, LaRouche “busca explotar y exacerbar la ansiedad y la frustración de los estadounidenses, ofreciéndoles un amplio menú de chivos emisarios y enemigos (judíos, sionistas, la banca internacional, los negros, los sindicatos) del mismo modo en que Hitler lo hizo en Alemania”. El dirigente afroamericano Julian Bond cuestiona a LaRouche por su apoyo a los racistas blancos de Sudáfrica (incluso suministró información sobre el movimiento antiapartheid en los Estados Unidos al régimen de Pretoria) y al proyecto armamentista de la guerra de las galaxias, del ex presidente Ronald Reagan. A raíz de estas denuncias, LaRouche inició un acercamiento con la “Nación del Islam”, el grupo del reverendo Louis Farrakhan, cuya infiltración por el FBI ya había sido denunciada por Malcolm X antes de su asesinato. LaRouche llegó a comparar a los afroamericanos que reclaman igualdad de derechos con monos y babuinos.
En 1986 hizo campaña por la denominada Propuesta 64, para recluir en cuarentena y despedir de sus empleos en la educación y la industria alimenticia a las personas infectadas con el virus HIV. El electorado de California la rechazó.
LaRouche ha creado una red internacional de lunáticos, a quienes atrae con la teoría de una conspiración que impide la felicidad de los pueblos.
El argumento es simple: la Reina Isabel II, el Fondo Monetario Internacional, el FBI y el servicio secreto británico planean el holocausto universal por medio de la drogadicción, las hambrunas y la peste bubónica. En Gran Bretaña sus seguidores denunciaron el sacrificio de 4000 chicos en cultos satánicos, algunos de los cuales consistían en cocinarlos en el horno de microondas. En México, sus corresponsales del Movimiento de Solidaridad Iberoamericano acusaron de formar parte de un complot narcoterrorista al obispo Samuel Ruiz García, de San Cristóbal de las Casas, y a la mayoría de los partidos latinoamericanos de centroizquierda. Los Larouchitas acusan a los zapatistas de financiarse con la droga, lo cual es ostensiblemente falso. En Colombia, su principal aliado es el ex agregado militar en Estados Unidos y ex jefe de las Fuerzas Armadas, general Harold Bedoya Pizarro. Según la ONG estadounidense North American Congress on Latin America (NACLA), Bedoya durante toda su carrera “ha estado implicado en la promoción y organización de una red de organizaciones paramilitares, con participación en las masacres de civiles y otros crímenes de la guerra sucia”. Aquel que adivine quién es el representante de Lyndon LaRouche en la Argentina ganará como premio una visita a la guarnición militar Campo de Mayo, que incluye una lección de ocho horas sobre la historia de la humanidad impartida por el coronel Mohamed Alí Seineldín.

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