EL PAíS • SUBNOTA › OPINION
› Por Eduardo Aliverti
“Nosotros no tenemos por qué financiarle el bife con lomo a los pobres de Buenos Aires.” Lo dijo un productor agropecuario pergaminense, citado por este diario. Y no es posible encontrar a nadie que, desde uno de los sectores involucrados en el conflicto, haya resumido con una precisión tan perfectamente brutal la raíz de lo que sucede.
Quien más se acercó a la sinceridad de ese “hombre de campo” (va entre comillas porque ya se sabe que hay gente que tiene campos pero de campo no tiene nada) fue el presidente de Confederaciones Rurales Argentinas. Dijo Mario Llambías, en declaraciones a La Nación del miércoles pasado, que “simplemente se trata de defender un modo de vida y reclamar por la vuelta al libre mercado”. Aclarando, eso sí, que la medida de fuerza “no es ideológica ni política”. Porque, como todo el mundo conoce, exigir libre mercado no es algo ideológico ni político sino una simple estrofa de poemas infantiles.
Uno de los chantajes más significativos respecto del paro agropecuario es que sólo están habilitados para opinar del asunto aquellos que dominan, en profundidad, las características e información del área. Cada vez que alguien se mete con “el campo” saltan los productores, de cualquier rango, para advertir que es fácil hablar y pontificar desde micrófonos y diarios porteños siendo que, dicen, solamente “el hombre de campo” está en condiciones de manifestarse con propiedad. Tienen cierta parte de razón, si es por las operatorias de carácter técnico y como en toda esfera. El precio del kilo vivo de novillito, los vaivenes de la cotización de la soja en Chicago, la producción de carne por animal en los feedlot. Concedamos. Pero no vengan con que ese nivel de especialización informativa es una credencial para incursionar en soledad, también, en los aspectos estructurales de la propiedad de la tierra, en las expresiones de clase que dominan todo debate, en quiénes son los actores de la distribución de la renta. Si se acepta esa lógica, sólo los periodistas podrían opinar del periodismo, y sólo los jugadores sobre el fútbol, y sólo los científicos sobre las políticas científicas. Lo cual no es una lógica azarosa, sino una estrategia discriminatoria de dominación que pretende dejar en manos de los “entendidos”, a favor de sus intereses, toda discusión conceptual.
No es requerible especialización alguna para saber que el 3 por ciento de los productores concentra el 70 por ciento de la cosecha de soja. Ni para constatar que seis emporios encabezados por Cargill y Bunge se apropian del 93 por ciento de las exportaciones de granos. ¿Cuán especialista hay que ser para certificar que la hectárea de producción granaria haya llegado a saltar de 4500 a 9000 dólares, o de 3000 a 10000 en zonas maiceras? ¿A quién se le ocurre que se debe ser un sabio para dilucidar que estos mismos tipos, propiciadores del mercado libre y del Estado ausente, son los mismos que no dicen mu cuando el Estado les subsidia el gasoil y aplica una política de dólar alto? ¿Qué dijo esta oligarquía cuando la dictadura del ’76 empujó la más formidable liquidación de vientres de la historia, ahora quejosos de que hay poco más de una vaca por habitante? ¿Qué hicieron, como no fuere surtir con sus cuadros al genocidio mediante gobernaciones, ministerios y secretarías? ¿Qué título hay que tener para tener memoria? Entre los combustibles subsidiados y el tipo de cambio, el Estado les transfiere, y no lo desmienten, alrededor de 4500 millones de dólares por año. Liberales berretas que bien se cuidan de denunciar ese intervencionismo estatal, y que para sus carnes y sus granos quieren el precio de los mercados extranjeros. Como lo dijo el productor de Pergamino, si el bife de lomo, o el kilo de pan, o el de milanesas, trepan hasta donde sea, no es problema “nuestro”. Subsídienos el Estado y además no nos toque las ganancias. Ninguna novedad, desde ya. Ellos se consideran anteriores a la Patria, como el Ejército.
El Gobierno tiene lo suyo, y vaya si lo tiene. Por empezar, carece de todo síntoma que sugiera contar con alguna política agropecuaria. A más de eso, no contempló que se enfrenta a un pool insaciable y reacciona tarde. Sigue siendo un gobierno chiquito, muy chiquito, carente de dirigencia relevante, y desconfiado de abrir juego y formar y lanzar cuadros nuevos y potentes. Eso lo lleva tanto a caer en Scioli como a comerse que la Rural y CRA le mojen la oreja con abundante saliva. A Kirchner le va bien con su manejo del país desde un reducto íntimo, pero en casos como éstos termina preso de la frazada corta. Si su discurso progre y nac&pop es auténtico, no se entiende que no confíe en la movilización popular para encolumnar a la gente contra los enemigos de toda la vida. Más luego, los chacareros que están verdaderamente jodidos, los que no tienen líneas crediticias diferenciales, los que están en contra del apabullante proceso de extranjerización de la tierra, los que se oponen al latifundio, los herederos del Grito de Alcorta, se agrupan en la Federación Agraria. Y la FAA cayó en la trampa de plegarse sin diferenciación a esta jugada de la oligarquía agropecuaria, aunque sus reivindicaciones estén en los antípodas de ese bloque capanga. ¿Desesperación? ¿Apuro? ¿Necesidad? ¿Errores muy graves en la comunicación? Lo que sea, pero cayó en la trampa ayudada por la anomia del gobierno.
Ayer se cumplieron 23 años de democracia. El dato viene a cuenta de lo que no fuimos capaces de cambiar, ni siquiera en la superficie, a propósito de los patrones de la Argentina. Esta sociedad, o sus sectores más dinámicos, consiguieron algunas cosas que bien debería envidiar, seguro, todo el resto latinoamericano. Y probablemente, el resto del mundo. Juzgar a los genocidas, condenarlos, indultarlos pero persistirles la respiración en la nuca. Salir a la calle casi cada vez que fue necesario, poderosos presos, asentamiento de las libertades civiles, una considerable libertad de expresión. Tan cierto es eso, como que eso que renació hace 23 años no fue capaz de modificar sustantivamente la injusticia social.
Por ejemplo, los dueños de la tierra, de las vacas, de los bifes, de las milanesas, siguen siendo los mismos. No en la nominalidad, es cierto, porque la globalización concentrada hizo de las suyas. Pero sí en la apropiación de la renta. ¿Queremos cambiar eso o basta con que Videla & Cía. estén presos?
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