EL PAíS • SUBNOTA › OPINION
› Por Washington Uranga
El diferendo argentino-uruguayo por la fábrica de pasta celulosa instalada en Fray Bentos está dejando en evidencia que la crisis política acerca de la cual se han derramado ríos de tinta más o menos científicos, más o menos empíricos, está muy lejos de encontrar una resolución y sigue generando consecuencias más allá de la voluntad de las partes, pero sí como resultado de la incapacidad de los actores. No hay nada más trágico para el individuo que renunciar a sus convicciones para adherir, por presión o por sumisión, a aquello que considera injusto o contrario a sus certezas. Pedirle a alguien que resigne sus principios es demandarle que renuncie a sí mismo, a su identidad, que deje de ser. Existe, sin embargo, una escala de valores y prioridades que tiene que ver con el bien común, aquello que atañe a todos y a todas, y que se ubica por encima de cualquier interés particular o sectorial.
En este caso el bien común no es, ni siquiera, el bien común de una nación o de una bandera. Tiene que ver con los habitantes de una parte del mundo, de una región. Está vinculado con el bienestar de una porción de la humanidad y por ello las soluciones no pasan por satisfacer intereses particulares –aparentemente encontrados e incompatibles– sino en la audacia para hallar otros caminos, para escuchar la voz de todos y todas, para generar espacios donde la originalidad de cada ser humano sea respetada, no estereotipada, y todo ello permita encontrar soluciones inéditas para un diferendo que, en las actuales circunstancias, también lo es.
Esta es la función de la política. Hacer esto posible enarbolando iniciativas creadoras, porque los seres humanos se hacen, se construyen, mediante opciones reflexionadas y se destruyen a través de acciones y adhesiones tozudas que pueden serlo también en el caso de que se hayan originado en demandas o posiciones justas y adecuadas inicialmente. El lector no podrá encontrar en estas líneas ningún aporte concreto a la solución del diferendo, ni una opinión que argumente en uno u otro sentido. Sí apenas un clamor más –expresando el de tantos que permanecen en silencio o que no tienen forma de pronunciarse– para que la política tenga el atrevimiento de recrearse en la humanidad de todos los que habitan esta pequeña porción del mundo que rodea las márgenes del Plata para encontrar espacios de diálogo y negociación y que, lejos de negar al otro y de construirlo como enemigo, lo acerquen en el sentido de una solidaridad auténtica que se instala por encima del aislamiento convertido en trinchera, para situarse en la búsqueda de compañeros, de socios, de aliados para reprogramar la sociedad. La una, la otra, la de todos, en función del bien común. Que también es de todos y todas. Pero para eso hay que atreverse a correr riesgos, a la audacia, a desandar caminos y a inventar nuevos senderos sin cálculos mezquinos.
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