EL PAíS • SUBNOTA › OPINION
› Por Mario Wainfeld
Daniel Scioli fue introducido como candidato virtual de modo semejante al usado cuando Cristina Fernández de Kirchner desembarcó en el mismo distrito. No hay anuncios formales, no hay voces oficiales que consagren el acontecimiento on the record. Trascendidos, repercusión mediática, cumplen la función de instalar al pretendiente. Lo demás viene por añadidura, las réplicas de la oposición, la medición de los consultores, la comidilla en los cafés en los que todavía se habla de política. Si la movida no resulta, si el amperímetro no mueve la aguja, será el momento de subrayar que nadie dijo nada, que no hubo oferta pública, lanzamiento en regla, aceptación del beneficiario.
Si el intento cuela, discurrirá más o menos ecológicamente y nadie hará cuestión por la omisión del protocolo.
Si Scioli se asemeja a Cristina en el packaging, cuesta imaginar candidatos más diferentes para una misma fuerza. La senadora es un cuadro político y su campaña fue de ratificación de identidad, de confrontación. La coherencia ideológica, por decirlo de forma delicada, no es el punto fuerte del vicepresidente, cuya trayectoria evoca al camaleón. La formación política tampoco integra su haber, cuyo núcleo sólido es precisamente venir de “afuera”, como Ramón Ortega, Carlos Reutemann u otros varios. El éxito, en su caso deportivo y no tan pimpante, y su condición de ajeno lo embellecen a los ojos de cierto electorado. La antipolítico paga bien en política, si se sabe ornamentar.
Cristina Fernández era y es una dirigente fogosa y combativa, Scioli ejercita la mansedumbre de modo militante. La actitud positiva, la dilución de toda forma de agresividad, el mensaje de paz y buenas ondas son su bagaje. La templanza ante su tragedia personal redondea una imagen que cultiva sin desmayos, sin perder jamás la línea.
Parece que esa imagen salda de modo promisorio. Por lo pronto, comenta la mayoría de los consultores de opinión, ser conocido por casi todos los ciudadanos es un punto de partida formidable en una provincia gigantesca. Si el rechazo es poco, el prospecto es interesante para una estrategia “catch all”. Los pruritos referidos a la trayectoria (menemista, duhaldista, kirchnerista, adivinen en qué momentos) que podrían haberlo damnificado en la Capital tal vez resulten menos mortificantes en Buenos Aires.
- Buenas nuevas, malas nuevas: Para Felipe Solá habrá sido una buena nueva, dentro del margen de lo posible. Scioli es un candidato de la Casa Rosada, sin aliados consistentes en el territorio. En principio, huele a una relación menos enojosa que la que arrastra con Aníbal Fernández o con cualquier otro pretendiente con raíces bonaerenses. El temor a ser un pato cojo no desaparece pero se atenúa, hasta ver las cartas cuando menos.
Para el ministro del Interior, para José Pampuro, para Sergio Massa (aspirantes que no medían a satisfacción del Presidente) no hay game over pero, como dicen los comentaristas de fútbol, ya no dependen de sus resultados sino del desempeño de su rival.
La oposición deberá despabilarse, porque Néstor Kirchner no sólo tiene el poder sino también la iniciativa. Desde la derrota en Misiones movió dos fichas potentes en la provincia e impone la agenda.
Scioli era papabile en Capital y su eventual desplazamiento allende la General Paz habrá sonado como música celestial para Jorge Telerman y Daniel Filmus, que hace rato está in pectore oficial. El jefe de Gobierno, cuya tendencia a la ironía es proverbial, no habrá dejado de reparar que su archirrival Alberto Fernández tal vez le haya hecho un favor. Con un adversario alejado, Telerman tiene una baraja en la mano que es la fecha de los comicios. La iniciativa, queda dicho, es un recurso impar aunque, desde luego, todo puede fallar.
- Itinerantes: El elenco de políticos bonaerenses no se basta para parir candidatos taquilleros en los grandes clásicos provinciales. Eduardo Duhalde se conformó a eso y fue convocando a Hilda González, a Carlos Ruckauf, a Felipe Solá. Sus adversarios también hicieron lo suyo: Graciela Fernández Meijide y Cristina Kirchner militaban en otras comarcas. El electorado, si el candidato le place, no se pone muy severo con la prosapia bonaerense. La contra puede protestar pero si la votación es masiva queda relegada al poco envidiable rol de campeones morales. Ricardo López Murphy sigue denunciando que fue derrotado por “la senadora de Santa Cruz” pero ese traspié le cuesta mucho en su carrera, aún al interior de su conversada coalición con Mauricio Macri quien no deja de facturarle bien caro haber mordido el polvo.
- Cara de hereje: Preocupado por sumar puntitos para superar a López Murphy, salir segundo y llegar al ballottage, Kirchner aceptó a Scioli como compañero de fórmula. Le parecía el mal menor, frente a otros duhaldistas de los que recelaba más. Nadie sabrá si el vice agregó o no agregó, pero el resultado se consiguió. La relación desde entonces tuvo momentos tormentosos. Kirchner lo condenó al ostracismo más de una vez. “Sáquenle la caja”, bramó cuando Scioli levantó mucho su perfil, contradiciéndolo un poco. Lo dejó solito, sin raigambre ni aliados en el Ejecutivo. Por mucho tiempo, el disco rígido kirchnerista no le dirigió la palabra al vice. Cristina rompió el silencio intermitentemente, para criticarlo de viva voz por temas ligados al Senado. Scioli soportó la andanada con el estoicismo bíblico que es su marca de fábrica. Ahora, al conjuro de una serie de circunstancias que pegan en carambola, se topa con una chance envidiable.
Será que tiene estrella, será que la calma y las buenas ondas son imbatibles. Habrá que ver si el candidato tiene garra de tal. Su viabilidad deberá corroborarse en el rectángulo de juego. Una campaña es un juego despiadado, en este caso será todos contra él como suele ocurrir con el oficialismo cuando es amplio favorito. Hasta ahora, Scioli tiene amplio conocimiento público, un modo agradable al gran público pero jamás ganó una elección. En la pista se ven los pingos, si la jugada cuaja, si los trascendidos se hacen realidad, si el precandidato deja de ser tal.
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